Johnny le dice adiós a Gladys: el conmovedor relato del arquero tras la partida de su madre

Johnny Herrera
Herrera, sentado en medio de su madre, Gladys, y su sobrina Maricel.

Emocionado y nostálgico. Sin su coraza, lejos del Samurái que divide a los hinchas, el angolino recuerda la vida de Gladys Muñoz, su madre que falleció contagiada de Covid-19.



“Mi mamá quería seguir viviendo, no quería morirse. Y te puedo asegurar que la peleó hasta el final. Quería seguir viendo crecer a Bruno, mi hijo. Quería seguir escuchando el ‘abuela Laly’, como le decía Brunito. Estoy triste, intentando llenar el vacío. Quedó pendiente el abrazo”.

La voz de Johnny Herrera se escucha algo temblorosa. No es la misma con la que tantas veces se ganó el odio de los hinchas de Colo Colo. Se toma pausas. Los silencios que se producen durante el diálogo van acompañados de suspiros de nostalgia. Viaja al pasado en cuestión de segundos. Pasa por todas las emociones, por todas sus épocas. Se ve en su infancia y en su madurez. Se sumerge en penas y alegrías. La muerte de su madre Gladys Muñoz Pacheco (80 años), el martes pasado, a las 21.30 horas, en la Clínica Alemana de Temuco, no deja de dar vuelta por su cabeza. El Covid-19 acabó con la historia de la mujer que tantas veces se encargó de levantarlo.

Sábado 28 de marzo. “Estaba viendo una serie en la casa en Viña. Mi celular lo tenía en modo avión porque no falta el desubicado que llama tarde. Lo activé porque quería ver el nombre de una actriz de una película que había agarrado recién. Justo me caen todas las llamadas de mis parientes del sur. Llamé de vuelta y mi sobrina me dijo que mi mamá estaba grave. El doctor le dijo que tenía un 1% de sobrevivir”, dice un pausado Johnny. “Me pasaron al doctor y le dije que hiciera lo posible, que mi vieja la iba a luchar como tantas veces”.

La coraza de un futbolista que parece no sentir miedo se fue al suelo. Johnny volvió a sentirse indefenso, como cuando era un niño que corría para llegar a su hogar, entre las calles Bunster y Rancagua, en Angol. Su madre, la misma que tantas veces lo cobijó, estaba en una lucha que partió perdiendo desde que ingresó a la clínica. En cuestión de segundos, su vida tomó otro sentido. Su señora Steffi Scholtbach fue su primer desahogo, mientras preparaba su bolso para salir lo antes posible a Temuco.

A eso de las cinco de la mañana, cuando se puso fin al toque de queda, tomó su maleta y comenzó el viaje al sur que nunca quiso hacer. Cerca del mediodía ya estaba junto a sus familiares. Los primeros mensajes no invitaban al optimismo: “Al llegar a la clínica, me llama la doctora de la UCI y me dice que me tengo que despedir de mi mamá porque se iba a morir. Me explicó que en la parte clínica no sabían cómo estaba viva, pese a que uno la veía bien. Ahí escucharon mis sobrinos y se pusieron a llorar”.

La vida de Gladys Muñoz estuvo marcado por el esfuerzo. Ese mismo esfuerzo que demostró para pelear durante dos días con una neumonía y el Covid-19 encima. Quizás con ese mismo valor que tuvo para cumplir el rol de madre y padre de tres hijos: Alejandro, Johnny y Julio. “Mi mamá siempre tuvo mucha personalidad. Fue mamá soltera y echó a mi papá de la casa cuando yo era chico. Eso antes no se hacía, imagínate hacer eso hace 30 años. Se las bancó sola para sacar adelante a la familia. Me saco el sombrero y lo haré siempre por ella. Se sacó la cresta por nosotros. Se le quemó la casa dos veces. Mi mamá tiene una cicatriz en el brazo porque intentó sacar cosas cuando se nos quemó la casa. Y así todo salió adelante. ¿Mi padre? Fue preocupado un tiempo, pero mi apoyo siempre fue mi vieja. Siempre dependí de ella, a mi papá nunca le pidieron nada en la casa”.

En el local El Deportivo, antes bar hoy una cantina que maneja Julio, el hermano del portero, fue donde Johnny creció junto a su madre. Ahí vivió hasta los 13 años cuando partió a las inferiores de Universidad de Chile. “Mi madre tuvo tres veces neumonía y las tres se salvó. Esta vez llegó con una neumonía muy avanzada y ya era imposible recuperarla. Nunca fumó, pero sí sabíamos que tenía los pulmones fritos por el local que tenemos en Angol. En la época de los 70-80 se fumaba dentro de los locales y no había restricción. Eso le terminó pasando la cuenta”.

Y si bien la familia Herrera Muñoz logró levantarse una y otra vez, hubo un episodio que marcó de por vida a su madre. La muerte de Alejandro, el hermano mayor de Johnny, en un accidente automovilístico, en junio de 1991, pareció derrumbarla: “El dolor más grande de mi madre fue la muerte de mi hermano mayor, por lejos. Me acuerdo perfectamente cuando murió y fue súper duro para todos. Para ella siempre fue un rollo la muerte del Jano. Me acuerdo perfectamente: yo tenía 10 años y también fue una pena súper grande porque para mí fue como mi papá. Tenía 20 años más que yo. Fue una de las pocas veces que la vi abatida en la vida, pero también logró levantarse y salir adelante”.

