Investigador del Laboratorio de Encuestas y Análisis Social (LEAS) de la U. Adolfo Ibáñez, donde también codirige el magíster en Comunicación Política y Asuntos Públicos, Andrés Scherman Teitelboim lleva largos años liderando sondeos y estudiando la naturaleza de estos instrumentos. Consciente de sus flaquezas y de los reproches que se les formulan, cree también que estos fueron capaces, en su minuto, de medir y entender el descrédito de los partidos y las instituciones. En ese sentido, piensa, “juegan un rol valioso. Y obviamente juegan un rol político, y sería ingenuo desconocerlo”.
Eso sí, “ahora se han enfrentado a un escenario bien complejo, y una parte de la responsabilidad la tienen las mismas empresas por haber trabajado con métodos más económicos. Porque es caro hacer buena investigación social y buenas encuestas cara a cara. Se han generado productos más baratos, que permiten tener visibilidad en los medios, y no se han hecho los esfuerzos vistos en otros países de Latinoamérica, como Colombia y México, que han enfrentado mejor el desafío, pero con un esfuerzo económico enorme”.
Para todos los efectos, eso sí, cree que “no es responsabilidad de las encuestadoras que algunos temas o algunas agendas no prendan. Vivimos en una sociedad, en un sistema de medios y de redes sociales donde hay una lucha enorme por poner temas en la agenda, y los medios no tienen capacidad para poner todos esos temas, ni las encuestas para recogerlos, ni la gente para procesarlos o apoyarlos simultáneamente. Es casi una restricción cognitiva. Ahora, estoy de acuerdo con Pierre Bourdieu cuando decía que el problema de las encuestas es que hay alguien que decide qué es lo importante, qué vale la pena preguntar y que los demás tienen que contestar. Es ese un poder enorme de las encuestadoras y de quienes financian”.
Piensa, igualmente, que existe hoy “un problema de información: llegamos a un plebiscito con información muy incompleta. Tenemos, además, esta restricción absurda de publicar encuestas durante los 15 días previos, lo que hace más difícil pedirles a las encuestas cierto nivel de cercanía con los resultados. Y se ha generado una dinámica bien poco saludable, ya que tenemos una legislación que no se cumple, porque las encuestas se siguen publicando por redes sociales. Nos enteramos por las redes sociales”.
Fruto de lo anterior, “quienes nos enteramos somos, más bien, los grupos de élite, lo que no es muy democrático: es la gente que está en Twitter, porque los medios ya no pueden publicar las encuestas. Entonces, hay una asimetría de información que no ayuda mucho a la discusión democrática”.
¿Y no se ha hecho nada al respecto?
Creo que no, porque lamentablemente se buscó la salida menos institucional, que es seguir publicando [sondeos]. Y creo que eso habla de una industria que vive un poco en función de los líderes de opinión y en función de los periodistas. Porque, en la medida en que siguen publicando en redes sociales y se conoce eso en redes sociales, es esa élite la que sigue conociendo esos resultados, pero ahí no hay mayor preocupación de que esto sea información valiosa que permita tomar decisiones al conjunto de la población. Acá se está generando una suerte de relación un poco endogámica entre encuestadores, periodistas y líderes de opinión.
¿Qué pasa en Chile con el sesgo de deseabilidad, en el que la gente da respuestas “adecuadas” en vez decir lo que piensa?
Ese es uno de los principales problemas que enfrentan las encuestas. Un clásico sesgo de deseabilidad en las encuestas electorales chilenas es cuando le preguntas a la gente si va a votar. El 70% o el 80% de la gente te dice que va a ir, pero el día de la elección vota el 55%. Lo políticamente correcto, lo deseable socialmente en un país como Chile es decir que uno va a ir a votar.
¿Qué incidencia ve en el regreso del voto obligatorio, que no parece estar siendo muy difundido, a excepción del Servel?
Es bien llamativo que un sector, fundamentalmente de centroizquierda, haya levantado por tanto tiempo las banderas del voto obligatorio y que, ahora que lo hay, haya pasado prácticamente inadvertido.
Es como si obligar no pintara bien...
Además en Chile, en rigor, nunca hemos tenido voto obligatorio: de 1990 en adelante el voto fue obligatorio si te inscribías, y del 73 para atrás había beneficios del Estado para motivar a la gente a participar, pero el voto no era 100% obligatorio. Vamos a ver qué sucede ahora: si las sanciones a quienes no voten se mantienen, o si hay una amnistía, lo que no sería extraño.
Ahora, más allá de eso, tenemos una serie de encuestas que dan ventaja al Rechazo por distintos márgenes y ninguna que dé resultados demasiado estrechos. Y tenemos encuestas, en particular para la última elección presidencial, que estuvieron bastante cerca de los resultados. La mayoría [de las encuestadoras] entendió que la gente que contestaba iría mayoritariamente a votar, y eso les permitía, sin hacer mayores correcciones, acercarse a un resultado porque quienes están interesados y contestan las encuestas se distribuyen en todo el espectro político. El problema es que ahora tenemos una elección donde el voto es obligatorio y tenemos una duda enorme: si la gente que no está contestando las encuestas irá a votar, si va a crecer de manera relevante ese número y si eso puede alterar las predicciones.
