Matías Gajardo (31) nació en Peñalolén pero a los 6 años se cambió a Pudahuel, comuna que considera como su hogar. Un dato importante que marca su vida es que sus padres son artesanos, oficio que años más tarde seguiría, pero al alero de las lámparas.

"Vi que mis viejos trabajaban en la calle, sacrificándose y siempre soñé con poder ayudarlos", cuenta. Y agrega que, si bien nunca se imaginó dedicándose a la artesanía, sí disfrutaba "armar y desarmar cuestiones. Había una radio en la casa y me encantaba desarmarla, eso ayudó al ingenio, al hacer arte con las manos". 

Hoy, Gajardo se dedica a buscar desechos como roble en casas que se van a demoler o amortiguadores de autos, para construir sus lámparas. Pero primero tuvo que darse un par de vueltas hasta encontrarse con el emprendimiento que realiza desde 2017. Gajardo, tras salir de Colegio Lastarria, ingresó a estudiar Ingeniería Mecánica en la Universidad Católica. Él admite que le gustaba la mezcla entre la economía y la física, pero al tercer año supo que no iba a ejercer lo que estaba estudiando. "Le pregunté a ingenieros y cuando supe que estaba más relacionado a la mantención de maquinaria, se convirtió en mi primera decepción".

Tras salir, Gajardo trabajó un par de años hasta que decidió optar por estudiar nuevamente en la PUC, esta vez Ingeniería Comercial. Él reconoce que nunca fue un estudiante que se destacó por sus notas, pero sabía que en esta ocasión necesitaba un porcentaje que le permitiese ingresar con becas. "Me dediqué a estudiar hasta sacar 800 puntos, nunca antes había sobrepasado los 600 en la prueba", recuerda.

De su paso por Comercial, el emprendedor afirma que fue un punto de inflexión en lo que haría a futuro. "A mí me aportó harto la universidad siendo sincero porque me llevó a ser más autodidacta en el tema, a saber qué cosas yo podría aprender y entender". Y agrega: "Lo otro es que estudiar te permite conocer gente distinta en áreas de desarrollo profesional mucho más avanzados de los que yo pudiese acceder si no hubiese pasado por ahí".

Pero pese al aprendizaje alcanzado en tres años, Gajardo sentía que las salas de clases no eran suficientes para lo que quería. "Yo quería emprender y sentí que la universidad va a un ritmo más lento que al emprendimiento". En ese sentido, sentí que no estaba aprendiendo las herramientas necesarias que yo quería y me estaba costando caro eso".

Gajardo se retiró por segunda vez a los 26 años. Esta vez, motivado por la biografía de Steve Jobs (Debolsillo, 2013) que leyó en su época estudiantil, en la que Jobs relata que había renunciado a la universidad para tiempo después fundar la compañía Apple. "Si él pudo, ¿por qué yo no? Agarré papa por inconformismo".

Intentarlo de nuevo

Cuando se retiró de la universidad, algunos compañeros se acercaban a preguntarle si tenía alguna idea de negocios. A diferencia de algunos de sus pares, Matías Gajardo no tenía ni un peso, ni siquiera para invertir en helados como una opción, pero sí tenía en su poder toalla nova y limpia vidrio.

Con los materiales necesarios, él y un amigo se trasladaron a la esquina de Las Rejas con Alameda y empezaron a limpiar vidrios de autos. "Ahí aprendimos caleta" recuerda desde el taller de Convictus, ubicado en Recoleta. 
De esos días en la calle recuerda los tiempos del semáforo, el trato con el cliente, cómo dejar el vidrio sin ninguna mancha de espuma. El primer día no limpiaron ningún auto. Al siguiente día se atrevieron y al quinto auto se transformaron en los dueños de la calle. Todo iba tranquilo hasta que un sujeto se les acerca para enfrentarlos: "Socios, esta calle es mía". Era otro limpiador de vidrios que llevaba varios años trabajando en la intersección por lo que tuvieron que abandonar el lugar. 
Sin bajar los ánimos ante tal aventura, Gajardo aprovechó de realizar analogías con lo que pasa en el mercado mientras buscaban un nuevo lugar para realizar la labor. "La primera lección tras salir de ahí fue 'encuentra tu propia esquina', encuentra tu propio nicho de mercado; yo vendo lámparas y debe haber 120 competidores en la misma línea, pero si hago lámparas con material reciclable todo cambia". 

Limpiar vidrios tuvo frutos. En un solo mes el equipo consiguió 800 mil pesos para cada uno usando toda la estrategia posible: bien vestidos, amables, siempre con toalla nova y limpiavidrios en mano. Fue una revelación. Pese al monto, Gajardo sabía que el oficio no era para siempre.

