Existían varias emociones al momento de enfrentar el partido entre Chile y Uruguay. El realismo más concreto llamaba a la resignación. La Roja ya no dependía de sí misma ni siquiera para ir al repechaje. El optimismo más exacerbado alimentaba la esperanza de una nueva hazaña de un plantel histórico y de sus principales lumbreras. También estaba el agradecimiento más profundo. A San Carlos de Apoquindo, asumiendo que las matemáticas no eran demasiado generosas con la opción de clasificarse al Mundial de Qatar, varios llegaron a brindar la despedida a la Generación Dorada, el grupo de jugadores que elevó a la Selección a lo más alto del concierto sudamericano, pero que, por ese designio ineludible que representa el tiempo, en algún momento se tenía que extinguir.
Varias de esas sensaciones se manifestaron incluso antes de que el juez argentino Patricio Loustau ordenara que el balón se pusiera en juego. En el recinto de Las Condes hubo espacio para los homenajes, como el que recibió el retirado Jean Beausejour, como para la emoción, que corrió por cuenta de Andrea Díaz, la madre de Ben Brereton, quien no pudo contener las lágrimas en la ejecución de los himnos. También hubo espacio para los reencuentros, como el de Eduardo Vargas con Jorge Valdivia, ahora convertido en comentarista deportivo. Gary Medel también se acercó a sus excompañeros. Todo eso, sin descuidar que había que enfrentar a la Celeste y, obligadamente, ganarle, para recién tener la esperanza de un auténtico milagro.
Los gritos del silencio
El inicio del partido fue, de hecho, un cable a tierra. Bastó que el partido comenzara para advertir que los charrúas no estaban para hacer favores ni para participar en reconocimientos de ningún tipo. Llegaban clasificados, pero se tomaban el duelo con una seriedad absoluta. A tal punto de que no solo se dieron maña de negarles los espacios al ataque chileno, sino que transformaron en figura al arquero chileno Brayan Cortés. Ni la prematura salida de Edinson Cavani les afectó. Y cómo no, si el reemplazante tenía tanto o más jerarquía: Luis Suárez.
Hubo que esperar varios minutos para que Chile se animara a atacar y entusiasmara a los hinchas desde el rendimiento. Martín Lasarte, desde el borde de la cancha, parecía entre entregado y apagado. En escasas oportunidades se animó a transmitir energía o a dar alguna instrucción. A lo sumo, aplaudió un par de veces y los instó a salir de la zona defensiva y a pararse un par de metros más adelante. El resto del primer tiempo lo vio con los brazos cruzados o las manos atrás.
En las tribunas, en tanto, se jugaban varios partidos. Los gritos de aliento, como en todas las Eliminatorias eran tímidos. Y, literalmente, se silenciaron cuando a Las Condes llegó la noticia de que Perú se había puesto en ventaja, uno de los resultados que nadie quería, porque eliminaba definitivamente a la Roja. El reducto cruzado quedó mudo. Literalmente, el minuto de silencio que nadie respetó antes del inicio del juego, ahora se daba como una reacción genuina. Los fanáticos asumían que la última esperanza se disipaba. Peor aún, que llegaba a su fin. Los jugadores sintieron lo mismo cuando recibieron la confirmación desde la banca. Hubo, también, insultos contra el juez Loustau. Y entre los jugadores chilenos, para Gabriel Suazo.
La despedida
Si antes del inicio del partido hubo lágrimas, al final también. El destino de la Roja, que llegaba medianamente cerrado, ahora ya lo estaba definitivamente. El golpe para los principales referentes fue duro. Algunos, principalmente Arturo Vidal, se habían preocupado de mantener la llama de la ilusión encendida. Ahora, la realidad golpeaba de frente.
El gol de Luis Suárez impactó. Los jugadores quedaron mudos. En las caras del Rey y de Gary Medel se dibujaba la desilusión después de la chilena del goleador del Atlético de Madrid. Alexis Sánchez tampoco lo podía creer. Desde las tribunas, desde donde en la antesala de la jugada que sentenció todo llovieron proyectiles, surgió un ‘Vamos chilenos”, que más que nunca pareció un homenaje. Como la salida de Vidal del campo de juego y los aplausos que lo sucedieron. Hubo, también, cánticos para Gary Medel, que ya tenía los ojos vidriosos, y un par de ‘ceacheís’ y un ‘son de cartón’ para los que salían antes del estadio. El derechazo de Valverde fue otro mazazo.
El pitazo final de Loustau lo acompañaron cabezas gachas y miradas perdidas. De Vidal, Medel, Aránguiz y Sánchez. El Pitbull, siempre duro, ahora lloraba. También Mauricio Isla, el único que anticipó su despedida. De fondo, gratitud genuina y un lienzo que resumía la jornada: “Gracias por todo”, decía. Otro apuntaba “por tantas alegrías”. “Ya hicieron historia y eso no va a cambiar”, sentenciaba el tercero. La Generación Dorada se despedía. Vivía su noche más triste.