Otro capítulo de la historia entre el Fondo Monetario Internacional y Argentina se escribió el mes pasado, cuando Alberto Fernández renegoció la deuda que había heredado del gobierno de Mauricio Macri: en 2018, el exmandatario había recibido US$ 44 mil millones, pero hasta ahora el país no estaba en condiciones de pagar en los tiempos estipulados.
Frente a suspender los pagos o negociar un nuevo calendario, que permitiese darles confianza a sus acreedores internacionales, el mandatario peronista optó por la segunda opción, pero se enfrentó con la renuncia de Máximo Kirchner a la presidencia del bloque de diputados del Frente de Todos, la coalición gobernante. No se trataba de una renuncia normal, sino el símbolo de una fractura entre el kirchnerismo y lo que ya llaman el “albertismo”.
Todo esto, por la nueva conjura al FMI: a pesar de que esta vez la institución se cuadró con Buenos Aires, aceptando que “la deuda argentina no era sostenible” y que, por lo tanto, era necesario renegociar sus pagos, nunca es fácil invocar al organismo multilateral en Argentina. El periodista y escritor José Ángel Di Mauro, en conversación con La Tercera, se refiere a este “fantasma”: “Los argentinos tienen una muy mala imagen del Fondo Monetario. Quizá distorsionada, pero lo cierto es que siempre esa referencia es asociada con la palabra ajuste y recetas foráneas que nada bien pueden hacernos. Al menos así se ve en el imaginario colectivo. Imágenes referidas por una clase política que es, en realidad, la que ha llevado a la Argentina donde está, pero sucede que, en general, los argentinos tenemos la tendencia a poner en los otros las causas de nuestros males”.
Desde 1956
Argentina entró al FMI en 1956, cuando luego de un golpe militar, el general Pedro Aramburu rompiera con la postura de Perón, de corte proteccionista, y solicitase asistencia financiera al organismo internacional. Ese primer paso terminaría con US$ 1.100 millones de deuda externa, que en los gobiernos siguientes mantendría su ascenso: en 1963 serían ya US$ 2.100 millones.
Fernando Pedrosa, profesor de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, se refiere a la necesidad de ese primer préstamo. “El problema se empieza a observar luego de los 10 años del ‘primer peronismo’, entre 1946 y 1955, y con las consecuencias que trajo aparejado el fracaso rotundo de los planes quinquenales y la idea autárquica y aislacionista de ‘vivir con lo nuestro’. Mientras tanto, sin producir bienes y servicios nuevos, repartimos a diestra y siniestra el stock que nos dejaron generaciones anteriores”, explica Pedrosa a La Tercera.
Hasta ese entonces, la ayuda del FMI era menor, siempre restringida a préstamos de corto plazo. El protagonismo de la institución llegaría con la dictadura militar, en 1976. El ministro de Economía de entonces, José Martínez de Hoz, había diseñado una apertura de mercados que recibió todo el apoyo estratégico y técnico del fondo, lo que se concretó en una sextuplicación de la deuda externa: de US$ 7.000 millones en 1976, a US$ 42.000 millones en 1982.
Con la vuelta de la democracia en 1983, los acuerdos seguirían: uno en el gobierno de Raúl Alfonsín, y la famosa “convertibilidad” durante el primer gobierno de Carlos Menem, cuando se decidió que el peso y el dólar tendrían el mismo valor. Hubo una reducción importante del Estado durante esa década, con privatizaciones y una deuda que no paraba de crecer: esta vez, aumentando en 123%.
Di Mauro comenta el rol del FMI en los 90: “Estuvo muy presente en esos años de la gestión menemista y ese organismo reconoció al expresidente como uno de sus mejores alumnos. Pasa que al finalizar esa década Menem había entregado el gobierno con una bomba de tiempo en su interior lista para explotar y que nadie quiso desactivar. Al menos los que ganaron, la Alianza. Y explotó en 2001. Por entonces, un Fondo muy distinto al actual tenía la certeza de que los países podían quebrar y el ejemplo argentino sería enriquecedor para el resto del planeta”.
