La historia de las desconocidas encuestas a boca de urna que predijeron el triunfo del No

Por la Constitución de 1980, el régimen militar se obligaba a sí mismo a someter a un plebiscito la propuesta de Pinochet de mantenerse en el poder hasta 1994. Foto: Getty Images.

Dos sondeos, cuya existencia se ha mantenido en reserva, mostraron temprano en la tarde del miércoles 5 de octubre de 1988, pero no fueron difundidas, en una jornada tensa. Ésta es la trastienda de ese hito, y del crucial conteo paralelo de esa jornada, relatado por uno de sus protagonistas, Gonzalo Martner.


*Este artículo es parte del especial conjunto por los 30 años del plebiscito de 1988 entre La Tercera y la Escuela de Comunicaciones y Periodismo de la Universidad Adolfo Ibáñez.

En un pasillo de la Editorial Aconcagua, en la avenida Providencia, donde trabajaba Genaro Arriagada - que después sería el secretario ejecutivo del comando del comando del No - le pidió, a fines de 1987, al economista Gonzalo Daniel Martner, entonces de 30 años y parte de la dirección del PS Núñez, que se hiciera cargo del control del plebiscito.

–Pero, Genaro… no tengo idea de elecciones y nunca he votado –respondió Martner, sorprendido.

Peor aún: tampoco era experto en computación, cuenta hoy riendo. Arriagada insistió. Sabía elegir a quienes trabajaban con él y no había muchas más personas para la tarea. Quería a Martner como encargado. Este cedió: "Haré lo que pueda", le dijo.

Hijo de un exministro de Salvador Allende, Martner había regresado en 1980 del exilio en Francia y se había integrado al mundo del socialismo renovado. Entretanto terminó su doctorado en Ciencias Económicas en la Universidad de París X. Resolvió empeñarse a fondo en la tarea de llevar un recuento de la votación, paralelo al oficial, determinante para que finalmente, y en forma tardía, la dictadura reconociera el triunfo del No.

Hoy, a los 61 años, dirige el magíster en Gerencia y Políticas Públicas de la Universidad de Santiago (Usach) y rememora esos tensos días. Relata aspectos desconocidos. Entre estos, los dos recuentos mediante encuestas en boca de urna del No, y cuyos resultados entregó tempranamente a Ricardo Lagos, la incredulidad que había en el sistema de recuento paralelo, el encontrón que tuvo con Jorge Schaulsohn y el momento crítico en que el computador del recuento sufrió un desperfecto.

Apuesta por el recuento exhaustivo

Martner resolvió armar un equipo con jóvenes. Llamó a Germán Quintana, entonces presidente de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile (FECH), militante de la JDC, que estaba escribiendo su memoria de ingeniero eléctrico. Aceptó y esto facilitó que llegaran alumnos de ingeniería de los partidos opositores, que habían participado en la reconstrucción de la FECH. También convocó a ingenieros de más edad, como Alberto Urquiza y le preguntó a Raimundo Beca.

"Movilizamos a las mejores capacidades que podíamos tener. Empezamos a buscar qué mecanismos podíamos encontrar para un control efectivo de la votación", cuenta. La apuesta del No "era disputarle la legitimidad a Pinochet", explica.

Entretanto, el Comité de Elecciones Libres (CEL), que encabezaba Sergio Molina, exministro de Hacienda de Eduardo Frei Montalva, decidió hacer un muestreo de mesas, un método que por entonces no tenía tradición en Chile, y que hoy, desde hace años, practica radio Bio-Bío. Molina le pidió hacer el muestreo al economista Eduardo Engel junto a un grupo de estadísticos, relata Martner.

El comando del No resolvió hacer un recuento exhaustivo de mesas, "lo que nos provocó bastantes tensiones con el CEL". El método del muestreo implica establecer mesas "representativas" de universos mayores. El recuento exhaustivo, en cambio, significaba contar los votos de las 22.000 mesas repartidas en los cerca de mil recintos de votación, en una época en que no había la fácil comunicación que existe hoy. "Con ese nivel de cobertura no conozco otro proceso en el mundo", dice orgulloso Martner.

