*Basado en hechos reales. Los nombres fueron cambiados y algunas historias levemente modificadas en función del relato*
Cuando el 14 de marzo y tras unas largas vacaciones, Lucía (35), Juan (36) y sus dos hijos arribaron felices a su departamento, nunca pensaron que sería la última vez que lo harían juntos. Ya sabían que la pandemia por coronavirus dejaba al hijo menor en una situación de alto riego debido a su asma crónico, por lo que ahora era necesario cuidarse, planear el trabajo en casa, las clases en línea, y acostumbrarse a una nueva dinámica hogareña.
Ella, enfermera, debía ser en extremo cuidadosa para no contagiar a su familia, mientras que él no tendría problemas en hacer su trabajo vía home office, haciéndose cargo de la casa y los niños. Por peores cosas habían pasado como pareja.
A primera vista, no todo eran malas noticias. La familia estaría reunida a diario, con una bonita panorámica de la ciudad en un piso 27, y el confinamiento pasaría como una anécdota de unas pocas semanas. O eso pensaban.
Ignacio Silva, psicólogo de la UDP y académico de la Universidad de Chile, señala que “los factores que más perjudican a la salud mental en estos casos son la duración del confinamiento, el temor al contagio, falta de acceso a bienes básicos, frustración, aburrimiento y poca comprensión sobre los datos otorgados por las autoridades”.
“Con el inicio de la cuarentena, las denuncias de violencia intrafamiliar aumentaron en un 70% sólo durante marzo, algo que sin duda constituye un elemento de estrés relevante que puede tener efectos significativos en la salud mental”.
Ignacio Silva, psicólogo
Antes de la pandemia, en Chile se trabajaba desde casa un promedio de 3,18 días al mes, y un 12% afirmó nunca haberlo hecho, según datos de la consultora Citrix. Un 47% de los encuestados dijo que gracias al home office su jornada laboral es más larga que antes, con un promedio de 103,98 minutos más por cada día hábil, que quienes aseguraron que su jornada laboral es más corta.
En el área de los trabajadores de la salud, los primeros estudios publicados sobre este tema durante 2020 muestran altos indices de insomnio (36%), ansiedad (45%) y síntomas depresivos (50%), agrega Silva.
El día anterior, el presidente Piñera había alertado que el país se encontraba camino a un inminente paso a la fase 3 de contingencia por Covid-19. Ese día se contaban 61 casos en Chile.
Piso 21
Seis pisos más abajo, Daniela (40) no está tranquila con la situación. Un mes después de la pandemia, perdió su trabajo y sus padres, ambos de edad avanzada, se encuentran viviendo en el sur. Preocupada, no puede ir a verlos por miedo a contagiarlos, ya no tiene dinero para el arriendo y su única compañía es un perro -al que no le manifiesta mucho cariño-, heredado de una mala relación anterior.
“Una se acostumbra a una rutina de años: salir, carretear después del trabajo, y distracciones que hoy se esfumaron. Ha pasado un mes y mi vida transcurre entre la búsqueda de empleo, dormir, las redes sociales y ver Netflix. Antes podía pasear al perro y salir a fumar, pero los permisos disminuyeron y el encierro me tiene muy estresada. Aunque pienso que hay personas que lo deben estar pasando peor que yo, estar sola en estas condiciones es lo peor. He llorado bastante”, cuenta.
“Entre los efectos esperados en este período destacan los trastornos de estrés agudo, de ánimo, adaptativo, de ansiedad y aumento del consumo de alcohol y drogas. Estos efectos pueden aparecer varios meses después del fin de la pandemia y del aislamiento social”.
Ignacio Silva, psicólogo
Según un estudio de la consultora Kantar, en un 71% de los casos la pandemia afectó los ingresos del hogar. Los encuestados dicen que sus deseos tras este período son reunirse con familia (71%), con amigos (62%) y pasear (58%). Un 41% dice estar muy preocupado porque esta situación se repita en el futuro.
“Durante la pandemia se incrementó notoriamente el abandono de perros de raza, cachorros y muchos otros que evidencian haber tenido alguna vez un dueño”, cuenta Beatriz Albornoz, de la Corporación Animalista Beadog. “La adopción de mascotas disminuyó en un 70%, y por los costos asociados se ven menos campañas de esterilización por parte de los municipios”, señala.
Albornoz dice que las restricciones de movilidad han impedido que los animales que viven en la calle sean alimentados, ya que los permisos para estos casos deben ser solicitados a través de una organización con personalidad jurídica, y quienes lo hacían de forma individual no tienen esta opción. Antes, muchos animales eran alimentados por vendedores de comida ambulantes o restaurantes que ahora están cerrados.
