Cuando era un quinceañero y estudiaba en el Conservatorio de la Universidad de Chile, Vicente Bianchi tenía un anhelo: "Ahí todos soñábamos con ser Claudio Arrau", recordaba en sus entrevistas.
Hasta su madre lo estimulaba a convertirse en el "segundo Arrau" y se perfilaba como un pianista excelso tras una serie de presentaciones que tuvo en el Teatro Municipal. "Pero finalmente me fui entusiasmando por la improvisación, el folclor y la música popular", remataba la anécdota.
De alguna manera, tal dualidad que vislumbró cuando ni siquiera era mayor de edad determinó para siempre su destino: aunque criado en la academia y el cancionero clásico, parte fundamental de su huella se puede hallar en figuras de amplia raigambre popular. En nombres que venían del bolero, los combos tropicales y el folcor. Un ejemplo: de sus orquestas nacieron artistas tan reconocidos como el pianista Valentín Trujillo o el percusionista Arturo Giolito. A la hora de enumerar sus gustos musicales, siempre partía por Mozart, pero culminaba con Margot Loyola.
Un diálogo con las melodías masivas que también partió cuando apenas superaba la niñez. Simultáneamente a sus estudios en el conservatorio, integró la orquesta infantil del programa El abuelito Luis, de radio Otto Becker. Un colectivo instrumental que tocaba de manera frecuente en la emisora, que funcionaba con varios cantantes, piano, acordeón, violín y batería, y con el que se iba de gira por el país. Ahí conoció los dos mundos que orientarían sin retorno su carrera: el auge de las radios en la primera mitad del siglo XX y el contacto con la gente entregado por los shows en vivo. De hecho, en esa misma experiencia infantil conoció a otro hombre clásico de la música chilena, Humberto Lozán, la voz de la Orquesta Huambaly.
En las radios, su derrotero siguió en La Americana, para después trabajar en Agricultura y Minería, las dos más importantes del país en ese entonces. Ahí se desempeñó como pianista y arreglador de las grandes orquestas, lo que le permitió conocer a Malú Gatica, Sonia y Myriam, Los Huasos Quincheros y Lucho Gatica, componiendo en la década de los 40 piezas como Abejorros, usada durante décadas como cortina musical del dial y la TV. Para grabar con Gatica -con quien registró boleros como Obsesión y No te vayas amor-, Bianchi reclutó a un joven Valentín Trujillo, quien hoy recuerda: "Yo lo miraba como un maestro. Él siempre me dio total libertad para los solos de piano y como arreglador era excelente". A través de Gatica, Bianchi también conoció al estadounidense Nat King Cole, en una serie de compadrazgos internacionales que incluyeron su colaboración con el mexicano Pedro Vargas.
El director y percusionista Guillermo Rifo, que trabajó con el fallecido artista en los 60, agrega: "Su fineza como arreglador radicaba en cómo combinaba los instrumentos. Le dio más cuerpo a los boleros de Gatica. Hay ciertas líneas en esas canciones que están presentes hasta en las versiones de Luis Miguel".
En los mismos 60, Patricio Manns pertenecía a la escuela de la Nueva Canción Chilena, más concentrada en el discurso y la fusión de ritmos latinos. En 1970, participó del Festival de Viña con Peregrino adentro, la que fue trabajada con Bianchi, quien ofició como director de orquesta del evento. El hombre de Arriba en la cordillera rememora: "Fue un creador de excepción en Latinoamérica. En esos tiempos se cantaba dos veces por día, durante 15 días, en la competencia de Viña. Compartí diariamente con él y tengo grandes recuerdos".
Aunque también colaboró con otros nombres, como Pedro Messone y Silvia Infantas y los Baqueanos, su trayectoria también lamenta un vacío: nunca pudo trabajar con Violeta Parra. "Nos topamos un día en la costa. La Isabel y el Ángel estaban chicos. Ahí me dijo que tenía ganas de grabar algo con orquesta y yo le dije que encantado, pero que iba a tener que empezar a respetar los tiempos. Porque la Violeta tenía una métrica muy rara para cantar y tocar. Muy difícil de seguir. Nos pusimos de acuerdo y de repente me entero que se mató. Fue una gran pérdida", contó en 2011.