Es febrero, plena temporada estival, y en las calles de Colchane se ven muchos más extranjeros que habitantes residentes. Enclavada en la Cordillera de los Andes, a más de 3.600 metros sobre el nivel del mar y a escasos kilómetros de la frontera con Bolivia, donde se ubica la ciudad de Pisiga, en esta remota comuna jamás habían visto tanto interés por conocerla.

Son adultos, ancianos, embarazadas y niños... Familias completas que deambulan por la rural localidad, pero no precisamente para hacer turismo. Todos arribaron buscando cumplir el anhelo por el que salieron de casa: “el sueño chileno”. El problema es que se encontraron con una realidad muy diferente.

“Acá en Colchane está repleto todo, todo, la plaza llena. Y en los alrededores, igual”, dice Hortensia García (44), pobladora aymara que se dedica a la crianza de ganado. Hasta este jueves, 1.600 personas, la mayoría de nacionalidad venezolana, atiborraron la comuna, duplicando su población: según el Censo 2017, en la comuna viven 1.728 personas.

Muchos llegan engañados, acarreados por coyotes bolivianos que los dejan a varios kilómetros de los pasos fronterizos. Lo hacen caminando desde Bolivia, impulsados por las severas cuarentenas y cierre de fronteras en Perú y Ecuador, pero también por la esperanza de una vida mejor. ¿Por qué lo hacen a Colchane? En el gobierno indican que es un lugar fronterizo que ha tenido una histórica facilidad para su paso, donde cada dos semanas se realiza una feria binacional en la que el tránsito entre ambos países es muy expedito.

Migrantes venezolanos son cargados en camiones, para acercarse a suelo chileno. Foto: AFP

No es fácil soportar el altiplano andino. Alrededor de 30° C de día y -8° en la noche, sumado a la escasez de alimentos y nulos servicios básicos, hicieron que muchos se desesperaran para buscar abrigo. Mientras la mayoría acampa en plazas o la intemperie, algunos derechamente llegaron a tomarse las casas.

“Aquí se han transgredido los derechos de la seguridad de nuestros pobladores”, asegura el alcalde de la comuna, Javier García. Sin preparación para el ingreso masivo, con una población pequeña y sin los suficientes suministros de alimentos o agua potable para todos y en plena pandemia, el jefe comunal teme que la situación empeore.

“No contamos con supermercados ni farmacias. Se está produciendo una situación grave de salubridad pública, además de un riesgo inminente de contagio de coronavirus masivo, ya que los inmigrantes están agrupados durante el día en las plazas, en las calles, y durante las noches se toman las viviendas de los pobladores”, enfatiza García.

Con apenas 15 funcionarios de Carabineros en la comuna, el lunes se registró en la madrugada la llegada de más de 300 personas, provocando incidentes a la hora de su detención. El martes la situación fue similar, pero además pesó la muerte de dos personas: un anciano venezolano y una adulta colombiana, abatidos por el inclemente frío altiplánico.

“No podemos decir que son todos malos. No tengo nada en contra de ellos”, cuenta José García (60), un comerciante colchanino. Junto a su comunidad han prestado ayuda a los vecinos, aunque sabe que no podrán aguantar demasiado. “Les brindamos ayuda, alimentos, a veces agua... Alguna atención. Ellos han caminado tanto, están pasando hambre. Uno los ayuda en lo que puede”, reconoce.

Fuertes lluvias han caído sobre la provincia del Tamarugal, complicando aún más la situación de inmigrantes ilegales. Foto: AFP

La situación es una olla a presión y en cualquier momento podría estallar. Durante los últimos días fuertes lluvias azotaron la provincia del Tamarugal, complicando aún más el escenario. Y quien ha seguido de cerca los hechos es Marcelo Santibáñez, conductor de La Mañana de Radio Paulina, una de las emisoras más escuchadas en la zona.

Él vive en Iquique, la segunda parada de los extranjeros que están entrando por los pasos no habilitados, la otra comuna que está comenzando a complicarse con el fenómeno. “Gran parte de la población está viendo con ojos solidarios este tema, pero también hay desbordes. Tenemos plazas desbordadas y aunque estamos en cuarentena, muchos migrantes andan dando vueltas, son muchísimos”, explica. Si el ritmo de visitantes continúa como ahora, los iquiqueños verán también el colapso de sus servicios.

Santibáñez ha seguido la evolución de la situación día a día y entiende perfectamente por qué está ocurriendo. “Por acá, históricamente, pasan todos. Personas, mercadería, contrabando, drogas... de todo. Y las autoridades no han hecho lo suficiente para frenar esto. Ahora tenemos este problema y tampoco han reaccionado a tiempo”, señala.

Su mayor temor es que comiencen a presentarse hechos de xenofobia: “Hemos recibido varios llamados con insultos o gente creyendo por fake news que los migrantes están recibiendo bonos de subsidios, lo cual es una mentira. Lo único que reciben es ayuda de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM)”.

La situación es tan compleja que el Intendente de Tarapacá, Miguel Ángel Quezada, debió suspender sus vacaciones para trabajar en ella. “Actualmente, han llegado 3.600 extranjeros irregulares solo este año, 10 veces más que a la fecha el año pasado”, advierte.

Sabe que el escenario no es sencillo, por lo que junto al gobierno busca ubicarlos en lugares donde puedan cumplir la cuarentena respectiva. “Estamos evaluando tres sectores de Iquique donde tener soluciones. Deben estar aptos técnica y sanitariamente para ser habitados”, explica. Por ahora, son las escuelas de Iquique las que han servido como albergue.

Aunque el sueño chileno sigue alejado para muchos, el fenómeno migratorio está lejos de desaparecer. Por ahora, las familias del Tamarugal son las que cargan con el problema.