Darwin Acuña, presidente de la Sociedad Chilena de Medicina Intensiva, relata lo que están viviendo por estos días las UCI del país. Luego de un año al frente de la pandemia y pasado el primer peak de junio, el personal de las áreas más complejas se enfrenta ahora a un segundo y muy fuerte rebrote. “Tenemos una situación de mucho apremio”, dice el especialista, quien admite que “la situación sanitaria y hospitalaria es muy frágil en ese momento”.
El intensivista es enfático en que el personal está desplegando todos los esfuerzos posibles. Pero también reconoce que la fuerte demanda asistencial -con las camas casi cuadruplicadas respecto de la capacidad basal- tiene un impacto en el cuidado de los pacientes: “Hay muchos hospitales que simplemente no tienen camas UCI y las disponibles están en lugares donde antes no había, manejadas por gente que tiene mucho empeño y ganas, pero obviamente no son los más expertos”. En ese contexto, hace un llamado a no descuidar la comunicación de riesgo y evitar los mensajes que puedan confundir a la ciudadanía. ”No podemos soltar todavía. Y me da un poco de cosa ver cómo se habla de que ya tuvimos el peak, que los casos están bajando, cuando nuestros hospitales están destruidos”, afirma.
¿Cuál es su análisis del momento actual de la pandemia?
En lo que a mí me incumbe, que es la parte hospitalaria y asistencial, seguimos en una situación extremadamente crítica. La utilización de camas ha sido muy alta, con un aumento progresivo. Se supone que mañana (hoy) debiéramos cumplir la meta de 4.500 camas abiertas, lo cual es una cosa, francamente, surrealista. Jamás pensamos que podríamos llegar a tener esa cantidad de camas ocupadas. Esta segunda ola ha sido un periodo de romper récords de forma impresionante. Esto no ha caído, todo lo contrario, la curva sigue en ascenso, se siguen necesitando más camas, espacios, gente y personal. La situación todavía se mantiene muy dura. El otro análisis es lo que ocurre con los casos diarios: algo de baja se ha visto y hay que ir consolidando, pero también hay un tema de manejo de información que ha sido complejo. Es muy difícil hablar en este momento de baja de casos y de que vamos mejor, porque eso conlleva a un discurso de percepción de riesgo complejo para la población. No podemos soltar todavía. Y ahí es donde a veces me da un poco de cosa ver cómo se habla de que ya tuvimos el peak, que los casos están bajando, o pensando en pasar a Fase 2, cuando nuestros hospitales están destruidos.
¿Considera que es el momento más crítico?
Por los números, claro que sí. Tenemos una situación de mucho apremio, mucha ocupación, mucho paciente necesitando camas UCI. Diría que también es dramático, porque sigue muriendo gente, y ahora es gente joven. Obviamente que es un momento muy complejo el que se vive al interior de los hospitales y eso es lo que a mí me genera ruido, pena o rabia: el hecho de que mientras vivimos esto en los hospitales, en las calles es como otro mundo. La gente circula normalmente, se sigue viendo personas sin mascarillas y fiestas clandestinas.
¿Cómo se soluciona esto?
Si bien los dados están echados, estamos en esta situación y probablemente vamos a tener que hacer un esfuerzo adicional, para nosotros lo más importante es bajar de una vez por todas la cantidad de casos, de pacientes en las UCI y empezar a liberar espacios. Prácticamente un 75% de los hospitales están convertidos en Covid y también hay un lote de pacientes que están sin atención, que han tenido que postergar sus cirugías, entonces esto lleva a otra de las consecuencias sanitarias súper graves también. Y ahí viene todo lo que tiene que ver con la actitud de la población, las medidas del gobierno, mejorar la trazabilidad, una serie de cosas que pueden aportar. Más que buscar gente que pueda ir a trabajar a un hospital, necesitamos que se empiecen a liberar nuestras camas y espacios.
¿Este es el peor momento para enfermarse?
Sí, claro. La situación sanitaria y hospitalaria es muy frágil en este momento. No solo para los pacientes Covid, también para los que no lo son. Hay muchos hospitales que simplemente no tienen camas UCI y las que hay disponibles están en lugares donde antes no había, manejadas por gente que tiene mucho empeño y ganas, pero obviamente no son los más expertos, por lo tanto, si bien estamos en una situación donde la idea es dar todo y aportar nuestros conocimientos, sin duda que el personal experto está absorbido hace mucho tiempo tratando de contribuir y ayudar a las otras UCI que se han ido creando. Obviamente que a todo el mundo se le da el cuidado adecuado, pero mientras más pacientes hay, igual hay un impacto en la calidad de atención.
¿La calidad se ve afectada por el nivel crítico del sistema de salud?
Esto se ha tratado de estructurar con un sistema que ha tratado de ubicar a la gente más experta de los hospitales en las UCI. Sin embargo, llega un momento en que este personal se ve sobrepasado y tenemos que incorporar a gente con mucha menos experiencia y capacitación y tratar de enseñarles en el camino y supervisarlas muy bien para que el trabajo sea el adecuado. Ahí hay un esfuerzo doble de la gente que es experta, porque no solo tiene que seguir atendiendo a los pacientes, sino que también supervisar y capacitar. No se trata de alabar o rendirle honores al personal de salud, pero créeme que el esfuerzo ha sido increíble y se merecen todo.