Johnny sigue con su mente en el pasado. Las anécdotas afloran. Las recuerda con tranquilidad, como queriendo grabar los momentos que marcaron su vida: “Mi mamá me quitaba la comida cuando veía que le estaba metiendo mucho. Ella me cuidaba, pero también me criticaba: ¿Pero qué le pasó? (cambia su voz) Me decía cuando cometía algún error en el arco. También me dijo que en la U no le hiciera caso a hueones y que no me retirara porque me quedaban algunos años para jugar. Era una tradición pasar todos los años la Navidad con ella y la familia de Julio, mi hermano. Nos íbamos todos a la casa de mi mamá en el sur. Después se integró la Steffi y Bruno”, dice, algo emocionado. “¿Cómo se llevaba mi mamá con Steffi? Mi vieja era un poco celosa, pero Steffi le ganaba. Steffi siempre me preguntaba a quién quería más. Yo le respondía que a Bruno y después a ella y a mi mamá por igual. No le gustaba mucho, le costó convencerse”, dice, entre risas.

Herrera viaja nuevamente a su infancia en cuestión de segundos: “Mi mamá fue todo. Me forjó como persona. Era muy estricta. Más allá de que no la tuviese al lado mío, porque yo me fui a los 13 años a Santiago, tuve una adolescencia solo prácticamente, siempre me crió muy estricto y responsable. Cuando empiezo a analizar lo que hizo mi vieja por mí, es algo tremendo. Seré un agradecido porque fue la que me crió completamente. Fue mi padre y mi madre y gracias a ella conseguí todo lo que conseguí. El primer año que llegué a la U me pagó la pensión, el colegio, todo. Era el menor y el regalón. Siempre me apoyó pero en el buen sentido. Cuando quería mandar todo a la cresta ella me hacía reflexionar. Me queda la tranquilidad de que los últimos diez años los disfrutó a concho. Me encargué de que no trabajara más, le pasé una tarjeta adicional y que hiciera lo que quisiera”.

Herrera
La señora Gladys, acompañando a su nieto Martín, sobrino de Herrera.

En la mente de Johnny se cruzan momentos durante la conversación. Viaja, incluso, a los más duros. Se ubica en el día del accidente del atropello a Macarena Cassus, en 2009. “Ese día, apenas tuve el accidente, la llamé para decirle que no me esperara porque iba a llegar tarde. Le dije que me iba a ir a Viña. No quería preocuparla. Después se enteró por la prensa de lo que había pasado y llegó al lugar. La abracé y me puse a llorar. Ella estaba firme y me decía que tenía que estar tranquilo. Siempre me apoyó. Ella fue un pilar en toda mi vida”.

Johnny vuelve al presente. Se vuelve a posicionar en Temuco. Se cubre con una mascarrilla doble, antiparras, y el delantal para pasar a despedirse de su madre por petición del médico de la clínica. Fueron dos horas exactas de diálogo. “No fue fácil hablar con mi vieja. Se veía impeque, súper lúcida. Tenía los pulmones mal, pero estaba bien del corazón y de la mente. Mi mamá fue inteligente hasta el final, seca para los negocios. No era fácil despedirse porque yo la veía bien. No entendía cómo me mandaban a despedirme de ella, era casi que un contrasentido. No tenía lógica. Le expliqué que tenía que seguir luchando, que Bruno quería ver a su abuela Laly. Hablamos de la vida, hablamos de todo”, dice antes de tomarse unos segundos para respirar.

El martes, a las 21.30, la lucha de Gladys se detuvo. “La noche del domingo y el lunes fueron súper buenas, pero el martes se vino abajo. Ahí se cansó y dejó de respirar”. La pena se apoderó de la familia. Laly, como le dice su hijo Bruno, decidió descansar: “Quedó pendiente el abrazo, pero estuvimos ahí. Cuando falleció entramos con mi hermano y mi sobrino. La enfermera se paleteó, porque insumos médicos no estaban quedando en el sur. Nos dio la posibilidad de despedirnos, pero teníamos que estar a un metro y sin tocarla. En la clínica nos facilitaron la capilla para que pasara esa noche, pero todo bajos resguardos sanitarios estrictos”.

Un día después, la madre de Johnny ya estaba en Angol. En una carroza fúnebre, y acompañado de sus más cercanos, Gladys pasó por aquellos lugares que tantas veces adornó con sus pisadas. El Deportivo, su gran negocio, lo esperaba con gente que se acercó a despedirla. “La gente de Angol se portó súper bien. Hablamos con el alcalde y conseguimos un lugar en el cementerio para que estuviese con mi hermano que falleció. Harta gente fue a despedirla con mascarillas y eso se agradece mucho. Fueron súper valientes”, dice. El funeral estuvo lejos de lo que Johnny se imaginó. Mascarillas y trajes para evitar contagios por el Covid-19 marcaron la ceremonia. “A mi mamá yo la hubiese despedido a lo grande, con una ceremonia como realmente se merecía. Fue algo rápido. Un amigo sacerdote de la familia dio unas palabras y sería todo”.

Hoy, Johnny está en Viña del Mar. Está solo, sin su familia, intentando asimilar el golpe más duro que ha recibido en su vida. Su madre ya no estará más y él cumple una rigurosa cuarentena tras compartir con ella. Este miércoles se sometió a exámenes en la Clínica Reñaca para verificar su situación médica. Salió negativo. “La gente todavía no entiende. A uno no le cae la teja hasta que le toca. Es así. Yo ya había dicho que tenía miedo por mi mamá y mi hijo. La gente no entiende lo que es este virus. Yo no he visto a mi hijo y a mi señora desde la madrugada que me fui a Temuco. Y cumpliré todo a cabalidad porque no quiero ser ningún pequeño riesgo para nadie. Esto está empezando en Chile. De acá a cuando pase el invierno será duro, será difícil”.

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