La convertibilidad estallaría en el gobierno siguiente, de Fernando de la Rúa: con la economía mundial golpeada por la crisis en Asia, Brasil y el colapso de la deuda en Rusia, ingresaron a Argentina US$ 48.000 millones más desde el FMI. Se les llamaría “el blindaje” y “el megacanje” a estos préstamos, que traían como condición del Fondo reformas previsionales, reducción del gasto público y, al final, la Ley de Déficit Cero, que terminaría apurando el crítico “corralito” y desencadenando la crisis de 2001. Empezó la revuelta del “que se vayan todos”, renunció el ministro de Economía Domingo Cavallo, luego dimitió el Presidente Fernando de la Rúa y pasaron otros cuatro presidentes en 11 días. En términos más concretos, la pobreza llegó al 60% de los argentinos, mientras que su moneda se devaluó un 40% durante ese año.
Por esto mismo, cuando en 2006 Néstor Kirchner canceló una deuda de US$ 9.800 millones que tenía con el Fondo, fue como si el país se exorcizase de un viejo mal. La organización cerró su oficina en Buenos Aires y durante mucho tiempo los técnicos del organismo no hicieron sus revisiones periódicas a la economía transandina. Tan distinto a cinco años antes, el kirchnerismo tuvo su primer momento de gloria con el auge de las materias primas. A pesar del gesto simbólico, el gobierno kirchnerista siguió necesitando préstamos extranjeros, así que para evitar volver al FMI, se llegó a solicitar el respaldo de Hugo Chávez en Venezuela.
“Como todo, estos gestos para la tribuna finalmente son como burbujas de jabón, pero carísimas. Néstor pagó una deuda con el FMI en una etapa de bonanza solo para seguir endeudándose con tasas más elevadas en el mercado o, peor aún, con tasas usureras con Chávez. Igual mirándolo en perspectiva, fue mejor usar esos dólares para pagar deuda que para malgastarlos como pasó con el resto del dinero que esos años ingresaba a Argentina”, opina Pedrosa.
Di Mauro coincide con la apreciación: “El pago de la deuda, casi US$ 10 mil millones, por parte de Néstor Kirchner, se vende como una epopeya, cuando no tuvo ese objetivo, sino el de liberarse de las revisiones periódicas a las que podía someternos el FMI, y aplicar en consecuencia sus recetas. Ya estaba a punto de comenzar a ceder la bonanza económica y la inflación regresaba, así que a Kirchner no se le ocurrió mejor idea que la de intervenir el Indec (organismo encargado de las estadísticas)y comenzar a falsear los números. Eso no lo hubiese podido hacer con el Fondo presente, y fue así que decidió echar mano a las reservas y ‘sacarse de encima’ a ese organismo”.
Pasó más de una década, y la economía argentina volvía a tambalear: el gobierno de Mauricio Macri alegaba un déficit, provocado por “la fiesta kirchnerista”, o sea, el gasto público de las administraciones anteriores. El mandatario recibiría a la directora del FMI en Buenos Aires y revisarían juntos “la situación macroeconómica del país”. El resultado de esto: US$ 56.000 millones, el préstamo más grande en la historia del Fondo, y un desvío de US$ 44.000 de esos millones, por parte del gobierno, a acreedores anteriores.
“Macri usó gran parte de ese préstamo para pagar la deuda tomada a tasas más elevadas y para financiar el déficit fiscal argentino. La historia de siempre. El Estado gasta mucho más de lo que produce, y todos los meses tiene que sacarle a alguien para pagar ese agujero. Y todos los que gritan contra el ajuste, en definitiva, están diciendo “sáquenle a otro, a mí no’”, opina Pedrosa.
