Si algún desprevenido sintonizaba la final de la Primera B el viernes por la noche, donde San Marcos de Arica le ganó 1-0 a Unión La Calera, perfectamente pudo creer que se trataba de un partido de la primera ronda de la Copa Chile o un duelo de mitad de tabla, entre dos equipos que no pelean nada. Las tribunas del Carlos Dittborn estaban raleadas de público, en la cancha el duelo era intenso pero muy torpe y en los medios este partido casi no tuvo registro. Se supone que juegan algo importante: el ascenso. Pero el producto objetivo parecía señalar otra cosa, casi un duelo de relleno, el jugar por cumplir.

Hace mucho tiempo que la B perdió su dinamismo esencial: pelear a muerte por no caer a Tercera y pelear a muerte por subir a la A. Atrapado por los factoring, la división es apenas una plataforma de negocios de un grupo de empresarios, la palabra dirigentes les queda bastante grande, donde la noticia se genera por las salidas de madre del Clavo Godoy o que tal o cual equipo no puede pagar la cuota de incorporación. Caer en la B es una bendición para los dueños de los clubes y una maldición para quien pretenda desarrollar esa cosa llamada fútbol. La pelota es lo que menos importa. Cumplen con lo mínimo de lo mínimo: once uniformes del mismo color el domingo, pero el resto no les importa nada. Si no fuera porque el estado les remodeló los estadios en la última década, capaz que estarían jugando en el parque marcando los arcos con chalecos.

Arriba hay un tapón: para ascender no sólo hay que ser el mejor de la temporada, sino que también hay que jugar partidos de ida y vuelta con el último de la Primera A, rival que, por lógica, tiene mejor plantel y todas las de ganar. Ni hablar de las antiguas liguillas de promoción, esa sana costumbre de premiar a los que pelean todo el año con otra posibilidad deportiva.

Para abajo hay otro tapón: baja uno, pero el que viene desde la Segunda Profesional debe indemnizar al que baja y entrar a competir endeudado. Y no sólo eso, la Segunda Profesional es otro filtro, inventado por ellos mismos, para evitar que los advenedizos de la Tercera se quieran meter en la fiesta.

Hoy la Primera B es un estamento estanco que se esconde en nombres, colores e hinchadas construidos hace muchos años. Al final, nadie quiere subir ni bajar. Sólo mantenerse, cobrar las platas del CDF y esperar el pedazo de la torta si es que llegan a vender el canal. La final del viernes es un buen ejemplo del producto que estos señores han logrado.

Pero no les basta, ahora quieren adueñarse del fútbol chileno en su totalidad. No les basta con haber destruido la Primera B y la Tercera División. Van por la ANFP. Total, como hay más de 15 clubes que les deben los préstamos hechos con su factoring. Con esa plataforma están juntado los votos necesarios para irrumpir en Quilín y terminar la faena. El próximo año hay elecciones en la ANFP, capaz que todas las pesadillas se hagan realidad.

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