Sebastián tiene 17 años. Antes de llegar al Colegio Padre Álvaro Lavín de Maipú, de la Fundación Súmate, su historia escolar estaba marcada por fracasos, tristezas y sinsabores.

Sin ánimo siquiera para levantar un lápiz, cuenta, y con un modelo educativo ajeno a su realidad, el joven repitió dos veces. El sistema, como les ocurre a muchos otros, no lo subía al carro. Y así, el futuro lejos de las aulas era cosa de tiempo.

“En mis primeros dos colegios no me iba muy bien, los profesores no eran muy preocupados. Hacían bien su trabajo, pero no estaban muy encima. Y yo tampoco estaba pasando por un buen momento. Acá las cosas cambiaron harto. Uno nota la diferencia de los profesores”, detalla.

La historia de Jenifer (25 años) y Cristián (20), si bien tiene un desarrollo distinto, tuvo características similares. Ellos son pareja y tienen un hijo. Diversas circunstancias, como la paternidad y la necesidad de trabajar, provocaron que el futuro escolar se pusiera en jaque. Ambos alcanzaron un rezago de tres años educativos. Eso hasta que los dos entraron a la Escuela Nuevo Futuro, en Lota, también de la Fundación Súmate, donde comenzaron a asistir sagradamente a clases, muchas veces con su pequeño hijo.

Todos ellos podrían haber engrosado los 186.732 casos de niñas, niños y jóvenes que, según el Ministerio de Educación, hoy están fuera del sistema escolar en Chile. Y hasta hace poco lo hacían, pero hoy son parte de las cuatro escuelas, con 700 alumnos en total, de la Fundación Súmate, que a través de un sistema de dos años en uno promueve la reinserción. Se toparon, casi literalmente, con su última esperanza.

La realidad de los jóvenes que están fuera del sistema es dolorosa. Son historias largas. Son fracasos, decepciones y frustraciones que se han ido acumulando en su corta vida. Y eso habla del abandono que aún tenemos en políticas de infancia en el país”, dice Liliana Cortés, directora de la fundación.

En efecto, Sebastián ya hizo 7° y 8° básico, así como 1° y 2° medio. Cuenta que desde que llegó a este colegio se ha encontrado con muchas realidades, tan duras como disímiles: “He conocido personas a quienes les falta la familia, que los han echado de la casa o que han terminado en tribunales”.

En la otra vereda está Maximiliano Carreño (28), quien hace tres años hace clases en el mismo colegio al que acude Sebastián. Y es su profesor jefe. “Si hay 25 estudiantes en un curso, son 25 casos con distintos problemas. En un 5° básico te encuentras con alumnos de 13 y 20 años. Y cada uno con su historia académica, de vida, con las problemáticas de su contexto, que desertaron por bullying, con problemas económicos o sociales, que nunca fueron escuchados y que influye en cómo son”, detalla el docente.

Maximiliano y Sebastián, profesor y alumno, del Colegio Padre Álvaro Lavín.

Paul González, quien fue profesor de Jenifer y Cristián en Lota, coincide: “Muchos estudiantes cumplen una función de ser alumnos, pero también de hacerse cargo de su proceso educativo, son su propio apoderado”.

Los prejuicios

“Trabajar aquí me cambió mi percepción y prejuicios. Mi primera impresión cuando llegué fue que me iban a comer”, explica Carreño.

El profesor admite que se topó con alumnos más vulnerables y de contextos más populares a los que estaba acostumbrado. “Llegué hasta con susto, pero no es ni de cerca así. Si al final lo único que necesitan ellos es cariño, que los escuchen, que se sientan parte de un algo, que se preocupen por ellos”, expone.

Y agrega: “Yo usaba la palabra “flaite”, y ya no. Era una etiqueta que usaba al ver a alguien por su forma de vestir o hablar. Estos son chicos que tienen las mismas ganas, pero con carencias y necesidades, que tienen calle, que han vivido cosas que yo no, y quizás ni siquiera viva, con experiencias muy duras, con drogas, juzgados, violencia, problemas familiares”, resume para explicar su nueva mirada.

Carreño sostiene que el sistema requiere un cambio global de mentalidad: “Al país le falta entender esta realidad. Somos “El baile de los que sobran”, como dice la canción. Estos niños son invisibilizados muchas veces, o la gente los apunta con el dedo”.

La realidad que se vive al interior del colegio, eso sí, dista mucho de esos prejuicios. “Todo esto me ha cambiado mucho. Andaba deprimido y ya no. No sé si a mis profesores antiguos les daba lo mismo o qué”, revela Sebastián.

“Todos los días reafirmo que la educación de reingreso cumple sueños, cambia vidas, hace a estudiantes más alegres”, agrega Paul, el profesor de Lota.

La anhelada aprobación

El pasado 25 de febrero, el Consejo Nacional de Educación aprobó la Modalidad Educativa de Reingreso, en un intento por recortar los casos de deserción escolar. Esto quiere decir que se introducirá un cambio en el sistema educativo, complementando las modalidades ya existentes: educación regular, especial y de adultos. La noticia fue celebrada por la Fundación Súmate, tras seis años de espera.

“Nuestro sistema educativo, con tantas reglas y normas, no permite que estos chicos, cuando quieren volver, puedan hacerlo. Ellos tienen ganas, siempre las tuvieron. Lo que pasa es que las barreras personales, familiares y de la misma escuela no les permitieron volver”, asegura su directora, Liliana Cortés.

La aprobación implica tres grandes cambios: abre la posibilidad de crear planes y programas especializados para trabajar con personas excluidas del sistema escolar, la búsqueda de financiamiento a través de un sistema de subvención de reingreso, que se complementaría con las que actualmente se reciben, y en tercer término, se podrá implementar en los actuales centros de educación de adultos, por lo que algunos podrían reconvertirse en escuelas de reingreso o tener los dos servicios, además de instaurar aulas de reingreso en liceos o escuelas tradicionales.

Ahora resta que el Mineduc defina una propuesta de implementación, que la Unidad de Currículum y Evaluación plantee los programas a desarrollar, que la Agencia de Calidad de la Educación la incorpore y el proyecto de ley de subvención de reingreso asigne recursos para financiar la modalidad de reingreso.

En ese sentido, Cortés añade que “un país que quiere avanzar no puede tener la misma educación que hace 20 o 30 años. Y una forma de que sea más flexible es que los jóvenes tengan posibilidad de volver, que no tengan que llenar una cantidad de papeles o si cumple los requisitos. Debe ser que si tiene ganas, adentro. Y hoy no está pensado así”.

De hecho, aporta que con la mentada aprobación se podrá validar la experiencia de la fundación que dirige, así como adaptar las mallas curriculares de otros establecimientos, además de abrir nuevas puertas para el financiamiento. “Sería triste que se haya aprobado y que en la implementación nos quedemos cortos de plata y acciones”, reseña.