¿Cómo se sigue entregando la mejor atención a cada uno de los pacientes, a pesar de todo?
Es difícil, pero aquí se demuestra un poco la razón por la cual somos gente de la salud, que hay un tema vocacional muy fuerte. Todos estamos pensando en ayudar al otro y también esta enfermedad ha generado un compromiso mayor, porque es muy dramática, los pacientes sufren harto y no solo en temas físicos o fisiológicos, sino también emocionales. Están solos, sin visitas, y finalmente el equipo de salud se transforma un poco en su familia. Los acompañamos, hablamos, hacemos cariño y cuidamos.
¿Qué provoca no poder destinar el mismo tiempo que antes a los pacientes?
Preocupa, uno quisiera dedicarles más tiempo a los pacientes para ayudarlos en el mejor camino. El equipo se ha tenido que amplificar en ese sentido, pero uno también siente que aporta en la medida en que, aunque sea un minuto el que dedique, puede ayudar. Por eso es importante la estructuración de los equipos. Hemos tratado de distribuirnos de tal modo de entregar la mejor atención a todos. Fuera de pandemia uno tiene todo el tiempo del mundo para atender pacientes, pero aquí tenemos que ser lo suficientemente organizados e inteligentes para que cada uno aporte de tal manera que el paciente reciba la mejor atención.
¿Cuál es esa mejor atención en este contexto?
Uno no va a comparar una UCI fuera de pandemia, donde las visitas médicas son largas, la discusión es larga, versus los tiempos de pandemia, donde todo se hace un poco más rápido. Se le dedica el tiempo necesario, pero tampoco es el óptimo. Son muchos pacientes.
¿Qué es lo que más preocupa para las semanas venideras?
Hemos sido majaderos en tratar de pedirle tanto a la población como al gobierno que tome las medidas necesarias para bajar los contagios, eso es lo que va a tener impacto sobre la ocupación. Estamos bordeando los 7.000 casos y eso conlleva a una cantidad de gente que va a caer a los ventiladores y requerir, probablemente, que tengamos que aumentar más allá de las 4.500 camas que se había puesto como meta el gobierno. Eso preocupa, porque es un escenario bien incierto. El aumentar no es solo un tema de camas, ventiladores y monitores, sino que de personal que esté más o menos capacitado, también el lugar del hospital donde se hará. Y hay que considerar que no tenemos cupos ilimitados para abrir camas.
¿Dónde hay más fragilidad de recursos?
No son ilimitados, no tenemos para abrir seis mil o siete mil camas, y hay un personal muy cansado. Si bien lo están dando todo, hay bastantes bajas y se siguen produciendo. Mi temor es a no poder atender a todo el mundo. No creo que vayamos a llegar a eso, pero esto ha requerido un cuádruple esfuerzo de la gente de la salud para llegar al nivel de camas que tenemos, para que ningún chileno quede sin ser atendido.
¿Podría darse que algún paciente no tenga la atención que necesita?
Hay muchos comentarios; médicos diciendo que ellos han tenido que elegir a quién atender y creo que eso es algo inevitable muchas veces por la presión asistencial. Pero como política de equipo sanitario, no está pensado. La idea es seguir aumentando y dando recursos para que se pueda atender a todo el mundo. Que se hayan producido situaciones específicas, igual que en la primera ola, me imagino que sí. Pero que eso sea una política o que haya decretos que obliguen a decidir, nunca.
¿Preocupa más no tener las camas suficientes o que no haya gente para atenderlas?
Diría que ambos. A pesar de que infraestructura material hay, de hecho, hay muchos ventiladores y camas, por lo que no creo que esa sea una limitante, donde empieza a haber más tope es en los espacios en los hospitales. Por mucho que uno amplíe camas críticas, igual tiene que haber camas medias o básicas para seguir atendiendo. Y claro, el personal, sin dudas. En el momento en que empiezas a pensar en pedirle a la gente jubilada que vuelva a trabajar ya es porque estás en una situación extrema de recurso humano.
En Brasil se ha informado que se les terminaron los sedantes para intubar. ¿Ha ocurrido algo así en Chile?
Ha habido disminución del stock de algunas drogas, pero afortunadamente Chile está súper bien abastecido y cuando falta una, se ocupa otra. Tenemos varias alternativas y afortunadamente no hemos pasado por eso.
¿Cuánto impacta que se comunique que “se ve la luz al final del túnel”?
Ya tenemos la experiencia de lo que pasó con las vacunas y el fin de la primera ola, cuando el discurso fue bien engañoso. No tengo problemas en decir que la campaña de vacunación ha sido muy buena o que los casos están empezando a bajar; el tema es que tiene que estar acompañado de un discurso de percepción de riesgo muy elevado, incentivando a la gente a cuidarse, decirles que las UCI tienen muchos pacientes jóvenes en ventilación mecánica y que nadie está libre. Eso es lo que a veces falta: acompañar el discurso de éxitos con una percepción de riesgo que se mantenga.