Me educaron para odiar a Occidente y todo lo que representaba”. Así, Obaidullah Baheer, de 31 años, recuerda las conversaciones de las que era testigo en su niñez en su hogar en Kabul. La misma urbe que hace dos semanas fue asaltada por los talibanes, quienes, tras la salida de las tropas occidentales, retomaron el control de Afganistán 20 años después de que su régimen (1996-2001) fuera derrotado por la alianza liderada por Estados Unidos.

Y es que Baheer, según The Economist, ha aprendido a vivir entre las dos realidades afganas. Su abuelo, Gulbuddin Hekmatyar (72), es uno de los muyahidines más destacados del país, un exprimer ministro afgano (1996-1997) que fundó la milicia Hezbi Islami y obtuvo el apodo del “carnicero” de Kabul, acusado de matar a miles de personas durante la guerra civil en Afganistán (1978-1992).

El señor de la guerra afgano Gulbuddin Hekmatyar habla con partidarios en la provincia de Jalalabad, el 30 de abril de 2017 Foto: Reuters

En el polo opuesto a su abuelo, el joven afgano y nieto heredero del “señor de la guerra” decidió quebrar el patrón familiar. Es profesor de política en la Universidad Americana de Afganistán en Kabul y se especializó en resolución de conflictos. Los recuerdos de un pasado marcado por la guerra han sido revividos ahora por Baheer. Así como algunos de los miembros de su núcleo festejaron tras el arribo de los talibanes, otros de sus cercanos han vivido una pesadilla. La vida de académicos y activistas afganos cercanos a él cambió radicalmente cuando el Presidente Ahraf Ghani huyó del país y los talibanes tomaron el poder: muchos han debido esconderse o intentar salir del país lo antes posible.

Obaidullah es nuevamente testigo en primera fila de una de las peores crisis sociales y políticas, tal como sucedió justo antes de su nacimiento. Su padre, Ghairat Baheer (65), senador de la Cámara de los Ancianos o Cámara Alta de la Asamblea Nacional, fue médico antes de unirse al Hezbi Islami. Aunque el nombre de su madre no ha sido publicado, los cargos de su abuelo materno hicieron de esta una familia política.

En la década de 1980, el país estaba inmerso en un estallido de conflicto bélico. En ese momento, Hekmatyar, su abuelo, estaba al mando de miles de combatientes que se alzaron contra la ocupación de la Unión Soviética, con el apoyo de agencias de inteligencia de EE.UU.

Por la guerra, Obaidullah y sus hermanos crecieron en Pakistán. Estudiaron en un colegio “financiado por Arabia Saudita” basado en una educación con raíces en el salafismo, una interpretación radical del islam. Entre los libros de la biblioteca del hogar estaban los manuales de formación yihadista que, entre otras cosas, enseñaban a fabricar una bomba. También destacaban textos de Abdullah Azzam, el denominado padrino ideológico de Al Qaeda.

Ghairat Baheer (al centro) durante una conferencia titulada "Paz y reconciliación en Afganistán", el 28 de enero de 2014, en Islamabad. Foto: AP

Pero esta realidad comenzó a desmoronarse cuando Obaidullah tenía 11 años. A miles de kilómetros de distancia, las torres del World Trade Center, en pleno centro de Nueva York, se convertían en el blanco de los peores atentados terroristas en Estados Unidos. Ese 11 de septiembre de 2001 fallecieron casi 3.000 personas tras una serie de cuatro ataques coordinados, obra de Al Qaeda.

Inicialmente la familia Baheer celebró la caída de las Torres Gemelas, pero después de que la Casa Blanca ordenó el despliegue de tropas en Afganistán para la persecución de los terroristas, comenzó una nueva etapa bélica para el abuelo de Obaidullah, quien empezó a luchar contra sus viejos aliados, mientras el padre del joven aparecía como terrorista en el listado de blancos de la CIA.

Aún siendo un niño, Obaidullah fue testigo de la detención de su padre, que fue arrastrado y sacado del hogar con armas para ser trasladado a centros de tortura manejados por Estados Unidos, momento desde el cual se le perdió la pista por años. “Durante los seis años que mi padre estuvo encarcelado, mi ira se fue gestando. Vi videos yihadistas de fuerzas occidentales maltratando a combatientes enemigos e imaginé por lo que estaba pasando mi padre”, dijo Baheer a The Economist.

