Al igual que todas las mañanas, el lunes 31 de julio R.S.T. tomó la micro en Estación Central en dirección a su colegio, el Liceo Darío Salas, que queda en Santiago Centro. Iba atrasada, pero eso no le preocupó. Cerca de las 8.45 llegó al establecimiento y fue directamente al baño para terminar de maquillarse. Inmediatamente, y como era de costumbre, debía informar a su padre, Pedro Saldarriaga (47), que todo estaba bien. Sin embargo, la alumna de IV medio jamás envió ese mensaje.
Pedro Saldarriaga y su expareja (45) son padres de R.S.T. (17) -su identidad será resguardada por ser menor de edad-. Su madre cuenta que la joven no siempre fue a ese colegio, la enseñanza básica la cursó en la Escuela San Antonio de Padua. De hecho, la primera vez que R.S.T. asistió de forma presencial al Liceo Darío Salas fue en 2022, con el término de la pandemia. ”La niña estaba feliz, de hecho, invitó a unas amigas después del colegio a comer pizzas a la casa”, dice la apoderada. Sin embargo, poco a poco esa felicidad fue desapareciendo.
Saldarriaga cuenta que desde hace un tiempo su hija no quería ir al colegio, dado que una alumna la molestaba constantemente. “En la clase de Historia le faltaban muchas evaluaciones. Era ahí donde le botaban los cuadernos y le rompían sus cosas. Le dije que hablara con el inspector o el director y, si no hacían nada, que fuera al Mineduc a poner una denuncia”. Según explica el apoderado, R.S.T. fue y habló con autoridades del establecimiento. Ellos contestaron que en septiembre le darían una respuesta, pero que de todas formas necesitaban un certificado psicológico para tomar medidas.
Por otro lado, el director del Liceo Darío Salas, Juan Carlos Madrid, asegura que jamás recibieron una alerta por parte de la familia de que la menor sufriera bullying. Es más, Madrid aclara que la madre de la alumna se acercó en junio para reportar una situación familiar compleja, cosa que no tenía relación con lo que sucedía dentro del establecimiento.
Las molestias que recibía constantemente su hija en el colegio eran la razón por la que tanto Saldarriaga como su expareja le dieron la instrucción a R.S.T. de informarles cada vez que llegara al colegio. De esta forma, se aseguraban de que todo estuviera bien.
Lo que sucedía con la joven no es un caso aislado. Según cifras de la Superintendencia de Educación, las denuncias por maltrato a estudiantes han ido en aumento después del término de la pandemia. Si en el primer semestre de 2022 hubo un aumento de un 19% de denuncias en comparación al mismo período en 2019, este año los casos subieron. Durante el primer semestre de 2023, la cifra creció a un 42% en relación al mismo periodo prepandemia.
Consultados sobre el registro de casos de violencia dentro de su propio liceo, desde el Darío Salas decidieron no entregar dicha información.
En el establecimiento la situación de R.S.T. fue agravándose. Según cuenta su padre, durante los recreos ella prefería quedarse en su sala y llamarlo por teléfono. Ese día la joven no alcanzó a salir a recreo.
Cerca de las 9.00, R.S.T. estaba a punto de enviar el mensaje y salir del baño para dirigirse a su sala. Minutos antes de eso, dice Saldarriaga, su hija sintió que alguien le tapó la cara con un pañuelo, acompañado de un fuerte ardor en su abdomen. Luego cayó al piso: la habían apuñalado.
Los costos de no ir a clases
El ministro de Educación, Marco Antonio Ávila (RD), estaba al tanto de lo sucedido en el Darío Salas. Su tesis es que este fenómeno corresponde, en parte, a una respuesta al confinamiento. “Enfrentamos una pandemia que fue muy seria, no sólo en términos de salud, sino que también de salud mental, de interacción. Los niños estuvieron dos años en sus casas y no sabemos qué situaciones vivieron y cómo eso afectó su desempeño”, dice.
Cuando eso sucedía, en septiembre de 2021, el propio partido de Ávila promovía una acusación constitucional contra el entonces ministro de Educación, Raúl Figueroa, por empujar el retorno presencial a clases. Meses después, en abril de 2022, Ávila, ya como ministro, hizo un “mea culpa” y aseguró que fue una equivocación mantener las escuelas cerradas por, prácticamente, dos años.
Hoy, Figueroa insiste en que “era clarísimo que el retorno a la presencialidad era fundamental, precisamente para evitar el daño en el desarrollo socioemocional de los jóvenes y las consecuencias que ese daño obtiene. La violencia como reacción frente a situaciones complejas es, en parte, una consecuencia de la falta de herramientas que tienen los jóvenes para enfrentar conflictos, y eso se desarrolla de manera fundamental en las escuelas”.
Efectivamente, muchos expertos apuntan al prolongado cierre de los establecimientos educacionales como una de las causas del aumento de la violencia. Gonzalo Muñoz, exjefe de la división de Educación del Mineduc, comenta que el fenómeno no es exclusivo en nuestro país y que “en América Latina las consecuencias tienen una magnitud distinta, porque los niveles de cierre de escuelas son mucho mayores. Por ejemplo, en España, el tema de la violencia escolar no creció de forma relevante, porque solo pararon dos o tres meses”.
En la misma línea, el Dr. Francisco Bustamante, psiquiatra de la Clínica Universidad de los Andes, asegura que los casos de violencia, como el de R.S.T., son un claro indicador sobre el estado de la salud mental de los escolares. El profesional agrega que el riesgo suicida también es otro indicador y que, previo a la pandemia, uno de cada cinco escolares de edad media presentaba riesgo suicida. Con la pandemia este número se disparó y pasó a ser casi el 50%.