Asimismo, agrega que algunas municipalidades están tomando como opción eliminar perros en situación de calle, ya que al existir cuarentena no hay testigos de estas situaciones.
El maestro
Don José (58), autodenominado “maestro chasquilla” y de oficio gásfiter, tiene un carnet renovable semanalmente que lo habilita para sus labores. Por estos días se le puede encontrar haciendo trabajos temporales como conserje del edificio, ayudando a calmar vecinos ruidosos o destapando alguna cañería.
“Antes recorría las villas de (la comuna de) El Bosque haciendo ‘pololitos’ y cuando no encontraba, debía ver cómo sobrevivir, porque mi oficio está en la construcción y todos necesitamos parar la olla. Espero que reactiven el panorama en el sector oriente, porque allá está la ‘pega’. Mi mujer hace queques y empanadas para vender, y mis hijos ayudan cuando no tienen clases. Aún así, no los veo motivados y pasan metidos en el celular. Tengo miedo de llegar de la calle y contagiar a mi familia, porque me cruzo con muchas personas camino a casa”, cuenta.
Especialistas han mencionado que en el inicio de la pandemia en Chile, los sectores menos acomodados, al trabajar en el sector alto de la capital, se convirtieron en vectores del virus a sus barrios y hogares.
“El teletrabajo es una condición para personas de altos ingresos con educación universitaria, en su mayoría mujeres. Incluso a iguales ingresos, mientras más grande es la familia, es más probable que una persona tenga que salir a trabajar”.
Ricardo Hurtubia, académico UC
En mayo, un estudio del Instituto de Sistemas Complejos de Ingeniería de la Universidad de Chile (ISCI) reveló las diferencias entre las cuarentenas dentro de la Región Metropolitana, tomando como base la movilidad de las personas entre marzo y abril. En las comunas de Vitacura y Las Condes el movimiento disminuyó a fines de marzo -cuando se instauraron las cuarentenas- en un 48 y 45 por ciento, respectivamente. Situación opuesta a comunas como Quinta Normal, Puente Alto o El Bosque, que apenas llegaron a un 25%.
Para Ricardo Hurtubia, académico de Ingeniería de Transporte UC y autor de un estudio que analiza la movilidad santiaguina en medio del confinamiento, destaca la desigualdad socioeconómica expuesta en pandemia, ya que “personas de menores ingresos tienen menos posibilidades de teletrabajar, viéndose forzados a salir y exponerse al contagio”.
Por otro lado, la dependencia de los aparatos electrónicos es un aspecto que incluso sin pandemia, ya se consideraba de cuidado. Muchos aumentaron drásticamente sus horas de conexión ya sea por obligación académica, necesidad o aburrimiento.
En un estudio realizado en junio por Fieldworks Consultores y Samsung Chile, un 94% de los encuestados dice usar un smartphone para trabajar y estudiar online, y un 95% considera que este dispositivo es imprescindible para conectarse con familiares y amigos. Un 46% de las personas instaló alguna aplicación para apoyar su vida diaria, siendo las video llamadas las más frecuentes.
Pura vocación
En el tercer piso vive Carolina (41), profesora diferencial en una escuela básica del sector sur de Santiago. Cuenta que su trabajo consiste en dar clases a alumnos con algún tipo de discapacidad (motora, del espectro autista o intelectual, problemas de aprendizaje o lenguaje), que en su mayoría se encuentra en situación de vulnerabilidad social, pero no es un gran problema. Lo difícil viene después.
“Lo complejo es que no todos los niños tienen conexión a internet en casa. Gran parte de ellos sólo ocupan el celular y no pueden usar Zoom porque sus teléfonos no son de buena calidad. Mi curso habitual es de 35 alumnos y en el mejor momento hubo 17 presentes, pero hoy el promedio son sólo ocho. Al principio tratamos de entregar guías, pero no había cómo imprimir, así que hicimos el esfuerzo de ir a dejarlas a las casas donde pudimos mantener el contacto con los apoderados”, sostiene.
“Hicimos una colecta en el colegio para comprarle gas a algunos apoderados porque estaban cocinando con leña, y la plata la guardaban para comida. Las cajas de ayuda sirvieron, pero no tienen con qué pagar las cuentas. Personalmente estoy estresada y con frustración por no poder ayudarlos. Tampoco hay un reconocimiento laboral ni humano de mi jefatura”
Carolina, profesora diferencial
Sin embargo, la estrategia no dio resultado: “Nos fue mal y terminamos usando los libros de estudios que todos tienen en el curso. Nos encontramos con que la motivación de los apoderados es escasa, no valoran la educación y no nos contestan el teléfono. Algunos están enfermos, hospitalizados y no tienen qué comer, porque sus trabajos son en ferias o de manera informal”, añade.
