Mi querido Cristiano
Después de un decenio brillante, la generación dorada va en franco declive. Para los menos queda cuerda todavía, pero varios van cuesta abajo en la rodada. Ya pierden protagonismo y titularidad. Dejan las grandes ligas europeas y optan por clubes de menor categoría. No ir a otro Mundial pasa la cuenta como restaurant de Les Champs Elysées.
La evaluación de este periplo son varias; sufrimos sequias de gol, el modelo de juego se extravió y las individualidades bajaron de nivel en el estricto plano deportivo. En lo extradeportivo la cosa se puso peluda; los excesos de tiempo libre, un camarín intoxicado y distracciones a granel.
Este equipo se formó en la rigurosidad descartando la permisividad que tanto daño hizo en sus egos.
Sus retornos tienen un destino, acercarse a su continente, país o pueblo que los recibirá como hijos pródigos. Volverán a su cuna futbolera o invertirán en un complejo deportivo o una escuela de fútbol. No muy lejos del balón que tanto amaron y ese olor a camarín indescifrable.
Algún periodista nostálgico ensalzará su historia. Será quizás el primer libro que tocarán sus manos. Humedecerán sus yemas, hojearán y sonreirán por sus hazañas.
El que sigue en la cima es Cristiano. Como coleccionista de trofeos es imparable. "Nunca pensé en ganar tanto", le dijo al mundo. Tampoco nosotros viendo a ese delgado niño de 14 años lleno de sueños y anhelos. El crepúsculo le guiña un ojo. Ya tiene 33 años. Nadie se salva del paso del tiempo. No creo que regrese a su Isla de Madeira a tirar migas a las palomas en la plaza ni menos jardinear. Aún hay mucho dinero que mover entre Nueva York y Beijing o Madrid y Londres. Todavía es un producto de consumo planetario. Messi pierde una mano más en este juego de póker de los dos colosos. "Tus dos copas y dos más", ha sido reiterativo. Por ahora CR7 tiene el mazo en sus manos.
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