El Tanque pone poesía
Esteban Paredes convirtió uno de los mejores goles en la historia de los Superclásicos. Un zurdazo hermoso e irrepetible que dejó incrédulos a albos y azules en el Estadio Nacional. De colección.
El puto amo de Colo Colo no es Pablo Guede. Tampoco Aníbal Mosa. El verdadero puto amo del Cacique es Esteban Paredes. Nadie más.
Ayer quedó demostrado por enésima vez. No importa si físicamente no está al ciento por ciento, o si tiene algunos kilos de sobrepeso, o si viene en sequía goleadora, falto de confianza, o como sea. Cuando se trata de enfrentar a Universidad de Chile, da lo mismo. El Tanque aparece siempre.
Primero, con un gol de gran factura para igualar el marcador. Cachetazo con el borde externo del pie izquierdo para batir a Johnny Herrera en el Estadio Nacional. Un verdadero golazo, pero del que muy pocos hablarán por culpa de la hermosa obra de arte que esculpió en el segundo tiempo.
Rechazo de Matías Zaldivia en campo propio. La controlo Jorge Valdivia. Pase filtrado preciso para el capitán del Cacique que enganchó con la derecha, para que Rafael Vaz pase de largo, a contrapié. Luego, zurdazo fino y colocado al ángulo desde el costado del área. El portero azul miró la pelota, amagó una estirada y se frenó, porque entendió que no tenía nada que hacer ante la precisión del remate. El balón entró y el Nacional se quedó en silencio durante un segundo. Un pequeño y breve espacio de tiempo en el que la incredulidad se apoderó de todos en el recinto de Ñuñoa. El 7 blanco acababa de hacer un gol extraordinario, perfecto, maravilloso, el mejor de un Superclásico en los últimos años y costaba digerirlo, costaba asumirlo. La reacción fue generalizada. Algunos se tomaban la cabeza, otros se tapaban la boca. Una poesía.
El balón estaba en la red y la Garra Blanca comenzaba una celebración furiosa, una descarga emocional que sólo una joya como la que acababa de hacer Paredes pudo desatar. Herrera estaba parado, masticando la frustración y la impotencia de una pesadilla de la que lleva demasiados años sin despertar.
A unos metros, Paredes, el héroe, seguramente algo sorprendido por aquel sublime zapatazo, improvisó un baile en una esquina de la cancha. Sus compañeros llegaron como locos a felicitarlo y a hacerlo consciente del pedazo de gol que había inventado.
A diferencia de su primera conquista, esta vez el goleador no provocó a la parcialidad estudiantil llevándose una mano a la oreja para hacer el gesto de que no los escucha. Aquello le pudo costar la tarjeta amarilla en el primer tiempo, ya que además lo hizo enfrente de la banca de Guillermo Hoyos. Uno de sus ayudantes, incluso, salió persiguiéndolo. El árbitro Roberto Tobar se hizo el desentendido al respecto. Una anécdota, a estas alturas.
"Fuimos los justos vencedores. Fue un gran gol (el segundo). Los clásicos, por ahí, uno se prepara de una mejor forma y sabemos jugar estos partidos de buena manera", expresó el artillero.
El jugador de 37 años reconoció que los últimos días en Macul lo tenían algo debilitado. "Estas fueron dos semanas muy duras, complejas. Se me estaban acabando las fuerzas, se veía un camarín que no estaba del todo bien, pero este equipo es fuerte, unido, y hoy lo demostró más que nunca", dijo.
El Tanque quedó a un gol de llegar a los 200 tantos en Primera División, lista en la que se ubica tercero, mientras que quedó segundo en la tabla de goleadores en Superclásicos. Un hombre récord.
Ahora, con el envión de un triunfo revitalizador, el ídolo se ilusiona de cara al futuro. "Hicimos un gran partido. Por todo lo que habíamos pasado, lo importante era ganar este partido. Este triunfo sirve para despegar. Mis compañeros se juegan la vida en cada pelota. Les doy gracias. No sé si es oxígeno. Vamos a ir partido a partido", sentenció Paredes con calma, sin aspavientos, como si no fuese consciente de su gol eterno.
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