En abril pasado, el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), alertaba que “las vidas de millones de niños se han reducido temporalmente a sus hogares y sus pantallas”. El organismo indicó que la mitad del número total de estudiantes en el mundo que quedaron fuera de las salas por la pandemia no tienen acceso a una computadora doméstica, y el 43% no tienen internet en casa.
La cuarentena no afecta a todos por igual. A mediados de mayo, cuando se cumplía el tercer día de confinamiento en la Región Metropolitana, con 38 comunas, la comuna de El Bosque fue escenario de graves protestas e incidentes. Los vecinos del sector acusaban falta de apoyo y de alimentos por parte del municipio, señalando que las cajas de ayuda del Gobierno no habían llegado, y que no tenían para comer.
Días después, 18 de las 20 comunas con más nuevos casos de coronavirus del país pertenecían a la Región Metropolitana, siendo Puente Alto la comuna con más casos activos.
Repartidor
Nahuel (29) arribó a Chile hace dos años para convertirse en uno más de los miles de inmigrantes venezolanos que viven en el centro de Santiago. De profesión ingeniero mecánico, la pandemia lo encontró compartiendo un auto con un compatriota para una aplicación de transporte, y la espera por su familia. Pero las cosas se complicaron.
“Por la situación me peleé con mi socio y él se quedó con el auto, así que reparto comida en moto unas 12 horas diarias. En mi departamento vivo con tres extranjeros, pero el encierro en un lugar tan reducido genera discusiones y peleas nocturnas con otros vecinos. Se nos ocurrió usar una de las piezas como bodega y vendemos comida frita en los demás departamentos, aunque eso me obligó a compartir el living con otra persona para dormir”.
“Sé que esto terminará algún día, sólo quiero traer a mis padres de Venezuela e iniciar una vida nueva. Por ahora no tengo pensado irme, a pesar de todo”
Nahuel, ciudadano venezolano en Chile
A mediados de mayo, más de 600 venezolanos se apostaron en las afueras de la embajada de su país en Providencia, esperando ayuda para retornar. Sin comunicación alguna con sus autoridades, finalmente el Servicio Jesuita Migrante ayudó en las gestiones para un albergue, aunque ello no impidió que dos personas se contagiaran con coronavirus, y uno falleciera. Aunque muchos siguen en espera de vuelos humanitarios, a mediados de este mes un fondo empresarial dispuso de vuelos para personas de Colombia, Cuba, Ecuador, Haití, República Dominicana y Venezuela.
Por otro lado, a pesar de exponerse diariamente al contagio y la importante labor que realizan para la entrega de alimentos, la situación para los repartidores vinculados a aplicaciones no es la mejor.
A fines de abril denunciaron un empeoramiento de sus condiciones laborales y salariales, exigiendo ser reconocidos como trabajadores dependientes de la empresa PedidosYa, y acusando persecuciones al ser eliminados de la plataforma. Días después, volvieron a manifestarse, aunque esta vez para pedir mayor seguridad ante el aumento de los robos de sus motocicletas, pidiendo garantías a la compañía ante la oleada de violencia en las calles, más vacías por la pandemia. Hoy, el conflicto se resuelve en tribunales.
La chofer
En el mismo piso y con su madre, vive Alejandra (41), una risueña chofer de locomoción colectiva y cliente habitual de la comida venezolana de su vecino Nahuel. Dice levantarse diariamente a las 5 am y en su trabajo ha visto el paso de ver poca gente en las calles, a tacos en hora punta.
“Me deprime, porque tengo familia y amigos que espero no se contagien. Comparto la tuición de mi hijo con su padre los fines de semana, pero se quedó sin trabajo y he tenido que ayudarlo con lo poco que tengo”, cuenta.
“Subí de peso porque el tiempo que tenemos de encierro, duermo, veo TV y no me alimento bien. Afuera, la gente anda de mal ánimo y el frío tampoco ayuda a mejorar el ambiente. También he visto aumentar los asaltos a plena luz del día”, añade Alejandra.
Claramente los chilenos nos estaos alimentando mal. Un estudio de la consultora Kantar indica que estamos comiendo más (51%) y hemos comprado más alcohol para tomar en casa (22%). Por el contrario, estamos haciendo menos actividad física: según una encuesta de Sparta y Cadem, un 57% dice haber practicado deporte con regularidad antes de la crisis sanitaria, pero durante este período sólo continuó un 37%.
