El aliento desterrado
ANUARIO 2020: PASIÓN
2020 fue un año sin hinchas. En Santiago, Coquimbo o Puerto Montt. El dolor por meses sin acudir a los estadios embarga a todos los fanáticos por igual. Azules, albos o cruzados. Aurinegros o granates. El sufrimiento por la grada vacía no tiene color.
La última vez que en Chile se jugó un partido con hinchas fue el 15 de marzo. En esa jornada, Audax y la U. de Conce se enfrentaron en La Florida con 798 espectadores. Apenas unas horas después el país entró a la dinámica de las cuarentenas y de fanáticos en las gradas no se supo más. Desde ahí ya han transcurrido más de 280 días, toda una eternidad para aquellos que tenían como ritual ir a ver su equipo. ¿Cómo lo han hecho? ¿Cuánto han sufrido? ¿Cómo imaginan el retorno?
Pablo Magallanes, apodo como se le conoce en la barra de la U, dice que está vuelto loco. Y es que hasta antes de la llegada del virus, el hincha de 48 años había ido al estadio a la impresionante suma de 737 partidos desde 1977. Hoy es abonado en Andes. Todos y cada uno de esos 66.330 minutos de fútbol los tiene registrados en una plantilla Excel.
“Para mí es una obsesión y quiero llegar a 1.000 partidos. Vi un documental del Superclásico de Argentina y un anciano, hincha de River, tenía un libro gigante donde anotaba todo, y podía decir ‘he visto 2.570 goles’. Y ahí me pregunté a cuántos partidos habré ido yo”, dice Pablo.
Y es que, domingo a domingo, este fanático azul ya tenía bien interiorizado un rito que ahora, de golpe y porrazo, le quitaron. “Uno se prepara mental y logísticamente para el estadio. Me casé con una mujer que estuvo dispuesta a aceptarlo”, dice, antes de agregar sobre la ausencia de tablón: “Es una cosa terrible, sea del club que se sea. Me da pena. Uno echa de menos todo. Menotti lo decía: ‘El fútbol es una excusa para ser feliz’”.
Y así como Pablo, en la clásica vereda rival hay otra hincha, que a pesar del amor por los colores opuestos, sufre igual. Maggy es de la UC por su papá, pero también gracias a que, según cuenta, jugaba fútbol en El Bosque con dos hermanas de Hans Martínez, exdefensa cruzado. Un día, de sorpresa, los Martínez la invitaron a San Carlos. Desde ahí sigue a la Católica a todos lados. En Chile y en el extranjero. Su fanatismo es tal, que tiene dos tatuajes del club y su casa es un verdadero santuario: cortinas, tazas, cubrecamas, pósters y cuadernos donde registra todo. Por eso, dice, su angustia sin la cancha es enorme.
“Duele no poder ir al estadio a alentar al equipo de tus amores. Me llega a faltar el aire. Se extraña y duele el alma no tener a la Católica presente”, se sincera Maggy, quien es abonada de Mario Lepe.
La fanática pasó el rito del estadio al living de su casa y la TV. “Es espantoso. Si sigo así voy a terminar rompiendo la tele. No es lo mismo: grito y parezco loca”, cuenta. Y agrega: “No me puede molestar nadie. Me encierro y echo a todos de la casa”.
A más de 1.000 kilómetros de distancia, Sebastián Carrera, el hincha solitario de Puerto Montt postulado en 2018 para The Best, sufre igual. A pesar de que su equipo juega en la B, siente la falta de gradas, maní y gritos de gol. “Ha sido particularmente difícil, porque llevo mucho tiempo siguiendo a Puerto Montt. Hace más de 20 años que voy al estadio y no hacerlo te vuelve triste”.
Dice, eso sí, que se las ha arreglado para seguir al equipo. “Como no hay televisión en la B, los escucho por la radio. Y cuando puedo, cruzo una isla (Tenglo) que está al frente del estadio Chinquihue, me subo a un pino y veo, aunque minúsculos, a los jugadores”.
En Colo Colo ocurre algo quizás más doloroso: no poder acompañar al equipo en una campaña tan mala como la que tienen. “Duele mucho, como nunca antes, quedarse fuera de un partido”, dice Luchín, como lo conocen sus amigos de Macul. ¿Por qué? “Con el hincha en la cancha, Colo Colo no estaría en el último lugar. No es lo mismo ir al Monumental con 30.000 personas en las tribunas que con un estadio vacío”. Por eso, agrega, ha sufrido más que cuando le tocó ver alguna final perdida.
En la Cuarta Región también hay pesar. Cuántos años no habrán esperado los hinchas de Coquimbo Unido para que su equipo viviera algo como la presente campaña en la Sudamericana y justo una pandemia les robó la ilusión de acompañar al equipo en un año histórico.
“Lo que para muchas personas puede ser algo súper superfluo, para uno es una válvula de escape”, dice René Álvarez, quien es fanático del Pirata por un tío y sí pudo acompañar al equipo en la Libertadores del 92, el único torneo internacional en que habían participado los aurinegros. Él es abonado junto a toda su familia y lamenta no poder haber estado en el Sánchez Rumoroso o en los viajes al extranjero. “Hemos tratado de participar con banderazos, pero el estadio es el hogar común que tenemos los hinchas. No vivirlo es difícil”.
La vuelta soñada
Nadie sabe cuándo, nadie sabe cómo. Lo cierto es que cada fanático tiene su propio ideario de un supuesto retorno a la cancha. Se imaginan cómo serán esos 90 minutos, quizás como si fueran los primeros a los que alguna vez se tuvo la posibilidad de ir.
“Voy a estar feliz de que me revise la policía, me da lo mismo”, reseña en tono irónico el azul Pablo. Ya más en serio, hasta nombre le tiene a la película del retorno: ‘El mejor día del año’, así se llamará esa fecha. Y es lógico. Será muy emocionante, todos estaremos felices de volver a vernos”.
Maggy, su rival de colores, pero compañera de sufrimiento, concuerda: “Me lo imagino con una bienvenida enorme, como si estuviéramos celebrando una final”, asegura. “Lo espero con ansias, creo que me puede dar hasta un infarto de la emoción, con las pulsaciones a mil”, añade.
Carrera, el hincha de Puerto Montt, dice que el regreso se lo imagina lleno de sentimientos. “Mucha gente se va a emocionar y otros se van a reencontrar, hay mucho amigo de estadio”.
Álvarez, el forofo coquimbano que además presidió una corporación (Cofradía Coquimbo) que promueve causas sociales con los colores amarillo y negro del club, ya planifica la ida a una posible final. “Tenemos hartas ganas de estar en ese hito histórico del club”, señala. Y es que esto es más que solo un simple fanatismo. “Cuando Coquimbo fue a la Libertadores el 92, mis papás hicieron el esfuerzo y nos llevaron a Rosario y Buenos Aires. Les había dicho a mis hijos que cuando Coquimbo jugara otro torneo internacional, iríamos, y la pandemia no nos dejó”.
Por eso guarda muchas esperanzas para imaginar así su regreso a las canchas: “Ojalá se pueda abrir una ventanita sanitaria de Conmebol, y si no, haremos el esfuerzo por estar afuera”. Y es que, como sea, el hincha puro y duro, a ese que le quitaron el color y el calor del estadio, necesita suplir esa falta. Y ya.
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