El carácter predictivo de las actuales encuestas, ¿tiene mejores bases que en 2017, por ejemplo?
La de 2017 fue una elección con voto voluntario y este plebiscito es con voto obligatorio, por lo que no sabemos si van a volver a operar con la misma eficacia.
¿Podrían ser ahora, con voto obligatorio, menos certeras?
Claro, porque hay un segmento importante que podría votar y que quizá no está siendo capturado por las encuestas: porque están menos interesados o porque han decidido no responder. Es difícil establecer tendencias en este sentido, porque tampoco tenemos tanta información. Eso sí, uno esperaría que votara más gente de 55 años hacia arriba, dado el tema de la pandemia, y eso podría favorecer al Rechazo. Lo que no sabemos, o tenemos muy poca información, es si los grupos medios-bajos y bajos van a aumentar su participación. Esos son los grupos que, desde que tenemos voto voluntario, sistemáticamente votan bastante menos. La pregunta es si van a seguir fuera del escenario electoral en un escenario de voto obligatorio, o si se van a sumar. Y si se suman, no tenemos muy claro de qué manera van a actuar, en particular los grupos más pobres, a los cuales es difícil llegar con información, y que esa información provoque cambios de comportamiento, interés en participar, etc. Es un sector muy difícil de movilizar. Los sectores medios son más proclives a la movilización y son más permeables a los discursos. Finalmente, está el nivel de movilización de los jóvenes: habían votado muy poco durante cerca de 10 años (alrededor del 23%), pero eso aumentó de manera importante en 2020, cuando fue, prácticamente, el sector etario que más fue a votar.
Ya es costumbre que una de las tendencias dominicales en Twitter sea #Cadem, horas antes de la publicación. ¿Cómo ve esa expectativa?
Es impresionante, porque nunca tuvimos encuestas semanales. El primero que hizo algo más periódico fue Roberto Méndez, que publicaba una vez al mes. Ahora Cadem publica una vez a la semana, y hay otras que están publicando cada dos o tres semanas, aunque imagino que es por el período electoral. Yo creo que la expectativa está muy sobredimensionada: estamos hablando de Twitter, donde según la encuesta CNEP 2021 está inscrito el 11% de la población chilena, versus el 61% de Facebook (que es la más popular de las rrss, mientras Twitter es la quinta). Hay una ansiedad muy llamativa por tener información de encuestas, con expectativas muy altas, más allá de la calidad o de cuánta información nos van a entregar.
¿Cómo pondera la importancia que el Apruebo y el Rechazo le dan a la certidumbre, frente a la incertidumbre que encarnaría el adversario?
Es difícil no referirse a las franjas. La del Apruebo parece haber cambiado un poco, al menos en los últimos días, pero me parece que tiene un nivel de fraccionamiento muy complejo que impide construir un relato, una historia. Es como la antifranja del No. La del No era una sola franja, con un solo conductor. Acá los mensajes pueden ser muy disociados, dentro de la misma franja, y creo que le falta una cosa un poco más épica, más movilizadora. Pienso también que había una demanda de cambio muy fuerte en Chile, y probablemente la sigue habiendo, pero que ha ido quedando un poco anulada por el miedo al desorden, por la incertidumbre. Creo que la campaña no ha manejado bien la idea de que el cambio y la certidumbre son posibles al mismo tiempo.
Respecto de la franja del Rechazo, la idea del amor es bien poco lograda, porque este es un sentimiento profundo, importante, pero limitado en la vida de cada uno. Entonces, creo que no funciona tan bien, pero me da la impresión de que está en una franja que juega al empate, tratando de no arriesgar ni cometer errores. Creo que la otra franja tenía margen para hacer algo más unitario.
¿Qué logró instalar el Rechazo?
Hay algo que logró instalar, y en eso le fue muy funcional la cercanía de gente que viene del mundo de la Concertación, que es la falta de solvencia técnica de la contraparte: la idea de un diseño mal hecho. Porque esa es una manera de rechazar; es rechazar la forma sin querer rechazar el fondo. Además, nadie sabe si al día siguiente del plebiscito empieza un proceso de cambio, qué profundidad tienen, o si los ganadores dirán, “estas eran las reglas del juego y nosotros ganamos, y no estamos haciendo nada más allá de lo que acordamos”. Es una incógnita que, yo creo, todos tienen en algún grado.
¿A qué se está apuntando, de cara al 5 de septiembre?
Como estamos en campaña, todos están hablando del 5 de septiembre y de la etapa distinta que ahí comienza: que hay que empezar a construir algo distinto. Pero tenemos dos situaciones que sería ingenuo no considerar. Una es que va a haber un ganador y un perdedor, y lo que va a ocurrir va a pasar en gran medida por las concesiones que quiera hacer el ganador, y que no tenemos claras. La otra es que vamos a reunir a gente que no va a llegar en el mejor momento de su relación ni de su amistad cívica después del 4 de septiembre. Probablemente, esta sea una de las campañas más virulentas que nos ha tocado vivir en mucho, mucho tiempo.