Quienes tenían más experiencia eran escépticos. Le decían: "Nosotros ya hablamos con Juan Ignacio García [director del Servicio Electoral] y él nos va a facilitar los datos". La respuesta de Martner era:

–No, nosotros vamos a contar los votos y esa noche vamos a disputar a la dictadura los resultados.

"Nadie nos creyó –reconoce Martner–, la verdad sea dicha. Yo tuve un altercado muy fuerte con un muchacho joven que trabajaba con Sergio Molina. En el sustrato, estaba el viejo alegato contra los partidos políticos, ese de que ustedes no van a ser capaces".

Ese era el contexto. Les advertían que era difícil que pudieran hacerlo y, si lo hacían, que nadie les iba a creer. Martner recuerda su réplica ante este tipo de argumentos:

–No solo lo vamos hacer sino que lo vamos a mostrar. La credibilidad de nuestras cifras va a estar en el recuento mesa por mesa.

Dos encuestas a boca de urna

"Hoy todo esto parece muy fácil. Una planilla Excel aguanta 22 mil mesas sin problemas. Y levantas y sumas sin problemas. Pero entonces era distinto", dice Martner. Además, "esto se iba a jugar en horas. Tener el resultado dos días después no nos servía en absoluto. Era el dilema de velocidad versus seguridad".

También necesitaban chequear lo que estaba ocurriendo en el momento, durante la votación. Carlos Ominami, Gonzalo Martner y otros que habían estado exiliados en Francia conocían el método de las encuestas a boca de urna que usaban las cadenas televisivas europeas. En Europa se encuentran reguladas: no se pueden difundir sus datos hasta que se cierran las urnas, para no influir en quienes todavía no han votado. "Se pueden construir estadísticamente, con un margen de error relativamente importante, pero al mismo tiempo suficientemente acotado como para que las tendencias aparezcan bastante temprano", explica Martner.

"Planificamos dos cortes, para tener dos resultados". Dos encuestas de boca de urna. Es algo "que nunca había contado antes", dice.

La primera fue al mediodía del 5 de octubre, lo que permitió contar con resultados cerca de las 14 horas y la otra a las 16 horas. Se hizo a nivel nacional, en las ciudades principales.

"Manejé esto con extremo cuidado". No debía conocerse ni servir como elemento de distracción, que pudiera ser utilizado por la dictadura o sectores extremos, explica.

Como tenían vínculos con Francia, se comunicaron con Sofres, una de las dos grandes empresas francesas encuestadoras. Desde esa firma les enviaron dos jóvenes a supervisar la operación. "Fue algo muy discreto. Lo mantuve prácticamente en secreto", dice.

El resultado del primer corte estuvo a las dos de la tarde. Arrojó un 60% para el No y un 40% para el Sí. "Se lo dije a Ricardo Lagos, porque esto lo habíamos armado en el PS chileno, en su rama renovada, apoyada por el PS francés. Carlos Ominami, que en esa época estaba muy cerca de Lagos, también supo. Lagos reaccionó con serenidad cuando lo llamé. Intercambiamos muy pocas palabras. Me dijo: ¡Ya!"

La segunda boca de urna les dio un 57% al No y un 43% al Sí, relata Martner. "También se lo di a Ricardo Lagos, alrededor de las 5 de la tarde, cuando comenzaban a cerrar las primeras mesas", explica.

Este segundo resultado fue muy cercano al que se obtuvo finalmente con el total de votos escrutados, que fue de 54,7% al No y 44% al Sí.

Martner reconoce que no es lo mismo hacer una boca de urna cuando hay dos posibles votos, un Sí o un No, que usar ese mismo método cuando hay cinco o seis candidatos, al recordar el fiasco que ocurrió cuando se usó posteriormente en democracia.

En los dos cortes que hicieron encuestas el resultado tuvo un sesgo a favor del No. Lo atribuye a que quienes hicieron la encuesta "obviamente no eran neutrales". Pero el resultado estuvo dentro del margen de error de la votación final.

"Por último, no se crucen"

Dice Martner que nunca escuchó hablar del recuento paralelo que hizo el Partido Comunista. Pero no le extraña: todos los partidos querían tener resultados propios con rapidez para tomar decisiones.