Después de cumplir los 18 años, su padre finalmente fue liberado en 2008, cuando el joven ya estaba estudiando informática en la universidad, en Islamabad. Algunos de sus compañeros lo llamaban rabarzadah, una palabra despectiva para los hijos de “los señores de la guerra”, y aunque tuvo en su poder una carta para unirse a la insurgencia, el temor a una posible detención de su progenitor lo alejaron de ser hoy un combatiente talibán.

Miedo por sus amigos

El nieto del “carnicero” de Kabul se abrió su propio camino en la vida universitaria, pudiendo desenvolverse en espacios con diversidad de creencias y sin límites en los conocimientos intelectuales. Incluso, en su camino por transformarse en un mediador por la paz, se ha involucrado en crisis internacionales, abogando con activistas por el “fin del bloqueo de Israel en la Franja de Gaza”.

Gulbuddin Hekmatyar estrecha la mano de su nieto Obaidullah Baheer, mientras su padre, Ghairat Baheer, los mira, el 7 de octubre de 2019, en Kabul. Foto: AFP

Pero Baheer también ha sido testigo de los escasos conocimientos y prejuicios contra su cultura. Uno de los mayores choques se generó cuando decidió estudiar Relaciones Internacionales en Australia. Tal como recuerda Obaidullah, en una de sus clases una docente le pidió contar su historia y así lo hizo ante atónitos compañeros que escuchaban su vida en Afganistán. Finalmente, volvió a su tierra natal en 2018, después del regreso de su abuelo tras un acuerdo de paz alcanzado con el entonces Presidente Ghani.

Desde Afganistán, Baheer lidera estudios para la paz. Pero el catedrático se ve permanentemente dividido entre su pasado y presente. En charlas académicas ha sido presionado por familiares de los “desaparecidos” por parte de la milicia liderada por su abuelo para tener información sobre su paradero. Su cercanía con la insurgencia ha llegado a impactar su vida. “Una vez estaba sentado en un café con amigos cuando alguien mencionó un atentado suicida que había ocurrido unos años antes. Respondí que conocía a algunas de las personas que estaban involucradas. ‘Mi sobrina murió en el ataque’, me respondió uno de los presentes”, recuerda Obaidullah.

Combatientes talibanes montan guardia en un puesto de control cerca de la puerta del aeropuerto internacional Hamid Karzai en Kabul, el 28 de agosto de 2021. Foto: AP

En estos días, el joven ha intentado retratar a la prensa internacional lo que significa estar en Kabul. A diferencia de miles de personas, Obaidullah planea quedarse en el país.

En una columna para el diario británico The Guardian, el docente asegura que, durante los primeros días, tras la llegada al poder de los talibanes, la urbe era solo pánico. No había policía, ni Fuerzas Armadas, por lo que la primera noche fue “sin ley”. Pese a que su historial familiar lo podría proteger de cierta manera, empacó sus cosas lo más rápido posible y escondió todo lo de valor ante la revisión de la insurgencia a domicilios particulares en busca de soldados extranjeros. Arregló todo antes de salir de casa con el objetivo de ayudar a amigos a huir al aeropuerto internacional de Kabul, el mismo que el jueves fue blanco de un atentado del Estado Islámico Khorasan que dejó más de 170 muertos.

“Mi familia luchó junto a los talibanes. Pero tengo miedo por mis amigos. Me criaron para odiar los valores occidentales. Ahora quiero ser un puente entre los dos mundos”, escribió en The Economist.

De cara a la salida de las tropas estadounidenses de Afganistán, el 31 de agosto, Baheer sostiene: “Tenemos que sentarnos ahora con los talibanes y aceptar esta nueva realidad”, señaló en su cuenta de Twitter. Mientras su abuelo participa en el consejo interino formado para la transición al poder, Obaidullah cuestiona que los organismos internacionales hayan dejado que la “gente común” se encargue de las negociaciones con los talibanes, abandonando a los civiles después de una invasión militar de 20 años.