La pérdida de relevancia de la televisión abierta y de los rostros tiene un ejemplo feroz en el 18 y 19 de septiembre pasado, cuando los canales se unieron en la campaña “Vamos chilenos”. Liderada por Mario Kreutzberger, acompañado de todos los conductores “importantes”, fue un fracaso audiovisual, de rating y, peor, de objetivo, al reunir solo la mitad del dinero que se habían autoimpuesto como meta. Fue el momento en que el ego de los canales y de los rostros chocó contra un muro, porque no vieron venir ni por asomo cómo habían perdido conexión con la audiencia.
Este 2020 ha distorsionado las perspectivas. La TV abierta no solo detuvo la caída libre de sintonía de la última década, sino que incrementó fuertemente su rating, hasta en un 35% en algunas franjas respecto al año anterior. Esa alza, fomentada por las cuarentenas, era una vitrina inmejorable para que los canales reengancharan al público, pero dejaron escapar esa oportunidad. Cuando todos estaban frente a una pantalla los canales decidieron dar innumerables repeticiones de teleseries. En vez de concebir nuevas ideas, de abrir eficazmente la pantalla para ayudar a la gente en un año de encierro inédito, de realizar programas médicos o de periodismo de investigación, enfrentaron gran parte del año repitiendo.
Lo de José Miguel Viñuela cortándole el pelo a un camarógrafo de Mucho gusto o Raquel Argandoña llorando frente a Amaro Gómez-Pablos -luego de que su hijo acuchillara a su padre- fueron espectáculos bochornosos, pero el problema de los animadores es menos anecdótico y más profundo. Se puede enumerar que Luis Jara se fue, volvió y se fue nuevamente de la tele y a nadie le importó. Que Rafael Araneda está haciendo TV en Estados Unidos y nadie parece extrañarlo acá, tampoco a su frenemy Carolina de Moras.
Habría que mencionar que Diana Bolocco se ha invisibilizado desde que llegó a Mega, que Martín Cárcamo se marchó del matinal, hizo un buen Festival de Viña junto a María Luisa Godoy, pero luego grabó su estelar de baile en cuarentena y actualmente está con escasa presencia mediática. Que Karen Doggenweiler entra y sale de pantalla, pero nadie se percata. Que Tonka Tomicic ha dilapidado parte de su prestigio, sin encontrar el tono correcto, y la ahora exnúmero 1 solo se ensombrece cada día que pasa al lado de un débil Gómez-Pablos. Pero el problema no es lo que ellos han hecho. Mal que mal, siguen haciendo lo mismo. El problema es que quedaron en evidencia con lo que hizo otro.
Julio César Rodríguez, quien hace unos años había sido “cancelado” por entrevistar a mujeres mirándoles el escote, iluminó sus tiempos de periodista de investigación en prensa escrita y, derechamente, dejó en ridículo al resto de los conductores. Entrevistando a políticos y realizando contrapreguntas (algo que solo se puede hacer teniendo background y siendo alguien bien informado), siendo rápido y amable, sin perder jamás la compostura, incluso con una sonrisa en su cara mientras hundía a un entrevistado, dio clases de carisma, capacidad para entretener y demostró que sí, se puede ser culto e informado y animar un matinal. El cánon de animación impuesto por Don Francisco y replicado por los Araneda, Tomicic y Jara, que quieren quedar bien con todos y que no dan su opinión, se acabó.
Quizás porque trabajan en base a realidades, y este año hubo la urgencia de ver y vernos, los mejores momentos de la televisión chilena estuvieron en la ficción y en los noticieros. Los streaming tienen grandes catálogos de series y películas, la TV de pago ofrece fútbol nacional e internacional en vivo, pero cuando queremos vernos reflejados, la televisión abierta sigue siendo la primera opción a la que se recurre. Y es ahí donde los canales deberían seguir apostando.
El guionista Rodrigo Cuevas propuso Historias de cuarentena a Mega y dos semanas después ya estaba al aire, con estupendos libretos que dejaron entrar aire y verdad de la pandemia, al igual que otras dos ficciones: Helga y Flora (qué gran factura visual y qué miserable horario de medianoche del sábado le dio Canal 13) y Héroes invisibles, la coproducción con Finlandia que emitió CHV y contó una historia poco conocida del 73 de modo emocionante y entretenido, en lo mejor de este año que termina.
Los noticiarios tuvieron un año particularmente acontecido y, hasta cierto punto, cumplieron. Alargaron sus emisiones, consiguieron conectar e informar, pero nuevamente se extrañan más rostros opinantes, como sucede con la mejor televisión estadounidense. Más Daniel Matamala, que opina y reportea, y menos rostros lectores como Soledad Onetto o Ramón Ulloa. Aún con todo, los departamentos de prensa de los canales bien pueden decir que sacaron la cara por el resto.
El año termina con Yerko Puchento resucitando en La Red, mientras Mega anuncia que hará Talento chileno (un estelar que CHV hizo hace varios años) y que renovó por una nueva temporada de Morandé con compañía. La televisión chilena insiste en mirar al pasado o quizás solo es un mal truco para disimular su falta de ideas.