Muere Etta James, la voz trágica y versátil de la canción norteamericana

<P>La cantante falleció a los 73 años, a causa de una prolongada leucemia.</P>




Como toda figura crecida en los albores de la industria -cuando se replicaban standards transmitidos de boca en boca y las escuálidas regalías no obligaban a crear música mirando la cuenta corriente-, Etta James fraguó su destino artístico de la única forma que conoció: trabajando. Así facturó su leyenda y hasta esa máxima arrastró su adultez. En noviembre lanzó su último título, The dreamer, un álbum sorprendente para una cantante de 73 años y donde lucía un registro fiero capaz de tumbar a cualquier diva de hoy.Dos años antes, en 2009, quiso subrayar su historia al arremeter contra Beyoncé, la nueva superestrella de la femineidad negra que fue elegida para abrir la investidura de Obama con At last, canción identificada a fuego con el timbre carnoso y el aspecto dócil de James. Según sus familiares, ambos arranques de protagonismo confluían en una sola intención: timbrar su huella y su legado en la música antes de su partida. Como intuía que enfrentaba sus descuentos, quería hacer justicia con su propio pasado.

Una ruta que ayer tuvo su desenlace definitivo. Según informó su amiga y representante, Lupe de León, la intérprete falleció en el hospital Riverside, de California, víctima de una serie de complicaciones derivadas de la leucemia que se le diagnosticó en 2010. Ya a fines del año pasado su estado fue calificado de terminal y, por consecuencia, se hundía en otros males, como la demencia y la hepatitis C. Aunque murió acompañada de su marido, Artis Mills, y de sus dos hijos, Donto y Sametto, su clan contaba varias temporadas enfrascado en una batalla intestina por el control de sus bienes y que, hace sólo una semana, se resolvió a favor de su pareja: un reflejo que muestra a James no sólo como una de las voces femeninas más dotadas y versátiles del cancionero norteamericano, sino que también como una de sus figuras más trágicas y cuyas turbulencias la merodearon hasta sus últimos días.

Nacida en Los Angeles como Jamesetta Hawkins, fue hija de una prostituta que la tuvo a los 14 años. Jamás conoció a su padre y, como la mayoría de las instituciones del sonido afroamericano, se inició en la música a través del coro que animaba la iglesia. En 1950 se fue a probar suerte a San Francisco, donde conoció a un personaje clave de su recorrido: Johnny Otis, el empresario y productor que asomó como su mentor y que -casi como otro eslabón de la saga de tragedias- falleció esta misma semana. Olfateando su potencial, Otis la hace grabar hits como Roll with me Henry y la suma al trío vocal Peaches, donde estableció gran parte de su suceso en los 50.

Pero, con el arribo del siguiente decenio, James, al igual que gran parte de los artistas negros nacidos en el gospel y el R&B, se situó ante una encrucijada: facturar un sonido más comercial para hacer frente a la escalada avasalladora del rock and roll. Para la misión, fichó con el sello Chess Records, una de las cimas de la música americana y refugio de talentos como Chuck Berry, Muddy Waters o Buddy Guy. Gracias a éxitos como Tell mama, Something's got a hold on me, Stop the wedding y la propia At last, impuso un estilo a medio camino entre el ronroneo de carácter sexual y la actitud ruda. Grabó baladas melosas, composiciones cercanas al blues y ejercicios jazzeros, e hizo que figuras como Diana Ross replicaran parte de su estilo y alcanzaran vuelo propio.

Mientras crecía su fama, también comenzaba su depresión y adicción a la heroína, retratada por el filme Cadillac Records, el mismo donde aparece encarnada por Beyoncé. A principios de los 70, pasó 17 meses en el hospital siquiátrico Tarzana, mientras su marido era condenado a 10 años de cárcel y trabajos comunitarios por posesión de heroína. Levemente recuperada tras su temporada en la clínica y con Chess Records rematando su gloria entre la quiebra y el olvido, James se refugió en discos consagrados al jazz, el pequeño gran nicho de las estrellas negras en la adultez. Hacia el nuevo siglo, la propia De León la empujó hacia los álbumes tributo a leyendas extintas o a flirtear con los medios, como su aparición de 2009 en Dancing with the stars. Un año después, impulsó su última gira por bares y teatros estadounidenses, pese a que la leucemia ya ganaba el gallito. Pero ella no lo aceptaba: quería seguir trabajando, bajo las instrucciones del único dogma que conoció su destino artístico.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.