A Fernando Karadima solo le faltaban 13 días para estar de cumpleaños. El viernes 6 de agosto, el emblemático y otrora poderoso expárroco de El Bosque habría cumplido 91 años, pero la vida quiso otra cosa. Solo, sin su familia, sin amigos y sin sus admiradores, el exsacerdote falleció el domingo en la Clínica El Carmen, de la comuna de Macul, aquejado por una serie de problemas de salud.
Su certificado de defunción detalló que su deceso fue a las 21.20 horas y que su causa de muerte fue múltiple: bronconeumonía, insuficiencia renal, diabetes mellitus e hipertensión arterial.
Cercanos a la familia de Karadima comentaron que se enteraron esa misma noche y que no quieren dar declaraciones sobre el tema. Su círculo familiar más íntimo asegura que todo lo que tenían que decir ya fue dicho por su hermano, Óscar Karadima. “Le pediría humildad. Fernando, pide perdón. No en silencio a Dios, no en tus rezos. Hazlo público, que la gente te escuche que pides perdón por el daño que les hiciste a las víctimas y a todos”, aseguró en 2018 a La Tercera.
A sus 90 años, a Karadima ya le costaba vivir. En junio llegó hasta el Hospital Clínico de la Universidad Católica por un problema cardíaco, pero no pudo ser atendido en la cama UCI que requería. En pleno peak de ocupación de camas intensivas debido a la segunda ola del Covid-19, tuvo que esperar en la unidad de Urgencia del recinto hasta que se liberara un cupo para él.
Eso fue lo último que se supo, hasta ayer. Pasadas las 11.30 de la mañana el país y el mundo se enteraron de que la vida de uno de los sacerdotes más influyentes de la Iglesia Católica chilena en las últimas décadas -que remeció al país por ser el protagonista de uno de los casos más impactantes de abuso sexual, de conciencia y de poder- llegó a su fin.
La primera condena canónica
La caída del exsacerdote solo fue posible gracias a las denuncias realizadas por James Hamilton, Juan Carlos Cruz, José Andrés Murillo y Fernando Batlle. Ellos fueron la pieza clave de un castillo que, pese a la resistencia de la jerarquía de la Iglesia, partió derrumbándose en 2010 y terminó destruido nueve años después. De hecho, fue el 21 de abril de ese año que La Tercera publicó la primera nota en que se expuso al expárroco de El Bosque como un abusador sexual.
Diez meses después, el viernes 18 de febrero de 2011, el exarzobispo de Santiago Ricardo Ezzati citó a una conferencia de prensa para dar a conocer un fallo que manejaba en absoluto sigilo desde hacía un mes. La Congregación para la Doctrina de la Fe notificó que tras investigar durante seis años -la primera denuncia fue recibida internamente en 2004-, el Vaticano condenaba a Karadima por abuso de menores y otros delitos canónicos.
El golpe más duro de la Santa Sede, en ese momento, fue acreditar que había más víctimas que los cuatro nombres que se conocían públicamente.
La pena impuesta en su contra fue la de retirarse “a una vida de oración y de penitencia”, junto con no realizar actos públicos del ministerio sacerdotal, sobre todo el sacramento de la confesión y la dirección espiritual. Se le ordenó que no podía volver a tener contacto con sus exparroquianos y con personas que él hubiera dirigido espiritualmente.
Finalmente, también se le condenó a no ocupar cargos ni relacionarse con integrantes de la Pía Unión Sacerdotal del Sagrado Corazón, una organización eclesiástica cuyo líder espiritual era Karadima. Desde ahí mantenía el control de los sacerdotes que se formaban en El Bosque y de una serie de bienes inmobiliarios que estaban a su nombre.
El expárroco apeló, pero en junio de ese año el Vaticano confirmó la sentencia. Fue en ese momento en que su imperio de El Bosque se vino abajo.
El fallo de la ministra Jéssica González
De los cuatro denunciantes iniciales, Hamilton, Cruz y Murillo insistieron en sus denuncias en sede penal. Tras fichar al abogado Juan Pablo Hermosilla, lograron iniciar una investigación en el Ministerio Público. En ese momento el persecutor a cargo fue el actual fiscal regional Centro Norte Xavier Arméndariz.
