La última estocada del Matador

MARCELO SALAS 1

Hoy se cumplen 10 años de los últimos dos goles anotados por Marcelo Salas con la camiseta de la selección chilena. Del partido en que la Roja consiguió puntuar por primera vez en tierras uruguayas y del día en que el ariete detuvo su histórica cuenta en la barrera de los 37 tantos. Éste es el recuerdo en la voz de sus protagonistas.



Era domingo en el Estadio Centenario de Montevideo y Uruguay y Chile se veían las caras por la tercera fecha de las Eliminatorias sudamericanas rumbo al Mundial de Sudáfrica. Hacía mucho calor en el reducto del Parque Batlle el 18 de noviembre de 2007, pero flotaba sobre el aire quieto, pesado y estival de la capital charrúa, la extraña sensación de que aquel tenía que ser su partido.

"Nosotros veníamos muy bien preparados física y mentalmente, pero recuerdo que la prensa decía mucho eso de que nunca se había podido sacar puntaje allí. Entonces, llegábamos también con esa presión", evoca, a propósito del clima previo a la batalla, Ismael Fuentes, central de la Roja aquella tarde en tierras charrúas que comenzó el duelo en el banquillo. "Eran las primeras Eliminatorias de Marcelo Bielsa, uno de sus primeros partidos, y con lo que significaba además ir a jugar al Centenario. Era un partido de una dimensión mayor", agrega Eduardo Rubio, uno de los integrantes del ataque chileno ante la selección uruguaya. Y Waldo Ponce, presente también aquel día en la retaguardia del equipo, apuntilla: "No era el Estadio Centenario la mejor cancha para intentar rescatar puntos". Pero ése era, a fin de cuentas, el objetivo. Y tal vez por eso el duelo comenzó a jugarse en el túnel de camarines.

Uruguay llegaba con su bloque de siempre. Con Carini al arco; con Godín y Lugano atrás; con Gargano en la línea de volantes; con Abreu y Suárez en punta. Un equipo conocido como lo era también el chileno; el de Bravo, Ponce, Jara, Vidal y Droguett. El de Matías Fernández y Chupete Suazo. El de José Marcelo Salas Melinao, que lucía la jineta de capitán aquella tarde, que estaba de vuelta pese a que, en rigor, jamás se había ido.

Había vivido un receso en la Selección tras el fin del proceso clasificatorio para la Copa del Mundo de Alemania, es cierto, pero Bielsa había sabido recuperarlo a tiempo para la causa, y tras devolverlo a las nóminas oficiales en la primera doble fecha, no tenía la menor intención de darse el lujo de saltar al césped del Centenario sin el máximo goleador histórico de la Roja en su oncena. Sabía perfectamente el Loco que salir a matar sin el Matador carecía por completo de sentido. Y sabía también que en Salas no tenía sólo a un goleador, tenía también a un líder. "Recuerdo la arenga de Marcelo (Salas) antes de entrar a la cancha porque todo lo que decía Marcelo era importante para nosotros. Él era el máximo exponente de lo que era la selección chilena en ese momento y todo lo que decía uno lo tomaba como algo muy valioso. No recuerdo exactamente las palabras, pero recuerdo la atención con que todos escuchábamos", manifiesta Eduardo Rubio.

Pero no fue la del histórico delantero, entonces de 32 años, la consigna en forma de arenga por la que terminó pasando a la posteridad aquel encuentro. "De ese partido recuerdo sobre todo la jerarquía que tenía el plantel, la jerarquía que tenía Marcelo, que era un ganador, y muy especialmente la arenga de Bonini", relata el Chupalla Fuentes. Y es que el "Chupete y la concha de tu hermana, vamos carajo, te quiero ver, papá", con que el escudero de Bielsa se obstinó en motivar a Suazo a la salida del túnel de camarines, forma parte ya del acervo popular del hincha chileno.

Doblete de despedida

Que algo grande podía suceder aquel día en Montevideo lo imaginaban muchos de los jugadores de la expedición nacional, lo creía Bielsa, lo presentía Salas, pero sólo lo sabía, con pleno convencimiento, Eduardo "Lalo" Urrutia, paramédico de la Roja. Por eso cuando los protagonistas estaban ya sobre el pasto y el 11 de la selección chilena se encontraba hidratándose al lado de la banca de suplentes, Urrutia se dirigió a él para decirle: "Vienes a cambiar la historia de nuevo, ¿ah?". A lo que el Matador, con una naturalidad tan sorprendente como absolutamente genuina, se limitó a responder: "Por algo vine".

"El primer tiempo fue muy friccionado. Nosotros intentábamos jugar, que es lo que nos pedía siempre Marcelo Bielsa, pero fue un comienzo demasiado trabado", empieza a rememorar otro de los seleccionados presentes en aquella oncena titular de Chile, Miguel Riffo. "Ellos, bueno, empezaron como siempre, como la típica selección uruguaya, dura y guerrera, y nosotros tratando de asimilar el nuevo esquema de Bielsa", refrenda Rubio. Pero también como siempre, o como casi siempre en tierras charrúas, las cosas comenzaron a torcerse demasiado pronto, con el zarpazo de Luis Suárez a los 41 minutos para el 1-0, resultado con el que se alcanzó el entretiempo.