El exdiputado Manuel Cantero, hoy fallecido, era el integrante de la comisión política del PC que iba al comando del No.

Martner recuerda que llegaron a un acuerdo "in extremis" con el PC. Al final, y muy a regañadientes, ellos llamaron a inscribirse y votar No. Estaban con el sector autónomo del Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR-A) escindido del FPMR, y sin control sobre este, y el partido enfrascado en una fuerte discusión interna, entre quienes creían que había que inscribirse y los que estaban en contra.

Si había desconocimiento el resultado, el FPMR iba a realizar acciones armadas. Para ese caso, tenía previsto el hostigamiento de dos comisarías periféricas, para forzar la salida de carabineros y tenderles una emboscada, y copar cinco o seis poblaciones santiaguinas con un levantamiento popular, que esperaban fuese seguido en las principales ciudades. Grupos de militantes esperaban acuartelados las instrucciones en diferentes puntos de la capital.

El jefe del FPMR en Santiago, Pablo, estaba acuartelado en la villa O'Higgins, en el sector sur de la capital, a la espera de los resultados del plebiscito, escuchando noticias en radio Cooperativa, y dudando qué hacer, cuenta un relato minucioso de Luis Rojas, que publicó LOM.

Al PC "lo necesitábamos", dice Martner. "El llamado nuestro era a votar No, cualquiera fuera la razón". Cuando se encontraba con ellos les decía:

–Ustedes no creen nada [en el plebiscito]. Muy bien. Hay argumentos serios. Estaba el concepto de fraude ambiental, por el contexto, y seguramente [habría] fraude administrativo. El punto es que ustedes nos invitan a la lucha armada, a Guatemala, a la prolongación de masacres y sufrimiento, que me parece bastante más difícil que algo que el pueblo chileno conoce muy bien, que es ganar una elección. Aunque ustedes no crean en nada, por último no se crucen y ayuden en lo que puedan y después sigan en lo que quieran...

La emoción de votar

En 1988 Martner estaba casado con María Elena Sota y tenían un hijo de dos años. El día del plebiscito hubo personas que no pernoctaron en sus domicilios, como medida de seguridad. Pero el dio una instrucción "completamente laxa" al equipo del recuento: "Si nos van a venir a tomar presos, quiere decir que el problema del resultado ya es la menor de nuestras preocupaciones. Tenemos que estar en los lugares más visibles".

Martner durmió en la noche del martes 4 en su casa en Ñuñoa.

Su idea era "no gastar ni un segundo en temas conspirativos".

El martes 4 había tenido el primero de los incidentes que lo dejaron sin aliento. Cuando ocurrió el apagón que afectó la zona central del país, no les funcionó el sistema de respaldo de energía eléctrica que habían instalado en el comando del No, en calle Lastarria. Recuerda que con Germán Quintana y Hernán Saavedra, los dos ingenieros eléctricos, quedaron abatidos. En la oscuridad, se sentaron en unos sillones. Respiraron profundo, recobraron el ánimo y empezaron a reparar el desperfecto. Al día siguiente, el miércoles 5, sí funcionó.

La precaución que habían tomado en el comando del No era que él no conocía cuales eran los cuatro lugares en Santiago donde se recibían los resultados del recuento paralelo que llegaban por fax desde 26 lugares diferentes en regiones. Eran empresas situadas en distintos lugares.

"Si venían a tomarnos presos, quería decir que desconocían el plebiscito, y nuestra pega ya estaba hecha", plantea.

–Me despedí de mi mujer e hijo con besos y sin ningún dramatismo. Voté en la plaza Ñuñoa por primera vez en la vida y quedé con el dedo entintado. Lo experimenté con emoción aunque era lo más banal del mundo para las personas de más edad que estaban en la mesa.

Ley de Murphy

Durante el día, la votación marchaba tranquila. Como faltaban enlaces en algunos lugares, Martner envió reemplazos con urgencia, a pesar del costo: varios de los suplentes no alcanzaron a votar por el No. Asegurar el recuento era más importante.