Contra todo pronóstico, el director Madrid asegura que en su establecimiento hubo una disminución en los casos de violencia. Incluso, dice que “el liceo está mucho más tranquilo. Los niveles de violencia son radicalmente distintos a lo que ocurría en 2019″. Lo que responde, en parte, a la incorporación de enseñanza básica en el colegio, explica.
Estas declaraciones no concuerdan con las de los apoderados, quienes aseguran que lo sucedido con la joven de 17 años no es algo excepcional en el Darío Salas. De hecho, cuentan que durante el primer semestre de este año un alumno agredió con una silla al inspector. Desde la institución confirmaron que, efectivamente, eso sucedió y que el caso se derivó a Carabineros y está en investigación.
Según cuenta la madre de R.S.T., después de caer al suelo su hija vio que tenía sangre. Se dirigió a la enfermería del liceo y le prestaron los primeros cuidados. A continuación llegó una ambulancia para trasladarla a la Posta Central. En esos momentos, a las 9.30, sonó el celular de la apoderada. La llamaban para informarle que su hija había sufrido un accidente y la estaban trasladando.
“Pensé lo peor, me dijeron que la habían apuñalado. Pensé que le habían perforado algún órgano. Lloré y dije: Dios, ayúdame”, cuenta la madre.
Una vez en el hospital, confirmaron lo que temían. La doctora Camila Alegría, urgencióloga de la Posta Central, estaba de turno cuando llegó la menor: ella confirma que a R.S.T. la habían apuñalado con un objeto cortopunzante.
Mientras, su madre buscaba la cédula de identidad de su hija. Entre lágrimas salió de su casa y llamó a Saldarriaga cuando iba a la Posta Central. Una vez en el hospital, preguntó por su hija: la primera respuesta fue que R.S.T. estaba en estado crítico. Cuando ingresó, la vio en una camilla, conectada a un suero. Ahí pensó “se va a morir”.
“Estas conductas llegaron para quedarse”
Este es el episodio más grave del que se tenga registro en el Liceo Darío Salas. Así lo afirma el director Madrid desde la sala de reuniones en la Dirección de Educacional Municipal en Teatinos. “Antes había peleas, pero nunca un daño con armas”, dice. En relación a la responsabilidad que les cae como institución, responde que “todo estudiante está bajo nuestra responsabilidad al estar dentro del establecimiento, y las herramientas que nosotros tenemos para hacer frente a estos hechos están contenidas en el Reglamento Interno de Convivencia Escolar. Obviamente, en la medida en que estén los responsables, nosotros podemos tomar medidas. Pero, en este caso, la víctima dice desconocerlos. Si no tenemos mayor información, difícilmente vamos a poder avanzar”.
En relación a la investigación, desde la Fiscalía Centro Norte indicaron que la causa está vigente y con diligencias en desarrollo. El fiscal de turno instruyó el trabajo investigativo de primeras diligencias a equipos de Carabineros y se dispuso medidas de protección para la víctima.
“Desafortunadamente, estas conductas llegaron para quedarse, y si no vemos una respuesta importante y contundente desde el Ministerio de Salud y desde el Ministerio de Educación, probablemente vamos a seguir viendo titulares de conductas violentas en los establecimientos educacionales”, proyecta el doctor Bustamante. Las cifras lo confirman. Según datos de la Superintendencia de Educación, las denuncias ingresadas por maltrato físico y/o psicológico entre estudiantes aumentó en un 51,7% en 2022 en relación a 2019, último año prepandemia.
Por esta razón se implementó un programa a cargo del Ministerio de Educación llamado “A convivir se aprende”. A esta información se suma la entregada por una encuesta realizada por la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso a los establecimientos que forman parte del programa: la violencia entre los estudiantes es la respuesta más mencionada entre sus preocupaciones (69,9%).
Por su parte, el ministro Ávila señaló que aún es muy precipitado sacar conclusiones del comportamiento de este fenómeno. Agrega que es algo que no sólo afecta a la comunidad educativa, sino que a la sociedad en su conjunto: “Hay una forma de respuesta ante los conflictos donde la violencia pareciera ser el mecanismo”.
Por otro lado, el exministro Figueroa insiste en que “esta debiera ser la principal y prácticamente la única preocupación de las autoridades del Ministerio de Educación. Lamentablemente, lo que uno aprecia es que está lejos de ser una de las prioridades, tanto del gobierno como del ministerio, el que ha puesto sus esfuerzos en otros aspectos: como buscar mecanismos para financiar la deuda histórica o condonar los créditos universitarios”.
Nada de esta discusión le interesa al padre de R.S.T. Hoy la joven de 17 años asegura que no tiene certeza de quiénes le hicieron esto. Dentro de todo, sí hay algo positivo: ya se encuentra fuera de riesgo vital y está con ayuda psicológica.
“Se supone que mandamos a nuestros hijos a un lugar donde están cuidados, con la confianza de que no va a pasar nada, pero ahora es lo contrario. Hoy mi hija no quiere ni salir a la puerta de la casa, está muy mal psicológicamente”, dice, con preocupación, Saldarriaga.
Con una investigación en curso y aún en recuperación, muchas cosas son inciertas. Sin embargo, R.S.T. sí tiene algo claro: jamás regresará al Liceo Darío Salas.