El sonido de las avispas
El ansiado estreno en Chile de la Fórmula E desató una expectación masiva. El espectáculo, como megaevento, aprobó el examen con creces, pero su dimensión deportiva mereció, quizás, una respuesta menos tibia. La curiosidad llenó las calles de Santiago, pero cuando los monoplazas tomaron la pista, a muchos de los asistentes se les agotó la batería.
Son las 8 de la mañana y el centro de Santiago ha amanecido convertido en un gigantesco circuito de carreras. Pero no hay prisa. Los más madrugadores se cuentan con los dedos de las manos. Entre ellos figura Pedro Devaud, el piloto chileno del futuro, solitario y sonriente en la zona de pits aguardando sus tres vueltas de fama; y Eliseo Salazar, la leyenda del pasado, igual de sonriente pero menos solitario que Devaud, saludando a autoridades y celebridades en las instalaciones del Emotion Club, el espacio VIP que domina el circuito urbano. El exclusivo reducto no presenta, en absoluto, un aspecto demasiado emocionante, pero el aire acondicionado comienza a marcar diferencias a medida que avanza la mañana.
En el espacio habilitado para la disputa del Santiago E-Prix hay, en rigor, dos circuitos. El que acaban de comenzar a recorrer los pilotos en su primera práctica del día, y el otro, el laberíntico entramado de pasillos y pasarelas metálicas por el que desfilan periodistas, camarógrafos, personal de seguridad y de la organización y los privilegiados espectadores con localidad asegurada en las graderías. Pero más allá (o más acá) de esos dos circuitos, hay mucho más. Porque la cuarta fecha del Mundial de Fórmula E -ya lo habían advertido sus fundadores y promotores- es mucho más que eso. Es también paz y relax en el E-Village (una enorme superficie habilitada en el Parque Forestal plagada de stands, juegos para niños, autos solares, áreas de recreo y todo tipo de guiños a la electromovilidad); glamour en el Emotion Club (con desfile de Kylie Minogue incluido); y largas filas de curiosos agolpándose frente a las vallas de seguridad a lo largo de La Alameda. Curiosos, porque lo que la cuarta fecha del Mundial 2017-2018 de Fórmula E generó entre la ciudadanía santiaguina fue precisamente eso, una irrefrenable curiosidad. Un deseo de presenciar de cerca un espectáculo absolutamente ignoto para la mayoría.
"Es la primera vez que veo pasar un auto tan rápido", le dice un niño de unos cuatro años a su padre, que lo aúpa en sus hombros en una de las curvas del track, mientras a su lado un anciano casi octogenario trata de abrirse paso entre la multitud con un banco en la mano para tener mejor visibilidad. El perfil etario del espectador de la revolución eléctrica es, en el día del debut de la prueba en Chile, completamente transversal. No hay edad para disfrutar de una primera vez. Ni para practicar el voyeurismo deportivo.
Los accidentes de Prost, en los entrenamientos libres, y de Bird, en plena Superpole, consiguen al fin conectar al público presente en las tribunas con el espectáculo estrictamente deportivo. Sacan sus celulares para inmortalizar el acontecimiento y saludan después a la cámara, al más puro estilo de los shows estadounidenses, cuando descubren que están siendo grabados. La carrera, que ya acaba de largar, parece por momentos algo secundario. Y puede que lo sea. Son las 4 y media de la tarde y los termómetros bordean ya los 30 grados centígrados. En la pista hay casi 37.
También se producen algunas protestas en el exterior del recinto -de vecinos, fundamentalmente- tan silenciosas como el propio motor de los monoplazas, que cuando se agrupan para trazar la curva emiten un sonido parecido al de un enjambre enloquecido de avispas eléctricas. Y hay pobreza en los márgenes del circuito, claro, porque se trata de un trazado callejero, y porque por muy remozada que luzca la pista, es imposible sepultar lo que ocurre lejos de sus vértices. Pero el olor a asfalto y goma quemada consigue anestesiar a la mayoría, sobre todo cuando las salidas de pista de los pilotos desatan el éxtasis de la hinchada, mucho más propensa, curiosamente, a festejar un error que un adelantamiento. Falta cultura automovilística, tal vez, pero los autos continúan girando y sigue siendo una experiencia nueva.
Una experiencia masiva que concluye al filo de las 5 y media con un tímido ceacheí en uno de los sectores, una discreta ovación a Vergne, el vencedor de la prueba, y una extraña y generalizada sensación de comunión y de éxito compartido. Porque Santiago importó un evento masivo y el público acudió en masa a la cita. Porque no buscaban sus organizadores complacer a los amantes del motor sino captar nuevos adeptos, curiosos y voyeurs en busca de una novedosa experiencia colectiva. Y de haber entrado a pits, como los pilotos, quizás los espectadores del Santiago EW-Prix habrían llegado incluso al final del evento cono toda su batería.
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