En la tarde apareció en el local de Lastarria el jefe de plaza, general Jorge Zincke, que después, en democracia, fue procesado por casos de violaciones a los derechos humanos. El edificio de Lastarria había sido declarado sede de partido y por tanto era sujeto de inspección.

Cuando llegó Zincke, Arriagada lo hizo subir. En el tercer piso, Martner le explicó como hacían el recuento de votos, le mostró las pantallas de digitación, el computador donde estaba el software de procesamiento. Fue transparente. Zincke escuchaba con atención y, sorprendiendo a todos, al final le dijo: "Lo felicito".

Con el cierre de las mesas comenzaron a llegar los primeros resultados parciales cerca de las 6 de la tarde. En una sala estaban las impresoras, en otra el computador, de marca Tower, el mismo modelo que tenía el gobierno para su cómputo. Iniciaron el trabajo de recuento.

Ley de Murphy: el operador lo prendió, saltó un chispazo y no funcionó.

Se quedaban sin computador. No tenían uno de respaldo. Era una típica carga electroestática porque estaban sobre una alfombra. Las pulsaciones de todos se aceleraron en el centro de cómputos. Lo abrieron y advirtieron que se había quemado una tarjeta del ordenador.

Justo en ese momento salió Genaro Arriagada desde otra ala del tercer piso, donde estaba reunido con los dirigentes políticos del No: Patricio Aylwin, Ricardo Lagos, Enrique Silva Cimma, Luis Maira y Tomás Hirsch, y caminó hasta al centro de cómputos. Le preguntó a Martner:

–¿Cómo está la cosa?

– Bien, no te preocupes –respondió.

–¿Alguna novedad?

– No, estamos tranquilos. Estamos empezando a encender el computador.

"¿Qué sacaba yo con decirle a Genaro?", explica.

A través de una empresa, el comando del No había importado desde Estados Unidos el computador y los faxes que repartió en los centros de acopio en el país. Martner le preguntó al economista Enrique Dávila, que después, en democracia, fue gerente general de la ENAP, si el importador había traído más equipos. "Trajo dos computadores", respondió Dávila. Llamaron por teléfono y lo confirmaron. Otro Tower estaba disponible, pero había que pagarle al importador. "Agarré mi chequera y le pasé un monto importante... después el banco me protestó el cheque, para mi indignación, porque se demoró un par de días en que me repusieran la plata", cuenta.

Ahora había que llegar con el cheque hasta donde estaba el importador. Martner preguntó en el centro de cómputos: "¿Quién vino en auto?". Se levanta una mano. Era Jorge Navarrete Martínez, el fundador de Televisión Nacional durante el gobierno de Frei Montalva y primer gerente general de la estación. Martner le explica el problema del computador quemado y que había que partir a buscar el otro. Salió de inmediato.

Cuando regresó Navarrete con el nuevo computador, ya habían arreglado el problema. Cambiaron la tarjeta defectuosa.

Líneas de recuento

Cada partido opositor quiso tener su estructura de recuento, que no compartían entre sí. "Adolfo Zaldívar se negó a que la DC se inscribiera en el PPD y Patricio Aylwin lo aceptó. Entonces la DC tuvo su línea propia de apoderados. El Partido Humanista (PH) en un acto de audacia se inscribió solo", relata Martner. La idea que el PPD fuera un espacio único frente a la dictadura había fracasado.

"Como PS no podíamos ir porque estábamos fuera de la ley. Entonces resolvimos ir como PPD", dice. Sólo los partidos legalmente inscritos – de los opositores, eran entonces la DC, PH y PPD– podían tener apoderados, y pusieron cerca 60 mil en total. Martner organizó las fichas para la inscripción legal del PPD y "fui ganando cierto prestigio como operador de computadores, siendo nada más que un usuario".

La DC armó su propio estructura de recuento. El PS Núñez y el PPD resolvieron no hacer un recuento propio, y jugaron todas sus cartas al espacio común, Sin perjuicio de que la DC ya tenía tomada su decisión, cuenta. Martner llegó a un acuerdo con el secretario nacional de la Democracia Cristiana, Gutemberg Martínez, para que no se desorganizara la entrega de resultados y aparecieran todos los partidos opositores dando sus propios resultados en la noche del 5 de octubre, distintos entre sí, lo que a su juicio habría sido una catástrofe.