-¿Nunca te sentiste inferior por limpiar vidrios tras haber tenido la posibilidad de estudiar?

-No, nunca. Pero siempre está la presión social y la decepción de los demás. Yo estudiaba en una buena universidad, becado, en una carrera que se supone que te iba a dar otro estatus y todos me proyectaban tomándome un café en Sanhattan y de vuelta a la casa. Cuando les dije que iba a dedicarme a ser limpiavidrios no me miraron en menos pero sí hay harta decepción. Uno tiene que aprender a superar eso, pero yo estaba convencido de que iba a avanzar.
Los meses pasaron y nuevamente el joven estaba sin dinero, pero según su experiencia, la escasez agudiza el ingenio. "Otra vez no tenía plata para invertir, pero encontré en la basura un recurso para poder trabajar".

El artesano de lámparas

El primer paso de Gajardo para armar Convictus, emprendimiento que se dedica a salvar la chatarra metálica para convertirla en lámparas creativas, fue ir a ver "basura" por 10 de julio. "Me di cuenta que existe toda una industria, un movimiento detrás del reciclaje con centros de acopio y recicladores base. Aprendí más de sustentabilidad, a creerme el cuento".

Pese a no saber cómo soldar o conocer vagamente técnicas en conexión eléctrica, él reconoce que ya tenía la mitad del trabajo hecho. "Uno no tiene que partir de cero porque, como dijo Newton, soy lo que soy porque me subí a hombros de gigantes, es decir no hay que partir de cero sino ver lo que hicieron otros".

De las actuales herramientas que mantiene en su taller, en sus inicios eran solo un sueño. "No tenía nada, pero un ex profe y buen amigo de la U me prestaron una máquina de soldar y un esmeril. Después, le pedí el taladro al papá de Daniela Carvajal, mi pareja y actual co creadora del proyecto".

Con materiales y herramientas en mano, Gajardo y Carvajal estuvieron tres meses intentando crear lámparas con chatarra. En un taller caluroso de Recoleta, ubicado en la casa los abuelos de su socia y pareja, el equipo de Convictus se guió a través de tutoriales en YouTube para sacar adelante las primeras lámparas de mesa. Ruedas de bicicletas o balones de gas cortados por la mitad eran unidos a piezas de madera para terminar en diversos modelos, todos distintos entre sí. 

Tras un arduo trabajo de diseño, la fecha en que mostraron a la luz el proyecto Convictus al público la recuerda claramente su creador: 26 de marzo de 2017. El papá de Matías fue invitado a la fiesta de la vendimia en Casablanca, un pequeño pueblo vitivinícola ubicado en la región de Valparaíso, donde el equipo se "coló" esperando ver la reacción de la posible clientela.

Pese a que el nerviosismo reinaba, ya que pensaban que podían ser expulsados por los encargados del evento, el administrador municipal compró las primeras dos lámparas a la venta. Ese día vendieron 5 de las 10 primeras creaciones. "Fue el visto bueno para darlo todo".

El 2017 cerraron con la venta de 300 lámparas recicladas y en 2019 sobrepasaron las mil unidades. Con la mejora económica, Gajardo invitó a su padre para que trabaje en el equipo. "Intuitivamente uno va marcando el paso de tus papás, en algo te afecta, ellos llegan a ser una guía para uno. Hoy soy el artesano de lámparas con una gran influencia de mi papá", afirma.

Entre los modelos que ofrecen por Internet y redes sociales, el que más destaca es el "Tesla", hecho en base a un frasco de conservas, un trozo de roble de demolición y una ampolleta exclusiva, el cual siempre lidera las ventas. El otro producto regalón de los usuarios es el "Cleta Pie", un aro de bicicleta en que cada rayo lleva una ampolleta. Cada vez que sacan un modelo se agotan al instante, asegura. 

https://youtu.be/FHlo0hkd_Fo

Ante el constante avance, Gajardo afirma tener suerte por lo conseguido, pese a que sus diseños se reparten en casas y hoteles de lugares como Alemania, México, Estados Unidos, Italia o Rapa Nui.

Por ahora, el emprendimiento familiar sigue en expansión gracias al apoyo de  empresas que seleccionan sus desechos para que Convictus esté abastecido de material para crear lámparas.
Al mismo tiempo, Gajardo planea expandir el mercado de las lámparas a otros productos para el hogar. "Nos gustaría que Convictus fuera la opción de las personas para equipar sus casas en un 100%, de manera sustentable con las futuras mesas que estamos creando, sillas, estantes, lo que podamos pero que tenga un origen sustentable".