La historia del último volantinero de Valparaíso

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El volantinero Carlos Almarza. Foto: Dedvi Missene

Carlos Almarza (82) expone, por estos días, su trabajo en el Ministerio de las Culturas, sede Valparaíso. Lleva casi 70 años fabricando volantines a mano, últimamente, casi solo para decoración. La aparición del cometa estampado, y la prohibición del hilo curado, han provocado la lenta desaparición de este oficio.


Todos se quieren sacar fotos con él. Es sábado 10 de septiembre y el porteño Carlos Almarza (82) parece una celebridad: en el Centro de Extensión (Centex) del Ministerio de las Culturas, en Valparaíso, se inaugura la exposición “Navegar el viento”, una muestra que celebra sus casi 70 años dedicados a la confección artesanal de volantines calados.

La técnica la aprendió cuando tenía 13 años y vivía en el cerro Barón. En esa época -década del ‘50- encumbrar volantines era algo muy habitual, recuerda. Pero el dinero escaseaba y no tenía para comprar. Así que, apenas veía un cometa cortado, lo tomaba y se ponía a jugar.

Sus colores y figuras le llamaban la atención. Y se preguntaba cómo sería hacer uno. Apenas pudo compró sus primeros pliegos de papel y comenzó a fabricarlos, de un solo color. Le quedaban tan bien que los demás niños del barrio le empezaron a encargar.

Así partió. Les decía a sus amigos: traigan diez maderos -las varillas que dan firmeza al juguete- y yo les doy un volantín. Y no paró más. Pero, ¿por qué le gusta tanto hacer volantines? “Es una pasión que tengo. Yo siempre digo: primero era el amor por mi esposa y en segundo lugar el amor por mis volantines. A mí me encanta, puedo estar todo el día haciendo volantines. Y yo estoy siempre buscando, haciendo una creación, un nuevo diseño, un nuevo modelo. Estoy buscando, no me conformo con hacer los mismos volantines. Sigo buscando”.

El volantín calado

Con el tiempo, Almarza fue aprendiendo y afinando la técnica del calado, que hoy lo destaca como artesano de volantines a nivel nacional, asegura Patricio González, encargado de la exhibición, donde figuran 130 volantines y cuya museografía estuvo a cargo del estudio de diseño INAS.

El “calado” consiste en sacar figuras -triangulares, cuadradas, con forma de rombos o rectángulares- de distintos volantines, de un solo color, que luego va uniendo y combinando en un nuevo cometa, donde las hace calzar.

En específico, lo que hace es saca un rombo de un primer cometa, un triángulo de un segundo, y esas dos piezas las coloca en un tercero, nuevo. El pegamento va por los bordes, con una delicadeza muy propia de él.

Cada uno es distinto al otro. Pues en la fabricación está en juego la composición del color. Y Almarza trabaja con 20 tonalidades distintas. “Yo con cuatro volantines puedo hacer cinco figuras distintas, pero tienen que ser iguales”, explica.

El artesano dice que no conoce a otra persona que en la actualidad haga el mismo trabajo que él hace. Que hace años sabía de un caballero, del cerro Cordillera, que hacía volantines, “pero no como el que hago yo. Hay algunos que lo están copiando, pero no saben cómo se hace desde el principio, porque ellos van cortando pedazo por pedazo y los van uniendo” (no toman las figuras de otros volantines, como hace él).

Pero la tradición es mucho más antigua. Según registros del ministerio, la manufactura de volantines calados se remonta a la Colonia, con la llegada de los misioneros católicos, en particular de la Orden Benedictina. Y en Valparaíso, recuerda Almarza, “habían muchos volantineros, pero cuando salió el volantín estampado, todo eso se fue yendo pa’bajo”.

Ese tipo de cometa, explica, “es común y corriente y puede traer cualquier figura, que estampan en el papel, pero no es hecho a mano. Es más rápido. En la avenida Argentina te venden 50 volantines dentro de una bolsa. Y un atado de 100 maderos. Llegas a la casa, le pones pegamento y armas al volantín. Eso mató a los volantineros que había”.

Actualmente en Chile la mayoría de los volantines son de papel y estampados, con la técnica de la serigrafía, mediante imprenta o stencil. También son populares los volantines de plástico.

Pero la disminución en las ventas de volantines para juego también fue provocada por la prohibición del hilo curado, publicada el 17 de septiembre de 2013. La Ley 20.700, que sanciona la comercialización de este producto, establece en su artículo 3º que “la actividad de volantinismo con hilo de competencia sólo podrá ser desarrollada por personas mayores de edad, con inscripción al día en clubes y asociaciones constituidos conforme a la ley”.

Eso limitó la popularidad de esta tradición, que antiguamente se replicaba en distintos cerros de Valparaíso, restringiéndola únicamente a clubes autorizados, que han aumentado en número desde entonces, y a lugares específicos y autorizados para el juego. Así, las fiestas que se hacían en cerro Playa Ancha o Rodelillo, desaparecieron, recuerda Almarza. Y también la demanda comercial por los volantines. Y él, que solía vender 3.000 volantines en septiembre, bajó la producción. Y ahora vende todo el año porque “el volantín que yo hago lo compran para decorar, no para jugar”.

Almarza fabrica verdaderas obras de arte que vende a $ 5 mil o $ 10 mil, dependiendo del tamaño. Le compran restaurantes, como El Internado; también los vende en el cerro Concepción o expone en museos, como el Museo de Arte Popular Tomás Lago, de la Universidad de Chile.

“Nadie quiere jugar con un volantín de estos, para que se les rompa. Claro que ya no me compran por 20 o 10, compran 1 o 2″, señala Almarza.

El porteño es enfático en señalar que se volvió conocido gracias a la artista visual Danila Ilabaca, que hizo su tesis de pregrado de la carrera de diseño en la PUCV sobre volantines en Valparaíso, donde recogió su trabajo.

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El volantinero Carlos Almarza en el Centro de Extensión del Ministerio de las Culturas (Valparaíso). Detrás, parte de la exposición "Navegar el viento" que celebra su trabajo. Foto: Dedvi Missene

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