En el poder desde el 26 de noviembre de 2015, el primer ministro de Portugal, el socialista António Costa, es el político luso que más tiempo ha estado en el cargo desde la Revolución de los Claveles, en 1974.
Un año antes de la histórica revolución ciudadana que puso fin a la dictadura en Portugal, Costa vivió con solo 12 años de edad el impacto del Golpe de Estado de 1973 en Chile. Por entonces estaba de vacaciones junto a su madre en Italia. El 13 de septiembre de ese año, dos días después de la caída de Salvador Allende, terminó participando en su primera manifestación a raíz de los sucesos ocurridos a casi 12 mil kilómetros de distancia.
Hoy, a sus 62 años de edad, Costa está de visita en Chile para participar de los actos de conmemoración del 50° aniversario del Golpe de Estado, un episodio que, asegura, “tuvo un profundo impacto en mi generación”. En la siguiente entrevista por escrito con La Tercera, el primer ministro portugués se refiere no solo a este hito histórico, sino también aborda el momento político de Europa, con el avance de la extrema derecha, así como el giro a la izquierda de América Latina, al tiempo que entrega su visión del Presidente Gabriel Boric.
¿Cómo ve el avance de la extrema derecha en Europa?
Lo veo con mucha preocupación. No sólo en Europa, sino en varias otras partes del mundo, como el continente americano. El fenómeno del crecimiento de la extrema derecha basado en la radicalización del discurso político, basado en una retórica de odio, división y distorsión de los hechos, representa un grave riesgo para las democracias y la libertad, y debe convocar a todos los demócratas para impedir este avance.
¿Cuál es su visión del momento político en América Latina, con varios gobiernos de izquierda?
Lo tomo con una gran naturalidad. Hace seis años la abrumadora mayoría de los gobiernos latinoamericanos eran de derecha, la mayoría de izquierda que existe hoy es un reflejo natural -y saludable- de la alternancia democrática.
¿Qué le parece el retorno de Lula al poder en Brasil?
Es un regreso que acogemos con agrado, porque más que el regreso de Lula da Silva al poder, lo que estamos presenciando es el regreso de Brasil a la escena política internacional. Un Brasil comprometido con la protección del medioambiente y la lucha contra el cambio climático, un Brasil que se ha asumido una vez más como un actor global, pero que al mismo tiempo ha fortalecido las relaciones con los socios regionales. Nos complació ver el regreso de Brasil al más alto nivel en la Cumbre UE-Celac, o hace unos días en la Cumbre de la CPLP (Comunidad de Países de Lengua Portuguesa). Un Brasil que recuperó su lugar y al que se echaba mucho de menos.
Usted tuvo la posibilidad de compartir con Gabriel Boric en la XXVIII Cumbre Iberoamericana en República Dominicana y en la Cumbre UE-Celac en Bruselas. ¿Cuál es su opinión del Presidente chileno?
Siento una gran admiración por el Presidente Gabriel Boric y el trabajo que viene realizando. Es un político joven, con una voz muy respetada en la escena política internacional, como tuve la oportunidad de comprobar en esas dos ocasiones. Compartimos el objetivo de fortalecer la relación bilateral entre Portugal y Chile -que es esencial y va más allá de las personalidades o afinidades de quienes coyunturalmente gobiernan-. Pero también compartimos un conjunto de valores y prioridades centrales: desde la protección del medioambiente hasta la lucha contra las desigualdades, pasando por el fortalecimiento del multilateralismo o la igualdad de género.
En 2018, Michelle Bachelet apuntó a la experiencia portuguesa como un camino posible para la centroizquierda chilena. Y también el Frente Amplio ha reconocido que el caso portugués los ha inspirado. ¿Considera que el llamado modelo portugués es aplicable en Chile?
Cada país y cada momento tienen sus especificidades. Es difícil hablar de “modelo portugués” teniendo en cuenta que en los últimos ocho años hemos pasado por varias configuraciones diferentes: desde acuerdos de influencia parlamentaria en la primera legislatura (la llamada “jeringonza”), pasando por un gobierno de minoría sin esos acuerdos y ahora un gobierno de mayoría absoluta. Sin embargo, está claro que en noviembre de 2015 se rompió un tabú que existía en Portugal y se abrieron las puertas a una nueva relación en la izquierda portuguesa.
En 2017, durante una visita al Museo de la Memoria en Chile, usted declaró: “El Golpe de Estado de Augusto Pinochet y la posterior dictadura chilena marcaron a mi generación’'. En su caso, ¿estos hechos lo llevaron a ingresar a la vida política?
Creo que en mi caso, como en muchas personas de mi edad, este episodio resultó ser decisivo para la participación política, para las convicciones democráticas y para el amor a la libertad de toda una generación que, un año después, participó en la Revolución de los Claveles y celebró la democracia.
¿Qué significado tiene en lo personal para usted participar de la conmemoración de los 50 años del Golpe de Estado en Chile?
El Golpe de Estado de 1973 en Chile tuvo un profundo impacto en mi generación. Personalmente, también es un momento que no olvidaré. Por pura casualidad, en ese momento estaba de vacaciones con mi madre en Milán y terminé participando en mi primera manifestación, una protesta contra el Golpe de Estado en Chile, el 13 de septiembre de 1973. En Portugal hubiera sido imposible, porque el país todavía estaba amordazado por la dictadura del Estado Novo.
Cómo socialista, ¿qué opinión tiene de la figura y aporte de Salvador Allende?
Hasta el día de hoy siento una profunda admiración por la figura del Presidente Allende, por su legado de defensa intransigente de la democracia y sus instituciones, por las cuales dio su propia vida. Hoy en día, la figura de Salvador Allende sigue siendo una referencia para muchas generaciones de demócratas, siempre asociada a la libertad y la solidaridad entre los pueblos y un símbolo de resistencia contra la dictadura. Fue con gran emoción que visité con la Presidenta Michelle Bachelet el lugar donde cayó Salvador Allende. Vuestro gran poeta y premio Nobel de Literatura, Pablo Neruda, escribió que Allende era el antidictador, un demócrata por principios. Nadie lo diría mejor.