Probablemente la audaz Qi'ra cree que un gesto puede salvarle la vida a cualquiera. O tal vez está demasiado enamorada de Han Solo, el joven contrabandista interplanetario con el que alguna vez pretendió escapar del maldito planeta Corellia. De lo contrario no se entiende por qué en una escena de Han Solo: Una historia de Star Wars le dice "nunca olvides tu sonrisa, es lo más importante". Sí, seguro que a Harrison Ford le bastaba una sonrisa. Pero a Alden Ehrenreich (1989), el actor que tuvo la imposible misión de encarnar a un Han Solo juvenil e imberbe, el truco le queda corto. Es como interpretar a Rhett Butler adolescente en una precuela de Lo que el viento se llevó (1939) y creer que cualquiera con bigotes y dientes blancos puede sonreír como Clark Gable.
El primer gran problema de Han Solo fue el casting. El segundo fue el cambio de directores y guionistas a mitad de rodaje, cambiando a los desaforados y brillantes Christopher Lord y Phil Lord en realización y libreto, por Ron Howard en la dirección y Lawrence Kasdan, junto a su hijo Jonathan Kasdan, en el guión. Un personaje que es todo carisma y grandes diálogos necesita un actor a la altura para llenar el primer requisito y una historia frenética para el segundo. De alguna manera, Han Solo falla en aquellos dos componentes de fábrica.
Ni Ehrenreich tiene la presencia necesaria ni el guión de los Kasdan lo ayuda. Lord y Miller, que venían de hacer La gran aventura Lego (2014), cedieron paso a Ron Howard (Apolo 13, El código da Vinci). Eso se llama jugar sobre seguro. ¿El resultado? Una superproducción correcta, bien peinada, sin locuras, sin riesgos, con un humor que alcanza para la sonrisa, pero no la risa y menos la carcajada. Al menos anoche no se escuchó ninguna en la sala Debussy del Palais des Festivals de Cannes, donde el décimo filme de la franquicia tuvo su estreno europeo. De paso se transformó en el eslabón más débil de la nueva serie de Star Wars de Disney inaugurada en 2015 con la emotiva El despertar de la fuerza y seguida del spin-off Rogue One, en 2016.
La película, que a Chile llega el 24 de mayo, fue presentada en tres salas. Dos eran para periodistas. La mayor, la Gran Sala Lumière, fue para los actores, el realizador, los productores y Chewbacca. O mejor dicho, alguien de dos metros 11 centímetros vestido de Chewbacca. El resto estaba integrado, entre otros, por los actores Alden Ehrenreich, Emilia Clarke, Woody Harrelson y Paul Bettany.
Y si algo hay que agradecerle a esta película es que nunca pierde de vista que llegó para entretener. En ese sentido, es efectiva. Casi no hay pausas y los personajes pasan la mitad del tiempo corriendo o agitando las manos. Todo parte en Corellia, el planeta natal de Han Solo y Qi'ra (Emilia Clarke), dos muchachos hartos de trabajar bajo las reglas del Imperio galáctico. La historia transcurre en algún momento indeterminado antes del Episodio IV: Una nueva esperanza (1977), quizás cerca del comienzo del ascenso de Darth Vader.
El magnífico villano no está en pantalla, pero sí aparece su Nave Imperial. Han Solo logra fugarse de Corellia, se hace compinche en otro planeta del contrabandista Beckett (Woody Harrelson), se enrola con algunas fuerzas imperiales, luego deserta y lo mandan a la cárcel, donde conoce a un ser conocido como "la bestia". Será su futuro amigo Chewbacca, con quien logra fugarse de prisión.
En un futuro no muy lejano empieza a hacer negocios con el ambicioso villano Dryden Vos (Paul Bettany) y, en el camino, va a parar otra vez a Corellia, donde se reencuentra con su amor de juventud Qi'ra, ahora convertida en lugarteniente del maléfico Dryden. Junto a la chica, y acompañados siempre por Beckett, hacen un último trabajo para Vos, quien paga bien. A Solo poco le importa la moral: van a un esclavizado planeta a buscar un escaso combustible, que a su vez Dryden transa muy bien con los esbirros del Imperio. Viajarán en una magnífica nave de velocidad insuperable que le acaba de ganar en una apuesta a un tal Lando Calrissian (Donald Glover). Se llama Halcón Milenario.
Todo esto, que es mucho, pasa en dos horas. La película jamás para en sus revoluciones por minuto y en ese sentido es una estupenda producción. Pero no hay nada más. Es decir, hay más, pero es acción y acción. Y, cosa difícil, el humor no funciona. Eso no es lo que se espera de una película de piratas y mercenarios, que es lo que al final es y será el entrañable Han Solo. Este largometraje es la mitad de su título: es sólo una historia de Star Wars.