La Argentina se apresta a cumplir un día inédito. Pasado mañana, cuando Mauricio Macri le entregue los atributos de mando a Alberto Fernández, será la primera vez desde 1929 que un Presidente democrático no peronista termina su mandato. Pequeño triunfo, pero significativo para un país que durante 91 años terminó antes con todas las presidencias que surgieron por fuera del justicialismo.
Algo más. Un presidente saliente, Macri, le dará el bastón de mando y la banda a uno entrante. Un símbolo pequeño en medio de la fiesta de la alternancia en el poder que él no pudo vivir, ya que la expresidenta se negó a entregárselos a él. La vida democrática argentina entrega curiosidades a diario: en 2015 tuvo que asumir el tercero en la línea sucesoria durante una madrugada para poder hacer Presidente a Macri. Cristina Kirchner privó a la democracia de esa foto y mientras la Casa Rosada se vestía de fiesta, ella tomaba un vuelo comercial a Santa Cruz acompañada de su perra. De ahí la importancia que tiene para la Argentina el simbolismo de la asunción de un nuevo Presidente. Ese momento esperado desde hace casi un siglo marcará, claro está, el fin de un mandato y el inicio de otro.
La historia se repite: el peronismo, esta vez bajo el mando de Cristina Kirchner, es elegido después de los magros resultados económicos del gobierno actual. La inflación, sobre todo, jamás pudo ser controlada por Macri y ese flagelo que el mundo dejó atrás hace décadas pegóde lleno en el electorado del líder de Cambiemos.
Alberto Fernández abrirá un período inédito. La democracia criolla consagró desde el regreso de las urnas, allá por 1983, un presidencialismo férreo, con la figura del Jefe de Estado muy por encima del resto de su gobierno y con enormes facultades a la hora de gobernar. Pero esta vez, al menos por ahora, todo parece indicar que se vienen tiempos para estar atentos. Por primera vez en la historia, al menos de este país, un vicepresidente elige a su Presidente. Inédito. Sin embargo, la capacidad de asombro se perdió hace tiempo por estas pampas.
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FOTO: EFE[/caption]
Esta anomalía no es menor. Alberto Fernández, un avezado hombre de la política, siempre se dedicó a navegar en los pliegues del poder de otro. Y de allí operar para su jefe. En eso andaba este año cuando, como él mismo relató, un día lo llamó Cristina Kirchner y le ofreció encabezar la fórmula. Nadie se lo esperaba, Alberto tampoco.
El objetivo era claro. La multiprocesada senadora y vicepresidenta electa sabía que una lista con su nombre encabezando la nómina no llegaría nunca a imponerse en la trilogía de elecciones que forman las primarias, las generales y, en su caso, el balotaje. Necesitaba seducir a un sector del peronismo en el que el rechazo a sus formas autoritarias le imponía una barrera. Fernández, que fue jefe de gabinete desde 2003 hasta 2008 de los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner, era uno de los operadores para seducir a ese grupo.
Sin trabajo conocido desde 2008, más que un cargo menor en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, el ahora Presidente electo se convirtió en un caramelo seductor a ese grupo remiso que estaba encabezado por la mayoría de los gobernadores, caudillos provinciales que manejan territorio, votos y gran parte de la estructura del poderoso Partido Justicialista. Fernández, que vive en un departamento en el lujoso barrio de Puerto Madero, que, según él, le presta un amigo que fue dependiente suyo cuando era jefe de gabinete, tenía, además, fuertes lazos con el sindicalismo. Este aparato de poder también era necesario atraer.
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FOTO: REUTERS[/caption]
La dama movió su ficha y colocó a Alberto Fernández de Presidente. Macri reaccionó y ofreció su vicepresidencia a otro histórico del PJ, Miguel Ángel Pichetto, un senador que hasta ese momento era el jefe de la bancada justicialista. La campaña pasó con una Cristina Kirchner moderada, sin conceder ninguna entrevista ni hablar de corrupción, su talón de Aquiles, y con una pátina de política magnánima que ya hizo un renunciamiento histórico al ceder el primer lugar de la fórmula. Fernández fue más efectivo que Pichetto, se quedó con esa porción del electorado y las elecciones terminaron 48% a 41%.
Desde aquellos días de anuncio de la fórmula, la política argentina empezó a discutir si Fernández podría construir el llamado "albertismo", uno más de los "ismos" -peronismo, alfonsinismo, macrismo, menemismo, kircherismo- que dan cuenta del personalismo de la política argentina.
La duda es razonable: no hay demasiados casos en el mundo en los que un presidente puesto no quiera serlo de verdad. Y eso, ni más ni menos, tiene implícito ir contra el mentor. En este caso, contra Cristina Kirchner, la dueña del liderazgo y de la gran mayoría de los votos del espacio.
Pero apenas se consagró la fórmula el 27 de octubre, la expresidenta empezó a desempolvar sus viejos métodos. El Presidente inició la transición con la danza de nombres y ella se fue a Cuba, donde reside su hija por problemas de salud. No hubo definiciones de nada hasta que regresó. Al otro día, quizá, se dio uno de los símbolos más importantes de estos días. Fernández, que tiene su búnker en Puerto Madero, peregrinó, carpeta en mano, al departamento de Cristina, donde fue recibido por ella y su hijo, Máximo, elegido diputado.