Un 62% de los encuestados dice seguir tutoriales por YouTube, Instagram y Facebook para hacer ejercicio, siendo el grupo más activo las mujeres de 18 a 34 años, de todos los segmentos sociales. Las actividades más comunes son el baile, zumba o poledance, seguidos por máquinas, spinning y trotadoras. Los aparatos “descubiertos” gracias a la pandemia son la bicicleta estática, las cuerdas o puño de fuerza, y la máquina trotadora, utilizadas entre 3 y 4 veces a la semana.
Trauma
En el mismo edificio viven las pequeñas Andrea y Belén, de 7 y 3 años. Un mes antes del primer caso de coronavirus en Chile, sus padres sufrieron a punta de pistola, el robo del auto en el que se transportaban. Aunque el vehículo fue recuperado a los pocos días, Macarena (38), su madre, quedó con el miedo natural a que la experiencia se repitiera. Aunque el confinamiento obligado le ayudó a mantener la tranquilidad, a su hija mayor le perjudicó.
“Mi hija quedó traumatizada, y el encierro en casa le hizo peor”, asegura Macarena. “Como prevención, tratamos de informarle sobre el virus de forma responsable, pero dejarla sin contacto con otras personas le provocó crisis de pánico, reflujos y miedo a las personas que rodean el edificio. Ahora asocia el coronavirus con muerte, pero de una forma extrema, ya que no quiere que salgamos. Ahora intento que no vea noticias con nosotros, pero al entrar a YouTube aparecen videos o juegos que se lo recuerdan”, dice.
“Mi hija menor se cayó y tuvimos que llevarla a una clínica, pero Andreíta no quería que fuéramos porque sabía del peligro y creía que nos íbamos a morir. Tuvimos que contactar a un psicólogo porque está asustada. Sólo quiere volver al colegio y ver a sus compañeros”.
Ignacio Silva, psicólogo, señala que “Chile es un país que previo a la pandemia ya presentaba índices preocupantes de salud mental, asociado a altos indicadores de depresión, abuso de alcohol y drogas. Si bien hay efectos esperables como miedo, preocupación, insomnio, irritabilidad y falta de concentración, la extensión del aislamiento social puede tener efectos relevantes, incluso con efectos patológicos”.
Hace unas semanas, la revista científica The Lancet evidenció los principales efectos del confinamiento a nivel mundial, revelando que la mayoría de las personas presentaban índices preocupantes de malestar emocional, depresión, estrés, irritabilidad e insomnio.
En 2003, el brote de Sars (primo genético del actual coronavirus) demostró bajas de ánimo en un 73% de los casos, e irritabilidad en un 57%.
Duelo en el 27
En una clínica capitalina y a más de cuatro meses de sus vacaciones, el hijo menor de Lucía y Juan se recupera en una sala UCI tras luchar varios días por su vida. Su madre dice desconocer las razones del contagio, pero culpa a los repartidores de comida rápida y la negligencia de su ahora ex pareja -acusado tras un largo historial previo de maltrato intrafamiliar-, por no mantener las normas de higiene con los pedidos.
Para Lucía y Juan, el estrés del encierro también hizo lo suyo, y ni siquiera las vacaciones pensadas para solucionar sus problemas pudo salvar su alicaída relación. Finalmente, la pandemia que debía durar pocas semanas no sólo perjudicó su vida diaria, sino también a su familia.
“El duelo no sólo se refiere a transformaciones relacionadas con la muerte, sino a cambios significativos con algo, alguien o una situación”, sostiene Ignacio Silva. “En el contexto actual todos estamos con pequeños duelos, desde la forma en que trabajábamos, vivíamos o nos relacionábamos con otras personas”.
“Particularmente, el tema de la separación también implica un duelo en el sentido que se pierde y cierra un tipo de relación con una persona con la que se compartió mucho tiempo, resultando en algo muy doloroso”.
Ignacio Silva, psicólogo
“En general el proceso de duelo es un paso muy personal, que depende de cada uno y sus experiencias previas, algo que en el contexto actual se complica por el estrés. El encierro aumenta este factor dentro de la familia, ya sea por presiones laborales, económicas o enfermedades -como el hijo de Lucía y Juan-, tensionando aún más la situación”, agrega.
Mientras tanto, en el pasillo de la UCI un televisor sin volumen muestra las últimas cifras de contagiados y fallecidos, que sobrepasa largamente los 330 mil infectados y 8 mil fallecidos. Lucía debe volver a trabajar.