El analista político y académico de la Universidad de Buenos Aires, Julio Burdman, comparte su parecer en conversación con La Tercera: “A mí me da la impresión de que el gobierno de Macri no manejó bien el tema de la deuda pública ni del gasto, porque de hecho fue un gobierno que hizo mucho gasto en obra pública, habiendo recibido un país con déficit. Esto fue una contradicción de Macri. Todo gobierno tiene una cuota de responsabilidad en sus cuentas públicas, y creo que no hay inocentes”.
Las condiciones del préstamo tampoco hacían fácil su sostenibilidad en el tiempo. “Además, el acuerdo que había firmado Macri era un acuerdo imposible, que tenía muchos vencimientos acumulados en el corto plazo, por lo tanto, era un acuerdo para la renegociación, un acuerdo que no era intertemporalmente viable, y eso fue la parte más cuestionable. Para no agregar que el entonces presidente del Banco Mundial dijo que el préstamo a Macri estuvo atravesado por una motivación política de ayudarlo”, apunta Burdman.
Así se llega a enero 2022, con Alberto Fernández renegociando la deuda contraída en 2018, meses después de que su ministro de Economía declarase que Argentina tenía la voluntad, mas no la capacidad, para cubrir los pagos correspondientes al año. Luego de las negociaciones con el organismo, se definieron ya metas respecto de la reducción del déficit: “Para 2022, el déficit primario se estableció en 2,5%, para el 2023 en 1,9% y para el 2024 en 0,9% del Producto Interno Bruto”, informó el ministro Martín Guzmán.
“Yo creo que sí es posible, y creo que es posible, porque el gobierno había hecho, dentro del mandato de Alberto Fernández, ajustes en el gasto, y creo que si se congelan los salarios en el sector público y se retiran los subsidios a las tarifas de servicios públicos domiciliarios, por lo menos Argentina está equilibrada, según tengo entendido. Aunque obviamente va a tener que pagar un costo político el gobierno”, comenta Burdman.
Dentro del Frente de Todos, algunos no vieron con buenos ojos la negociación, y uno de los rechazos más vistosos vino de parte del hijo de la vicepresidenta Cristina Fernández, Máximo Kirchner, que renunció a su puesto como jefe de la bancada de la coalición en la Cámara Baja: “Esta decisión nace de no compartir la estrategia utilizada y mucho menos los resultados obtenidos en la negociación con el FMI, llevada adelante exclusivamente por el gabinete económico y el grupo negociador que responde y cuenta con la absoluta confianza del presidente”, dijo Máximo.
Lo que ha sido visto como un quiebre en el oficialismo, sin embargo, no preocupa mucho al presidente, que desde su gira internacional entre Rusia, China y Barbados declaró: “No tengo dudas de que nuestra fuerza política va a acompañar el acuerdo con el FMI (…). No les asigno importancia a las especulaciones”.
Pero quizás, para Fernández, sea hora de buscar otras alternativas. Luego de su reunión con Vladimir Putin esta semana, el mandatario argentino declaró: “La Argentina tiene una dependencia muy grande del Fondo Monetario Internacional y de Estados Unidos. Necesitamos abrir otros puentes y apostar por el multilateralismo, sin ser satélites de nadie”.
A pesar de esto, el lazo de casi 70 años entre Argentina y el FMI está lejos de cortarse. “La deuda contraída por Mauricio Macri no permitirá una resolución a mediano plazo; por el contrario, llevará años, así que el FMI ha vuelto para quedarse. El acuerdo, que por ahora es preacuerdo, terminará siendo refrendado, aunque tengo dudas de que vaya a cerrarse todo a tiempo. A priori, no parece un acuerdo leonino para este gobierno, aunque no se conoce mucho del mismo. Lo que sí, los pagos los comenzará a hacer el próximo gobierno y el siguiente se encontrará con una concentración de vencimientos que obligará a una nueva refinanciación”, concluye Di Mauro.