La semana pasada se informó oficialmente del primer fallecimiento de un reo de 75 años enfermo de covid-19. A principios de la pandemia en Chile el gobierno anunció y sacó adelante una ley de indulto conmutativo que buscaba proteger a la población más vulnerable de los penales del país. Pero, como bien saben quienes trabajan en los recintos penitenciarios, la vulnerabilidad frente al covid-19 es casi una definición de “cárcel”.
Entre todas las aproximaciones terapéuticas que han tenido investigadores de todo el mundo para mejorar las condiciones de ciertos contagiados con covid-19, comenzó a llamar la atención la transfusión de plasma de la sangre de pacientes recuperados. El potencial tratamiento es aún una pregunta abierta. ¿Qué tan inmunes y por cuánto tiempo quedan los pacientes recuperados?
El fin de semana, Chile pasó oficialmente la cifra de las mil personas muertas a causa del Covid-19. Pero las cifras tienen un valor que va mucho más allá de lo simbólico. No solo para todos y cada uno de quienes han fallecido y para sus deudos; también para un sistema de salud que a cada minuto lucha con el impacto del número de contagiados y enfermos y debe enfrentar a menudo el fracaso de una vida que no se pudo rescatar. Son también indicadores de progreso o fracaso de las medidas, políticas públicas y la operación de las autoridades a cargo de la crisis, del gobierno. Las cifras son materia de argumentación, de polémica, de desconfianza, de controversia.
Aún sumido en la tragedia de la letalidad del Covid-19, Estados Unidos ha enfrentado en los últimos días a un fantasma persistente y tan real que parece parte de su identidad: su profundo conflicto racial. La historia de opresión y abuso al pueblo afroamericano sumó un nuevo mártir cuando el lunes de la semana pasada un oficial de la policía de Minneapolis detuvo con violencia mortal a George Floyd, un afroamericano de 46 años. Las imágenes captadas por varios transeúntes en sus celulares se hicieron virales en minuto: el policía blanco presionando con su rodilla el cuello de Floyd, en el suelo, inmovilizado, ocupando su último aliento en pronunciar una frase que ya se había hecho famosa en otro abuso racial de la policía: No puedo respirar.
Ayer, Madrid fue una de las ciudades españolas que entró formalmente en la llamada “fase 1” de la desescalada: es decir, el inicio parcial de ciertas actividades. Es parte del retorno a la llamada “nueva normalidad” tras pasar, hasta ahora, lo peor de la crisis del coronavirus. Las calles de la capital madrileña han retomado algo de su actividad, pero las cosas no son como antes.
Uno de cada cuatro fallecidos por covid-19 en la Región Metropolitana vivía en una residencia de adulto mayor. Es algo que sucedió antes en Europa, donde según la OMS la mitad de las muertes fueron ocasionadas por brotes en hogares de ancianos. También pasó en Estados Unidos. Y lo que está pasando en nuestro país confirma no sólo la fragilidad de ese grupo etario, sino también de la enorme complejidad que presentan las residencias que los albergan.
Uno de cada cuatro fallecidos por covid-19 en la Región Metropolitana vivía en una residencia de adulto mayor. Es algo que sucedió antes en Europa, donde según la OMS la mitad de las muertes fueron ocasionadas por brotes en hogares de ancianos. También pasó en Estados Unidos. Y lo que está pasando en nuestro país confirma no sólo la fragilidad de ese grupo etario, sino también de la enorme complejidad que presentan las residencias que los albergan.
Formalmente, hay algunas excepciones al confinamiento obligatorio. Para comprar mercadería, medicamentos o para ir a una consulta médica, por ejemplo. Existe también un permiso para la salida de personas con trastorno de espectro autista (TEA) o alguna discapacidad mental. El dato visibilizó una condición con la que muchos no estaban familiarizados, y la necesidad de salir a diario que tienen algunas de estas personas.
La compañía, que ya al inicio de la crisis había comenzado a plantear la necesidad de un rescate financiero estatal, se acogió al capítulo 11 del código de bancarrotas de Estados Unidos, una medida extrema para, según sus directivos, asegurar su continuidad.
La cuarentena total del Gran Santiago debutó con un asesinato doble. Según las autoridades, fue un ajuste de cuentas del narcotráfico. El hecho dio pistas sobre la conexión entre la crisis sanitaria y económica que vive el país a causa de la pandemia del coronavirus y el narcotráfico. Un panorama dominado por luchas territoriales, desafíos logísticos para los traficantes y las relaciones de patronazgo económico entre narcos y sus vecinos en ciertas áreas de la ciudad.
Es el foco actual de la gran preocupación de las autoridades mundiales. Bien lo sabemos en Chile, donde cada día alcanzamos nuevos récords de contagios y muertes. Otros países como Brasil y Perú también exhiben cifras preocupantes, mientras que otros como Argentina y Uruguay parecen tener un panorama más auspicioso.
Con miles de personas que trabajaban para tratar de contener la tragedia que ha significado la pandemia del coronavirus SARS CoV2 en el país, otra buena parte sigue llamada a respetar los confinamientos obligatorios e intentar seguir con sus vidas. Eso incluye seguir educando a nuestro niños y jóvenes. En el Liceo Bicentenario Pablo Neruda, en Arica, enfrentaron los problemas de acceso a tecnologías a través de la radio.
Fue el epicentro europeo de la pandemia del coronavirus. Lo que pasaba en Italia podía servir de lección en nuestro continente, una ventana al futuro. Tras 70 días el gobierno de Giuseppe Conti ha ordenado el desconfinamiento progresivo del país, esperando reactivar su economía. Al inicio de la cuarentena conversamos con dos chilenas residentes en Italia, y hoy nos cuentan qué pasado en todo este tiempo.
Paralelo a la crisis sanitaria por la pandemia del Covid-19, el gobierno ha estado tratando de lidiar con otro frente de la crisis, uno que recién comienza y cuyos efectos y profundidad pueden ser aún más dolorosos: la crisis económica derivada de la paralización del país, y su impacto en la realidad cotidiana de los chilenos más vulnerables. Esta semana, volvimos a ver protestas en las calles. Y se instaló el temor de un nuevo estallido social.
Al cabo de unas semanas, la novedad y el esfuerzo de ajuste para empresas y empleados comenzó a dar lugar a una nueva rutina, una suerte de nueva normalidad. Y esa realidad ha llegado con problemas que van mucho más allá de lo anecdótico.