El fiscal remitió los antecedentes al sistema de justicia antiguo, por tratarse de delitos cometidos antes de la Reforma Procesal Penal. La entonces ministra en visita de la Corte de Apelaciones de Santiago, Jéssica González, tomó el caso y el 14 de noviembre de 2011, en un fallo de 84 páginas, sobreseyó a Karadima por prescripción de la acción penal.
Pero González fue más allá. Sabiendo que no podía aplicar una pena, determinó una verdad judicial, a pesar de que no hubo castigo, y acreditó cada uno de los hechos denunciados.
Así lo recuerda el exsacerdote Eugenio de la Fuente, también víctima del exlíder de El Bosque: “La jueza Jéssica González hizo un trabajo espectacular. Ella decidió investigar a pesar de que había delitos prescritos, lo que fue tremendamente reparatorio. Ella fue capaz de explicar en su sentencia el abuso de conciencia como jamás fue capaz de hacerlo la Iglesia. Desgraciadamente, se topó con un problema jurídico del derecho penal, que era que los delitos estaban prescritos”.
Era noviembre de 2011. A pesar de que ese año se contaba con una sentencia del Vaticano y una verdad judicial establecida por una jueza, los obispos y jerarcas de la Iglesia se limitaron a respetar las resoluciones, pero no hubo un reconocimiento de la cultura institucional de abuso y encubrimiento que sostuvo a Karadima por décadas.
Ocho años que valieron la pena
Pero la lucha de los tres denunciantes no se detuvo buscando justicia y reparación. Y entremedio, Karadima estuvo recluido.
Tras salir de la parroquia de El Bosque, lugar en el que vivía, se fue al Convento de las Siervas de Jesús de la Caridad, en Providencia. En mayo de 2017 se trasladó al Hogar de Ancianos San José, de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados, en Lo Barnechea. La situación generó polémica, ya que el recinto estaba rodeado por tres colegios. De allí pasó por el Hogar Corazón de Jesús, del barrio San Pablo. Estuvo ahí hasta que llegó al centro asistencial de Macul, donde falleció.
Pero antes de morir le tocó vivir un golpe aún más duro, que vino directamente desde el Papa Francisco. Todo explotó en 2018. Las denuncias por encubrimiento en contra del obispo Juan Barros -parte del círculo íntimo de Karadima- venían golpeando fuerte a la Iglesia y un grupo de laicos pedía su renuncia al cargo que ocupaba en la diócesis de Osorno. El Papa vino a Chile en enero de ese año y fue la gota que rebasó el vaso.
“El día que me traigan una prueba voy a hablar. No hay una sola prueba en contra, todo es calumnia. ¿Está claro?”, dijo Francisco al ser consultado por las denuncias en contra de Barros y por qué lo mantenía en su cargo.
La frase destapó un proceso que duró casi todo ese año, en que se abrieron cientos de investigaciones penales sobre abusos en la Iglesia, e incluso el Papa envió a dos asesores de extrema confianza para que elaboraran un informe sobre la situación chilena.
En ese contexto, el Papa Francisco volvió a insistir con Karadima. El viernes 28 de septiembre de 2018 comunicó su decisión de pedir la dimisión sacerdotal al exparróco de El Bosque.
Luego, en marzo de 2019, la justicia civil hizo lo suyo. La Novena Sala de la Corte de Apelaciones de Santiago acogió la demanda civil presentada por Hamilton, Cruz y Murillo y condenó al Arzobispado de Santiago. El origen de la acción civil fue motivada por la “negligencia sistemática e ignorancia deliberada” de las autoridades de la Iglesia Católica al enfrentar sus denuncias por abusos sexuales. El arzobispado no apeló y la institución tuvo que pagar $ 441 millones en total a las tres víctimas.
Sin pedir perdón
Conocedores de este proceso aseguran que Karadima nunca pidió perdón a sus víctimas, ni se mostró arrepentido ante ellos, aun cuando tuvo innumerables oportunidades para hacerlo, sobre todo en las declaraciones y careos que tuvo ante la justicia.