"Nos fuimos perdiendo al descanso, pero en el segundo tiempo empezamos a tener un poco más de protagonismo y es en partidos como ése, tan cerrados, en los que jugadores como Marcelo Salas terminan marcando diferencias", proclama Riffo. "Éramos un equipo bastante equilibrado. Los más mayores les transmitían la tranquilidad a los más jóvenes y los más jóvenes hacían el desequilibrio. Sólo que ese día el joven fue Marcelo", destaca, riendo, Fuentes, quien se encontraba junto a la línea de cal, preparado para saltar a la cancha en reemplazo de Cristian Álvarez, en el momento exacto en que el Matador comenzó a reescribir la historia: "Lo recuerdo bien. Un pase de Hugo (Droguett) al costado. Carlos (Villanueva), abierto, es el que centra, y el defensa nunca pensó que iba a aparecer Marcelo de palomita. Un golazo que te pone la piel de gallina. Y más estando ahí, jugando contra los monstruos uruguayos". Colándose entre la pareja de centrales del cuadro charrúa, el cabezazo inapelable de Marcelo Salas dejaba sin respuesta al meta Carini. Era el tanto número 36 del delantero, el único chileno capaz de ver portería en cuatro procesos eliminatorios consecutivos, con la camiseta de la Roja. Ante 35.000 espectadores. En el minuto 58 de partido.

Desde Arabia Saudí y en conversación con La Tercera, Carlos Villanueva, que ingresó al césped en tras el descanso para disfrazarse de asistente, recuerda así la acción del 1-1: "No fue casual, se entrenaban esos movimientos y centros en la semana. Y justamente en el entretiempo, cuando iba a entrar con Marcelo, comentamos que si había una opción de centrar, que fuera entre el defensa y el arquero. Esa fue la idea y nos resultó. Para mí fue una de las pocas cosas que pude aportar en la Selección. Qué mejor que asistir a un histórico de la selección chilena".

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Salas remata de palomita anticipándose a Godín para el 1-1. Foto: Andrés Pérez[/caption]

Pero la exhibición de Salas en el Estadio Centenario, en su penúltimo partido oficial con la Selección (se enfundaría por última vez la roja en partido oficial tres días más tarde, para enfrentar a Paraguay en el Nacional) no terminaría ahí. "Porque después de marcar el empate, que nos pone en el partido, llega el segundo gol de Salas, que nos da la oportunidad de aguantar el chaparrón en los últimos minutos", explica Waldo Ponce. Y es que un penal cometido por Lugano sobre Matías Fernández, en el minuto 69 de juego, permitió al Matador situarse a 12 pasos de estirar aún más su leyenda. Y el temuquense no perdonó. Su ejecución con el empeine de la pierna izquierda, seca, a la derecha del arquero, para su tradicional festejo con la rodilla hincada en el suelo y el dedo índice apuntando al cielo, ponía a Chile por delante en el marcador. Entonces era imposible saberlo, pero aquel tanto, el trigésimo séptimo de su cuenta particular por la Selección, el decimoctavo en Eliminatorias y el cuarto de su cómputo personal ante Uruguay (una de sus cuatro víctimas favoritas), sería también el último de su carrera en la Roja. Un registro histórico que tan solo ha sido capaz de pulverizar hasta ahora Alexis Sánchez, este mismo año, es decir, casi un decenio después de aquella recordada tarde de Montevideo.

"Cuando nos pusimos en ventaja empezamos a creer que podíamos ganar el partido", confiesa Miguel Riffo. Pero el postrero tanto de Abreu para la inextinguible selección uruguaya, a falta de nueve minutos para el final, terminó por dejar el encuentro en tablas (2-2). Una igualdad que ninguna selección chilena había sido capaz de conquistar antes en suelo charrúa por Eliminatorias. Y que tampoco pudo conseguir después. "Uno en ese momento no podía pensar que iban a ser sus últimos goles por la Selección, sino todo lo contrario. Con el partido que hizo sólo podíamos esperar que durara mucho más. Nadie podía pensar que se iba a ir después", reflexiona Eduardo Rubio, para quien aquel encuentro en el Centenario sentó de alguna forma los verdaderos cimientos de la generación dorada: "Lo importante fue la forma en cómo se puntuó, que marcó el camino para clasificar al Mundial. No era ya echándose para atrás, no era ya esperando, y creo que eso marcó un precedente. Chile luego se creyó el cuento y supo que podía jugar de igual a igual en cualquier cancha con historial negativo para nosotros".

"Fue un partido histórico para todos, por los goles de Marcelo, que era un espejo donde mirarse, un líder natural en todos los sentidos, un buen tipo y una buena persona, y por rescatar un punto en un lugar donde nunca lo habíamos hecho", culmina, por su parte, Ponce. "Siempre estaba preocupado de ayudar al compañero a mejorar. Tenía unas características de líder que fue perfeccionando con el tiempo y que lo convertían en un jugador excepcional en todas sus líneas", ahonda Riffo. "Sólo te puedo decir que los entrenamientos los vivía como partidos y los partidos los jugaba como entrenamientos. Ése era su secreto. Era un trabajador y un goleador nato", finaliza Fuentes.

Un futbolista irrepetible que hace exactamente 10 años entregó su último gran recital con la camiseta de la selección chilena. En la tarde de la arenga de Bonini; en la del primer punto conquistado en suelo uruguayo; y en la que el hoy segundo máximo goleador histórico de la Roja volvió a demostrar a todos que sí, que ciertamente había venido para algo.

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