Claudio Bravo, Gary Medel, Arturo Vidal y Alexis Sánchez son los jugadores más aplaudidos en la presentación de la Roja, en San Carlos de Apoquindo. Quizás Ben Brereton se les acerque en la medición de popularidad, pero en el aplauso que reciben los estandartes de la Generación Dorada hay un reconocimiento genuino y profundo. El cuarteto es el responsable de buena parte de los mejores momentos de la Selección y, después de cuatro años, vuelve a reunirse en el campo de juego en un partido por las Eliminatorias. Como en los mejores tiempos, sale airoso, ofreciendo destellos de calidad, pero, sobre todo, poniendo el límite de sus capacidades en beneficio de la Roja.
Desde el 10 de octubre de 2017, en el triunfo sobre Ecuador por 2-1, en la penúltima fecha de las Eliminatorias para Rusia 2018, Bravo, Medel, Vidal y Sánchez no peleaban juntos los tres puntos en el camino hacia un Mundial. En la Copa América coincidieron en el duelo ante Brasil, por los cuartos de final, pero la salida de Sánchez truncó la fórmula con la que Martín Lasarte soñaba complicar a la Verdeamarilla.
En Las Condes, cada uno puso lo suyo. Bravo y Medel, por ejemplo, estuvieron en permanente comunicación, por su cercanía en la cancha. Cada cierto rato, el Pitbull alza un pulgar para comunicarle al capitán que había escuchado alguna de sus instrucciones. El guardameta también habla mucho con Sebastián Vegas, quien, a su vez, recibe permanentes instrucciones del Niño Maravilla. El delantero del Inter, eso sí, es menos amable. Le indica al defensa del Monterrey que suelte rápido el balón. Lo hace un par de veces. Hasta que se mosquea y decide cambiarse de banda. Por la derecha, Sánchez se reencontraría con su socio de siempre, Mauricio Isla. El Niño Maravilla también asume la ejecución de los tiros de esquina, otra muestra de su jerarquía. Y, a ratos, le pide a Diego Valdés que retrase el balón y se tome una pausa para iniciar los ataques.
Rabietas y aplausos
Bravo también pasa rabias. Sobre todo cuando sus compañeros abusan en buscarlo en situaciones incómodas y lo ponen en riesgo. El capitán muestra su carácter y patea el palo izquierdo en señal de desaprobación. Los goles de Erick Pulgar le cambiarán el semblante. Vidal, en tanto, muestra lo de siempre: el permanente despliegue que les encanta a los fanáticos. Sin embargo, la acción que más aplausos le valió al Rey no estaba validada: quiso parar con un taquito un balón que ya no estaba en juego y la tribuna Alberto Fouillioux estalló en reconocimiento.
El Pitbull, en tanto, se sentía en casa. No había podido jugar frente a Paraguay. Lo vio todo Chile. Ahora, en la cancha, disfrutó todo lo que pudo. Incluso, al término del primer tiempo se acercó a un fanático para entregarle un tesoro invaluable: su preciada camiseta.
La ventaja en el marcador les permite un complemento algo más tranquilo. Sánchez, en todo caso, sigue en los suyo: felicita a Brereton por algún acierto y le da instrucciones a Vidal en alguna situación puntual. Busca su gol con insistencia, pero sin éxito. A ratos, se frustra. Y el Rey se enrabia en varias oportunidades. Se transforma en el blanco de las infracciones llaneras y mira al juez Raphael Claus, reclamándole alguna amonestación a sus agresores.. Luego, resignado, opta por dar vuelta la página.
Ni la ventaja, ya decidora, ni el avance del tiempo disminuyeron las ganas de los históricos jugadores nacionales. Desde el fondo, Medel les exige a sus compañeros que despierten y que sigan presionando. Vidal asiente.
El gol de Brereton termina siendo el momento justo para desahogar definitivamente las tensiones. Bravo y Medel lo festejan abrazados. El buen ánimo alcanza para todos. Vidal aplaude a Valdés cuando Lasarte lo sustituye y le pide al público que lo siga. La Selección está feliz. Como todo Chile.