"Gute entendió el argumento": que la DC desarrollara su aparato de recuento, pero al servicio de la causa común. La DC puso a cargo a Eric Campaña y Jorge Rodríguez, que hizo algunas vocerías contrariando el acuerdo previo según Martner, y un ingeniero armó el sistema de la DC, basado en la transmisión vía telefónica de archivos.

La solución para evitar roces fue armar dos líneas de recuento, las letras "N" y "O". En la línea del PPD actuaron personas de todos los partidos, incluso de la DC, y se pudieron transmitir los datos por fax, para lo que debieron importar estas máquinas, una tecnología entonces incipiente.

–Efectivamente en la noche del 5 Germán Quintana nos dio los datos, pero no los pudimos trabajar. Esa es la verdad: ahora lo puedo decir. La línea de la DC llegó tarde en la noche y técnicamente ya no era procesable.

"Hasta aquí llego"

Según Martner, el PS Almeyda cumplió rigurosamente el acuerdo del comando del No y puso a un equipo a trabajar en el recuento, el Partido Radical también lo hizo, aunque sí hubo roces, y hubo democratacristianos autorizados por su partido.

–Tuve un problema serio con Jorge Schaulsohn en particular, secretario general del PPD –relata Martner–. Contrariamente a los acuerdos previos, le encargó a su primo, Roberto Brodsky, compañero mío de colegio, que nos pinchara la línea nuestra. Consiguió teléfonos de personas militantes del PPD, y las llamó por teléfono para armar ellos un recuento. En un momento dado me llega un papel que dice "la situación está llegando a un límite" porque se estaban atochando las líneas.

La presión era insostenible. Temió que se interrumpiera el flujo de datos que llegaba desde todo el país para el recuento.

El sistema era que los apoderados de los tres partidos opositores inscritos anotaban los resultados de cada mesa. Estas se entregaban al jefe de recinto que iba llenando una planilla, en la que registraba unas 30 mesas. Cuando se completaba la planilla, un chasqui o enlace la trasladaba a toda velocidad, a pie, en bicicleta, en auto, o en el medio de transporte que necesitara, a alguno de los 26 centros de acopio en el país, que en general correspondían a las provincias, en cada uno de los cuales había un fax, desde donde se enviaba a los fax situados en los cuatro centros de acopio en Santiago. Desde allí, enlaces trasladaban los papeles, que venían en los rollos de papel fax, al centro de cómputos del comando del No, situado en el tercer piso del edificio de calle Lastarria. Al acumular los resultados de 30 mesas se sacrificaba la velocidad de entrega de los datos por la seguridad que implicaba producir poco ruido y movimientos.

Un grupo de digitadores expertos, que trabajaban en bancos, y que proporcionó la Confederación de Trabajadores Bancarios, traspasaba los datos al computador central, donde un software los procesaba. "Los digitadores llegaron y cuando todo terminó se fueron discretamente. Nunca supe sus nombres. Al día siguiente volvieron a sus pegas, y si te he visto, no me acuerdo. Fueron personas de gran serenidad", recuerda Martner.

Como podía haber cortes de luz, Alberto Urquiza coordinó con personas del Colegio de Contadores que fuera un grupo de cerca de 50 profesionales, que con velas y papel, lápices y máquinas calculadoras manuales, hicieran un sistema de respaldo. Los papeles que llegaban desde los centros de acopio se fotocopiaban y enviaban a la sala donde los contadores tipeaban los datos para el respaldo manual. Iban una hora atrás del procesamiento computacional.

Pero Martner observó que el flujo de datos, del que dependía todo el proceso, podía colapsar por el atochamiento en las líneas telefónicas que estaban produciendo las llamadas desde el PPD donde querían más información del recuento. Cuenta:

"Bajé donde estaba Lagos y le dije: mira, Ricardo – ahora, y desde que fue presidente, le digo Presidente– yo llego hasta aquí no más y no respondo, o das instrucciones precisas para que no siga esto".