El expárroco de El Bosque Karadima jamás les envió una carta o nota a sus víctimas para pedirles perdón o mostrarse arrepentido de lo que había hecho. De hecho, su defensa siempre aseguró que todo era mentira. El Arzobispado de Santiago recién tomó distancia de él cuando avanzó el juicio civil, como una forma de evitar que se les condenara al pago de indemnizaciones, argumentando que la responsabilidad era exclusiva del exsacerdote.
Ayer, tras conocerse su muerte, los tres denunciantes reaccionaron a la noticia a través de un breve comunicado y aseguraron estar tranquilos: “Todo lo que teníamos que decir de Karadima está dicho. Él era un eslabón más en esta cultura de perversión y encubrimiento en la Iglesia. Nosotros estamos en paz y solo nos mueve seguir luchando para que estos crímenes no vuelvan a pasar”.
En conversación con La Tercera, Cruz profundiza sobre lo ocurrido. “Hay muchos karadimas en la Iglesia chilena y hay demasiados obispos que están encubriendo y que siguen un mismo comportamiento criminal. Por eso hay que seguir. Si algo nos enseñó el caso Karadima es que hay que luchar todo lo que se pueda y poder desenmascarar a gente como (el cardenal Francisco Javier) Errázuriz y otros obispos que le han hecho tanto daño a tantas personas”, dice Cruz, quien hoy es parte de Tutela Minorum, la comisión del Vaticano destinada a la protección de abusos contra menores en la Iglesia.
En 2018 también hubo otro gesto relevante del Papa Francisco. Invitó a nueve personas al Vaticano para escucharlos y pedirles perdón. Entre ellos había cinco que en ese tiempo eran sacerdotes y fueron víctimas de abuso de conciencia y poder por parte de Karadima.
Uno de ellos es el hoy exsacerdote Sergio Cobo. “Me gustaría recordar a quienes denunciaron por primera vez. Este proceso se llevó adelante gracias a la perseverancia y valentía de José Andrés Murillo, Jimmy Hamilton, Juan Carlos Cruz y Fernando Batlle, acompañados por el abogado Juan Pablo Hermosilla. Tengo mis serias dudas de que esto hubiera salido adelante sin la valentía y la perseverancia de ellos. Yo no sé si la Iglesia hubiese hecho algo si no fuera por ellos, de hecho, todos los indicios hacen pensar que no, que se hubiera quedado ahí archivado”, asegura el exreligioso.
En esa misma línea, Cobo cuenta que nunca esperó un perdón por parte del expárroco: “Es muy difícil saber qué hay en la conciencia de Fernando Karadima. Yo nunca esperé que me pidiera perdón. Hay algo en su conciencia que yo no logro entender”.
También es duro en señalar que pese a todo el camino recorrido, aún falta avanzar en justicia. “Después del tremendo impacto en la Iglesia y el país que significó el caso Karadima, en realidad todavía seguimos con el problema y hay víctimas que todavía no son escuchadas ni acogidas. Eso es bien doloroso”, concluye.
El exsacerdote Eugenio de la Fuente, quien también recibió esa invitación del Papa, coincide en que la Iglesia todavía no cambia la cultura del abuso: “Es un momento importante para volver a poner sobre la mesa el tema del abuso que se ha sumergido por otras cosas que han ocurrido en Chile y en el mundo. El abuso de conciencia, el control mental sobre la vida de las personas en nombre de Dios es algo que la Iglesia ni siquiera ha comenzado a reflexionarlo o legislarlo”.
El párroco de Nuestra Señora de Las Mercedes en Puente Alto, Alejandro Vial, es uno de los pocos curas víctimas de Karadima que sigue ejerciendo el ministerio sacerdotal. Hoy recibe con tranquilidad el fallecimiento del exsacerdote, pero reitera los elementos que propiciaron que existieran sus abusos.
“Para mí, hoy Karadima es un personaje bastante extraño, que ya no me afecta demasiado. Representa una etapa y una parte muy oscura de la historia de la Iglesia Católica en Chile. No solamente por lo que él hizo, por sus abusos sexuales, de conciencia y de poder, sino también por todo lo que ocurrió en su entorno. Por lo que muchos no fueron capaces de detectar, porque había un respaldo institucional. Tal vez no a sus abusos, pero la Iglesia estaba preocupada de otras cosas y dejó pasar estas situaciones de las que había indicios preocupantes sobre los cuales se debió haber hecho algo antes”, afirma.