Con toda la tradición democrática de Estados Unidos, fueron necesarios 25 mil soldados y la militarización de la capital federal para que el pasado miércoles se celebrara la toma de mando de su nuevo presidente, Joe Biden. Fue una ceremonia marcada por la ausencia de multitudes como medida preventiva frente a la pandemia del coronavirus, que ha castigado a ese país con cerca de 400 mil muertos a la fecha, y cuyo manejo se alza como el desafío más urgente de la nueva administración. Pero sobre todo estuvo marcada por los eventos del 6 de enero, cuando una turba de partidarios de Donald Trump asaltó el Capitolio mientras el poder legislativo sesionaba para certificar el resultado de la elección presidencial de noviembre. El temor y las amenazas de nuevos incidentes determinaron el férreo control policial y militar de la ciudad, y cargaron de un sentido extra las palabras del discurso inaugural de Joe Biden, quien celebró “la democracia ha prevalecido”. Ahora, el nuevo presidente enfrenta desafíos titánicos y urgentes, con una economía en serios problemas y el peor mercado laboral de la era moderna. Con una mayoría muy ajustada en ambas cámaras, Biden debe decidir cómo sacar adelante su agenda y a la vez defender el dominio demócrata en las elecciones legislativas de 2022. Por su parte, Donald Trump, quien rompiendo una tradición centenaria no estuvo presente en la ceremonia de cambio de mando, se retiró a Florida con una promesa de “volver”. Le espera el juicio político en el Senado por su responsabilidad en los hechos del 6 de enero, mientras el partido Republicano debe decidir si cortar definitivamente con el ex presidente o intentar seguir cortejando a su electorado, con los riesgos que eso implica.