Lagos le respondió: "No te preocupes".

"Ubicamos desde donde estaban llamando y empezamos nosotros a bloquear ese teléfono", relata Martner. Llamaban una y otra vez a ese número, sin pausas, para tener la línea siempre ocupada.

Cuando ya se conocía el triunfo, como a las 2 de la madrugada del jueves 6, lo llamó Schaulsohn para felicitarlo. Martner recuerda que agregó:

–Quiero protestar en nombre del Partido por la Democracia porque tu no me entregaste resultados.

"Debo reconocer hidalgamente que lo que hice fue lanzarle un grueso improperio y colgarle el teléfono", dice.

Esa noche, confiesa, se ganó unas úlceras que después le pasarían factura.

–A pesar de todo tuvimos bastante control – dice Martner– y logramos un resultado, en estas circunstancias. Yo estaba en un ala, y en otra los dirigentes políticos.

En un momento se metió Juan Hamilton donde estaban los cómputos, porque quería saber resultados, y le pidió que saliera. El político democratacristiano, que había sido ministro de Vivienda de Eduardo Frei Montalva y era uno de los propietarios de la opositora revista Hoy, le hizo caso. Salió.

El cerco policial

Cerca de las 20 horas, el flujo de datos comenzó a detenerse. A esa hora, el subsecretario del Interior Alberto Cardemil ya había entregado un recuento, con 79 mesas, que daba por ganador al Sí con amplitud: 57,3% sobre el 40,5% del No. Los militares rodeaban el centro de Santiago y en los alrededores del comando, Carabineros no estaba dejando pasar, relata Martner. El resultado era que los enlaces con los resultados que venían de cuatro puntos en Santiago no podían llegar. Germán Quintana, que tenía comunicación por radio con los cuatro centros de recepción le informó a Martner que estaba todo cortado. Los datos no estaban llegando.

Martner acudió donde Arriagada a preguntarle: "¿Qué hacemos?". "Esperar", le respondió el dirigente, con calma.

La inquietud atravesaba a todos los partidos porque la dictadura estaba desconociendo los resultados.

Se enteró Martner que el comandante Augusto Sobarzo, de Fuerzas Especiales de Carabineros, estaba a cargo del operativo en el centro de la capital. Bajó a hablar con él: "Mire coronel, en este minuto no están dejando pasar a las personas responsables del comando del No que nos traen información de los resultados. Yo le quiero pedir que instruya a las fuerzas de orden a que cuando se presenten como parte del comando del NO, del recuento paralelo, sus fuerzas lo dejen pasar, porque de otra forma no va a ser posible que podamos hacer nuestro trabajo".

Después de eso los volvieron a pasar. Curiosamente, llegaban más resultados de Santiago que de provincias. ¿La razón? En la capital se trasladaban físicamente y no por fax, como era desde las regiones.

Un fajo de datos

Al comando llegaban más datos de mesas de hombres que de mujeres, porque entonces estaban separadas por sexos. "Parece que ellas eran más minuciosas para el recuento", dice Martner. En el comando tenían un equipo de especialistas, que operaba en un rincón cercano al computador, a cargo del ingeniero Marcelo Leseigneur, en el que estaban Joaquín Vial, hoy vicepresidente del Banco Central de Chile, el economista Patricio Meller y Jorge Navarrete Martínez, quienes interpretaban estadísticamente los datos brutos, determinando las tendencias y corrigiendo los sesgos que existieran por regiones y género.

Cuando tenían más de 200.000 mil votos dieron un primer cómputo, que Arriagada leyó en el comando, con un resultado de 58,7% al No y un 41,3% al Sí, en réplica al de la dictadura.

A las 22 horas, Cardemil entregó el segundo cómputo, nuevamente favorable al Sí (51,3%) por sobre el No (46,5%).

El CEL informó entonces de su muestreo, que daba una ventaja al No (55,2%) sobre el Sí (44,6%).

Los datos oficiales se quedaron paralizados y la televisión estatal empezó a transmitir dibujos animados. Cardemil anunció un nuevo escrutinio para las 23:15. Pero no lo hizo.