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Alberto Fernández pasea con su perro en la mañana de las elecciones. Foto: AFP[/caption]
En el mundo de los pequeños gestos el asunto no fue menor por dos razones. El primero es que fue él quien llegó hasta el domicilio particular de "la señora del quinto", como le dicen en el consorcio; el otro, porque ese lugar es uno de los domicilios allanado por la justicia en la causa de los cuadernos de las coimas. Aquel chofer, que anotó durante 10 años los movimientos de un funcionario encargado de recolectar bolsos con dinero de la corrupción, escribió centenares de veces esa esquina como uno de los lugares de acopio de dinero. En ese domicilio, deshabitado porque Néstor y Cristina vivían en la Quinta Presidencial de Olivos, recibía la entrega un secretario privado de Néstor Kirchner, Daniel Muñoz, fallecido en 2016. Actualmente, la esposa y una red de testaferros están procesados por haber comprado 70 millones de dólares en Estados Unidos, entre ellos un departamento en el Plaza Hotel de Nueva York que era de Tommy Hilfiger. Lo pagaron, 13,5 millones de dólares. Justamente, a ese lugar de encuentro que hizo millonario a aquel secretario fue Alberto Fernández.
A su salida, la danza de nombres cambió. Algunos tuvieron aprobación de la senadora; otros, en cambio, se derrumbaron al ritmo del pulgar para abajo. Desde entonces, Fernández no pudo o no quiso despejar las dudas y gran parte de su electorado, el que lo veía como el salto a la moderación y el vehículo para congelar aquellos modos kirchneristas, ha encendido las luces de emergencia.
El golpe de gracia lo dio la expresidenta el lunes. Entonces, estaba citada a indagatoria por un tribunal que investiga cómo se direccionó la obra pública para algunas empresas amigas, que, a su vez, le alquilaban hoteles familiares. Negocios virtuosos a la sombra del poder. Llegó al tribunal y convirtió el banquillo de los acusados en un atril. Sacó a relucir la teoría de la persecución política en la que la justicia, el Presidente Macri y los medios urdieron una campaña para encarcelarla y perseguirla. Habló 3,20 horas y no aceptó ninguna de las 150 preguntas que habían preparado los fiscales. Acusó al tribunal y llamó a los jueces, que la miraban impávidos, "corsarios". El discurso, en muchos momentos a los gritos, tuvo algunas definiciones certeras. "La historia ya me absolvió", dijo, en franco desafío a un poder del Estado. Cuando terminó, el fiscal del caso preguntó si iba aceptar preguntas. "¿Preguntas? Preguntas tienen que contestar ustedes", vociferó.
Los aires renovadores se aplacaron después de semejante puesta en escena institucional y se instaló la sensación de que aquel soñado "albertismo" no será fácil. Cristina no es una política que piensa ocupar un lugar periférico, de hecho, se reservó el poder absoluto en el Congreso, donde colocó piezas que le son propias, entre otros, a su hijo como jefe de bancada en la Cámara de Diputados, y varios puestos claves en el gabinete. Fernández oscila entre una figura ya desgastada y un extremo impostado para un hombre que prefiere caminar por el sendero del diálogo.
La pelea que se podría avecinar en caso de que el nuevo Presidente quiera darla no es menor. Una de las características de la economía del país es que depende demasiado de los vaivenes políticos. La última devaluación se dio por una crisis de confianza respecto de las políticas a aplicar en el próximo gobierno. El peso se devaluó el 50% en una mañana, horas después de que la fórmula de Alberto Fernández y Cristina Kirchner ganara las elecciones. Tanto, que llevó a Macri a caminar contra todas sus convicciones e implantar nuevamente el cepo cambiario, una restricción por la cual cada argentino solo puede comprar 200 dólares por mes. Es decir, las cuestiones políticas impactan en una economía muy frágil. Los partidos son estructuras personalistas que no contienen en las crisis, y las alianzas, en general, son circunstanciales.
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Foto: Reuters[/caption]
Dicho esto, el problema que se avecina es ni más ni menos que de poder. ¿Quién lo detentará en la Argentina que viene? La figura de Cristina Kirchner y el poder de los votos que tiene condiciona a Alberto Fernández.
Por lo pronto, hay ciertos consensos en el Frente de Todos. Sus referentes económicos creen, y lo han manifestado varias veces, que la emisión monetaria no es, per se, generadora de inflación. Entonces, la máquina de hacer billetes volverá a funcionar. En el entorno del gobierno que viene consideran que la capacidad instalada de la industria, utilizada muy por debajo de los niveles promedio, es uno de los elementos que permitirán no generar más inflación cuando los pesos se vean en la economía y el consumo repunte. Consideran que, con restricciones en el mercado cambiario, los pesos sueltos irán al consumo. Y el PJ considera este instrumento como el gran motor de la economía. Vendrá un tiempo para entretenerse con pesos, mientras, una vez más, la Argentina dirime las cuestiones de poder en la cima, donde no hay lugar para dos.