Manifiesto: Matías Asún, director de Greenpeace
Somos hippies. Ahí está la gracia. Soy bastante hippie e intento serlo lo más posible. No en términos estéticos, pero sí en términos de convicción.
Medir el grado de enganche de un movimiento social en relación al tamaño de una marcha es un sinsentido. El tamaño de las marchas a veces correlaciona mejor con lo divertida que es, con la temperatura del día, el horario y día en que se hace y quién toca al final de la marcha. Después del tema educacional, los temas medioambientales son los que más atención generan.
Después de dos años de ser diagnosticado, mi padre falleció de cáncer. Hubo mucha solidaridad, no sólo porque mi padre era una persona muy querida y reconocida, sino porque mucha gente tuvo cáncer o tiene familiares con la enfermedad, entonces entienden la dimensión nefasta que esto tiene. Hicimos una campaña por redes sociales pidiendo tres tipos de sangre, y logramos abastecer lo que nos pidieron los bancos de sangre. El haber estado con él en esa instancia me permitió momentos valiosos, de recordar las raíces y también las razones de por qué me convertí en activista; fueron cosas que pudimos conversar mucho, él estaba muy orgulloso de eso.
Hay una minoría muy desinformada que cree que los ecologistas son personas que se oponen al avance de la industria. Ser no supone decir que el capitalismo es malo, aunque sin lugar a dudas la globalización como la conocemos es nefasta. La gente que se opone al ecologismo son personas que durante toda su vida le han tenido miedo al cambio. Los señores gerentes que dicen que nosotros nos oponemos a que haya más electricidad, finalmente yo creo que ni ellos se creen lo que dicen.
No consumo marihuana todo el día, de hecho, es más probable que consuma más químicos de la comida cotidiana que de la marihuana.
Mi banda favorita es The Clash. Cuando chico los escuchaba bastante y cuando tomé la decisión de entrar a Greenpeace estaba escuchando mucho a la banda. Eso tomó mucho más sentido todavía cuando, años después, el bajista Paul Simonon, como activista de Greenpeace, se subió a una de las plataformas petroleras del ártico y estuvo bloqueando el acceso a esa plataforma durante varias semanas. Una vez, como él es cercano a la organización a nivel mundial, a través de un amigo le mandé un mensaje que decía que gracias a él me había convertido en activista. Fue ahí cuando me mandó de vuelta un autógrafo diciendo: "Muchas gracias, somos dos".
Me gusta Santiago. Aunque hay cosas que no me gustan y otras que tolero. Lo que tolero es el centralismo, lamentablemente. Es preferible estar en Santiago para participar de algunas cosas. Pero no me gusta esta especie de monstruo urbano que hemos construido y que por momentos es incontrolable.
No soy futbolero. De niño nunca me interesó el fútbol, no es algo que me llamara la atención, en eso soy más opaco. Prefería jugar con juguetes que armaba yo mismo. Mis amigos iban a mi casa por eso, a jugar con las cosas que armábamos. No tuve una infancia con vida de barrio, jugando a la pelota, en la calle. El lugar era el patio de la casa, ahí armábamos cosas, desarmábamos, nos entreteníamos bastante.
Han cambiado muchos de mis hábitos desde que estoy en Greenpeace. Uno tiene una idea de qué significa ser más verde y más responsable ambientalmente, pero hay algunos hábitos que cuesta más cambiar. Ahora me ducho más corto, le instalé dos botones a la taza del baño, para que tire menos agua, hay una botella adentro del estanque, siempre ando con una bolsa no plástica, intento andar mucho más en bicicleta. A veces uno no dimensiona todas las cosas que puede cambiar y que finalmente tienen mucho impacto.
Desde chico fui activista. Desde niño todo lo que implicara desigualdad era tema en mi familia. La pobreza, la desigualdad y lo que hoy se llama vulnerabilidad eran temáticas habituales de mis padres. Los dos son sicólogos, igual que yo. Todo esto siempre formó parte relevante de mi mundo de niño. Desde muy niño, la idea de un planeta como hogar y la forma en que lo tratábamos siempre era relevante. Aunque nunca fui muy ortodoxo en mi ecologismo, no estoy ni cerca afiliado a una idea de ecologismo más profundo, sí a una idea de solidaridad, respeto, cuidado y de acción proactiva en lo que uno cree justo.
Quien hable con sus abuelos le van a recordar que el camino a La Serena era verde. Esa idea de que el norte era de otro color y que hay un efecto importante sobre el clima a escala planetaria nos obliga a darnos cuenta de que hemos metido las patas y que ese modelo ya no da más.
Antes, con los grupos de amigos hacíamos celebraciones con asados normales, pero hoy estamos dedicados a calentar pescadito. También a comer hamburguesas de soya, longanizas de hierba, ese tipo de cosas. Efectivamente, se puede reducir la huella de carbón, el impacto que uno tiene. Lo mejor es que la sensación posterior a eso no es ni de culpa ni de malestar estomacal.
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