Poco antes de estos resultados, en una breve aparición antes de las 21 horas, Pinochet afirmó que estaba ganando el Sí, pero que le habían llegado informaciones inquietantes: "Hay algunas personas que han visto a gente con pasamontañas y con armas".

A Martner, que en su juventud había sido del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), lo llamaron en la noche amigos de esa época, que también estaban inquietos la falta de resultados. "¿Qué pasa?", le preguntaban. El les decía: "tranquilos, no hagan nada. Tenemos la certeza que ganamos, pero está en proceso".

En el comando tenían un 5% y diez minutos después, un 15%, porque se aceleraba la entrega de información, como si fuera una ola que avanza. Estaban listos para entregar más datos. Los especialistas los habían revisado y Leseigneur le dijo a Martner después que los revisó con Vial, Meller y Navarrete dio su veredicto: "Respondemos por eso". Era el triunfo del No.

Martner estima que La Moneda, con el poder del Estado y un computador similar al del No, tenía los mismos datos al menos una hora antes. La conclusión era clara: estaban tapando la información.

"Gute me pidió datos para que Aylwin fuera con información a Canal 13, donde iba a estar con [Sergio Onofre] Jarpa". Aylwin y Jarpa se conocían de la época en que ambos eran opositores al gobierno de Salvador Allende. Jarpa llegó acompañado por Andrés Allamand y Aylwin por Gutemberg Martínez. Martner le entregó un fajo de resultados impresos en un rollo de papel continuo, mesa por mesa, que disponía el comando del No. "Fue bien efectivo". Jarpa admitió en el Canal que la tendencia era clara al triunfo del No.

"¿Dónde está la champaña?"

Pero la voz decisiva fue la del general Fernando Matthei, comandante en jefe de la Fuerza Aérea y miembro de la Junta de Gobierno, que al llegar a La Moneda, a las 00:30 horas del 6 de octubre, a la reunión de los jefes de las fuerzas armadas y carabineros con Pinochet, dijo a los periodistas:

– Tengo bastante claro que ganó el No, pero estamos tranquilos.

El periodista Alejandro Guillier, hoy senador después de su fallido intento de llegar a la presidencia en las elecciones de 2017, estaba ese día reporteando para revista Hoy y despachando para radio Chilena, del arzobispado de Santiago. Sus jefaturas periodísticas le habían dado permiso para apoyar otros medios. En el día había reporteado la votación en comunas en los alrededores de la capital y en la noche se había concentrado en el local de prensa del No, frente al entonces edificio Diego Portales –hoy Centro Cultural Gabriela Mistral–, donde estaba la sala de prensa del gobierno, en la avenida Alameda. Guillier estaba con audífonos y conectado con radio Chilena, cuando escucha la declaración de Matthei en La Moneda reconociendo que había ganado el No.

–Escucho a Matthei, me saco los audífonos, bajo corriendo y le grito a Genaro: "El general Matthei acaba de reconocer el triunfo del No". Genaro, que estaba en un pequeño estrado con un micrófono, se gira y dice: "El general Matthei ha reconocido el triunfo del No". Ahí comienza la fiesta –cuenta Guillier.

En La Moneda, en cambio, el ambiente era muy tenso en la reunión entre los comandantes en jefe y Pinochet.

Cuando el ministro del Interior, Sergio Fernández, expone una visión triunfalista por el resultado que ha logrado el Sí, Matthei ironiza y le replica:

– ¡Muy bien! ¿Y dónde está la champaña? – narran los periodistas Ascanio Cavallo, Manuel Salazar y Óscar Sepúlveda en La historia oculta del régimen militar.

En medio de la tensión, se desmaya el ministro de la Presidencia, general Sergio Valenzuela.

Fernández intenta entonces otra estrategia. Tiene preparado un decreto que le confiere poderes especiales a Pinochet y que los miembros de la Junta de Gobierno deben firmar. Matthei se opone y se suman Rodolfo Stange, general director de Carabineros, y el almirante José Toribio Merino.

Entonces Pinochet se rinde:

– Ya está, muy bien. Muy bien, muy bien. Hagan lo que quieran – relatan Cavallo, Salazar y Sepúlveda.

