La fiesta interminable
Colo Colo estira a 18 años su imbatibilidad como local ante una U acomplejada que no tiró una sola vez al arco. Insaurralde anota la única cifra de un duelo de poco vuelo futbolístico y muy caliente dentro y fuera de la cancha.
Con la cabeza y sobre todo con la pelota. Y también con la cuota de fortuna necesaria para este tipo de partidos. Colo Colo le volvió a tirar la historia por encima a la U, le volvió a ganar el Superclásico y estiró a 18 los años de imbatibilidad en el Monumental en esta clase de compromisos. De principio a fin, para que no quedaran dudas. Con la tranquilidad de saberse mejores y sobre todo con la paciencia para aprovechar el momento para dar el golpe. Los albos establecieron la diferencia justa en un partido chato, pero que siempre estuvo del lado del dueño de casa.
Gran diferencia en el juego y sobre todo en las respuestas de las individualidades. Colo Colo lo ganó en todos los sectores de la cancha, minimizando a su rival. De hecho, la U no tuvo una sola chance de convertir clara, lo que demuestra el pobre rendimiento también del cuadro de Kudelka.
Colo Colo siempre tuvo claro como jugar el partido. Pese a todos los obstáculos que le presentó la U en el mediocampo, ubicando incluso a sus externos como volantes, Valdivia siempre encontró la posición para recibir con tiempo y a partir de ahí organizar. Ni Seymour ni Espinoza salían a anticiparlo, más preocupados de la línea de habilitación que podían establecer, que de recuperar pronto el balón.
Los albos jugaron casi siempre instalados en terreno rival, producto de la rápida recuperación de balón de sus zagueros ante los febles delanteros azules y porque la U tampoco sabía que hacer cuando tenía la pelota. Entonces, con un escenario tan favorable desde la tenencia, Colo Colo debía esperar el momento preciso para acelerar y marcar diferencias en los últimos metros de la cancha. Sin embargo, Paredes y Barrios nunca estuvieron cómodos para recibir ni menos para girar. Bien marcados siempre por Vaz y Vilches, los delanteros no tuvieron una sola chance clara de gol. De hecho, la más peligrosa en el primer tiempo fue un cabezazo de Valdivia a la entrada del área, tras un centro de Opazo.
La U hacía lo que podía. Pelotazos largos a sus delanteros y a rezar un ave maría parecían el único argumento. Los mediocampistas, especialmente Lorenzetti, perdían fácilmente el balón y ante el mínimo espacio de maniobra, elegían el balonazo para sacárselo de encima. No había una idea en el libreto de los volantes escogidos por Kudelka más que romper y despejar.
Con Paredes y Barrios muy bien custodiados, Colo Colo debía apelar a otros actores para romper el cero. Valdivia no podía hacerlas todas en un partido que se jugó a su ritmo. El balón detenido, un argumento muchas veces dejado de lado, le daría a los albos la llave del clásico. Un mal despeje de Rodríguez, de lo peor del cuadro universitario en Macul, en el primer palo tras un tiro de esquina, le daría una segunda chance a Baeza, quien le puso el balón en la cabeza a Lucas Barrios. El suave toque del argentino se estrelló en el palo, pero el rebote le quedó mansito a Insaurralde, quien con el pecho la introdujo en el arco de un vencido Herrera.
En desventaja, la U tuvo que salir del cajón defensivo que planteó para intentar la heroica. Pero se dio cuenta de que no había ideas ni menos intépretes. Los delanteros, sin compañía por los costados, perdían los duelos con sus defensores. Así, naufragaban mansamente sin dar señales de rebeldía. Y los volantes no tenían piernas para romper líneas. La estadística de remates al arco fue lapidaria: ninguno llegó siquiera. Así era imposible soñar con rescatar un empate. El duelo, entonces, estaba cerrado.
Sin hacer mucho, pero sí lo suficiente, Colo Colo volvió a quedarse con una nueva edición del Superclásico. Sin puntos bajos, como se deben jugar estos compromisos. Un partido hecho a su medida, que lo juega con la personalidad suficiente, y que a la U parece quedarle cada vez más grande, sin saber siquiera cómo enfrentarlo. Y los años siguen pasando como una brutal condena sobre sus cabezas.
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