Pasadas las 2 de la madrugada, y después que el comando del No entregara un nuevo cómputo, que arrojó 57,82% al No y 42,18% al Sí, el subsecretario Cardemil entregó el tercer escrutinio oficial, en el que por primera vez apareció ganando el No y por cifras cercanas a las que estaban entregando los opositores.

El festejo en la Alameda

En la noche empezó el festejo de los opositores, ahí sí brindando con champaña en el comando del No, y con el Himno Nacional cantado a voz en cuello. Se interrumpió brevemente en la madrugada, y se reinició en la mañana. En las poblaciones periféricas hubo marchas y los militantes que esperaban acuartelados se sumaron a las celebraciones. En el centro, el lugar de reunión fue la avenida Alameda Bernardo O'Higgins, interrumpiendo en todas las pistas el escaso tránsito que había ese jueves.

Fue algo espontáneo. Nadie había convocado a reunirse. Las personas simplemente llegaban. Se formaban rondas en las calles, desconocidos se abrazaban. Una mujer le entregaba flores a un carabinero. Habitualmente adustos, los policías esta vez sonreían. Era un jolgorio sin destrozos. Había banderas del No, de los partidos opositores y reinaba la consiga que predominó en las marchas durante toda esa década: "¡Y va a caer...!".

En el comando del No habían terminado sus tareas cerca de las 4 de la madrugada y Martner había citado al equipo a las 8 de la mañana.

Pronto los dirigentes advirtieron el riesgo: la multitud copaba la Alameda y amenazaba con llegar a La Moneda. En el comité técnico del No se juntaron varios dirigentes y la resolución fue desviar a la multitud, que aumentaba según pasaban las horas, hacia el parque Forestal.

– Quedaron escenas preciosas – recuerda Martner–. Mucha gente abrazaba a los carabineros.

Frente a la casa matriz del Banco del Estado, en Alameda esquina Bandera, a una cuadra de La Moneda, trepado en el bandejón central, Patricio Hales, que entonces era militante comunista y uno de los portavoces del Movimiento Democrático Popular (MDP), arengaba a voz en cuello a la multitud para que no siguiera avanzando por inercia hacia La Moneda. Otros dirigentes se paseaban con megáfonos llamando a celebrar en el parque Forestal.

Lograron evitar incidentes mayores. Todavía tenían cierto temor de que la dictadura aprovechara cualquier pretexto para desconocer los resultados o declarar Estado de Sitio y suprimir todas las libertades conquistadas, en un intento de recuperar terreno.

Pero no ocurrió.

Esa noche Pinochet, en un discurso por cadena nacional, para el que se vistió de nuevo con uniforme, después de haber estado gran parte de la campaña vestido como civil, procuró retomar las riendas. "En el reciente plebiscito no ha estado en juego el orden constitucional de la república y nadie puede sentirse con mandato para truncar lo que ese mismo pueblo decidió", dijo.

Logró mantener el itinerario, aunque en 1989 debió negociar reformas constitucionales con la oposición, que fueron aprobadas en un nuevo plebiscito, en julio de ese año. Solo dejó la presidencia 17 meses después de la derrota, en marzo de 1990, para dejarla en manos de Patricio Aylwin, mientras él permanecía como comandante en jefe del ejército.

Dos semanas después del triunfo del No, Fernández, responsabilizado por la derrota, debió abandonar el gabinete.

–En el plebiscito, todo el mundo puso lo mejor de sí –plantea Martner–, incluyendo a los más escépticos . Hacer que la dictadura no lograra legitimarse era fundamental. Pero esto tenía que resolverse en un acto colectivo, masivo. Esa es la lección política fundamental.

Los dirigentes opositores, desde la misma noche del triunfo del No, comenzaron a pensar en quién sería el candidato presidencial en la elección de 1989, recuerda el periodista Rafael Otano en su libro Crónica de la transición.

La épica del No quedaba lentamente atrás. Las protestas, la campaña, la franja. Todo había sido necesario para el triunfo. Vendrían ahora los tiempos del pragmatismo, la negociación y la medida de lo posible.

Pero la gesta común no se olvidaría.

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