Por muchos años fui partidario del parlamentarismo. Me parecía más flexible, permitía adecuar quien gobierna a las circunstancias. Lo sigo pensando. Sólo que, con el tiempo, he visto que el parlamentarismo soluciona ciertos problemas, pero acarrea otros nuevos. La fusión de poderes tiene riesgos. Lo prueba la autocracia legal de Orbán hoy, en Hungría. Todos los regímenes políticos son imperfectos.
El semipresidencialismo de premier, como el de Austria o Finlandia, funciona como parlamentarismo. El Presidente, elegido por el pueblo, preside, pero no gobierna. No pasa así en el semipresidencialismo francés. En Francia, de hecho, gobierna el Presidente Macron. Bajo el parlamentarismo y el semipresidencialismo —esto es esencial— el Ejecutivo puede disolver el Parlamento.
Mitterrand disolvió el Parlamento y, obtenida la mayoría, nacionalizó los bancos y 11 grupos económicos (1981). Pero en 1986 una nueva mayoría parlamentaria eligió a Chirac como primer ministro. El jefe de gobierno pasó a ser el líder de la derecha. Bajo el semipresidencialismo jurídicamente el jefe de gobierno es el primer ministro. Chirac reprivatizó la banca, los 11 grupos económicos y privatizó otras empresas, incluyendo la televisión. Mitterrand se dedicó a criticar a Chirac públicamente. El presidente socialista presidía el gobierno de la derecha... Como un presidente bajo el parlamentarismo, no gobernaba. Lo llamaron “cohabitación”. Ocurrió tres veces en Francia.
Tras las reformas del 2000 y el 2002 esto no ha vuelto a pasar. Se hizo coincidir el período presidencial y el parlamentario, y se fijaron las elecciones parlamentarias de toda la Asamblea para después de la segunda vuelta presidencial. El presidente electo llama a votar por sus candidatos y la ciudadanía lo apoya. La cohabitación es muy improbable ahora en Francia.
El primer ministro sigue siendo jurídicamente el jefe de gobierno. Pero el presidente es el líder político de su coalición. Por tanto, nombra y destituye, de hecho, al primer ministro. Castex, el primer ministro actual, ni siquiera ha sido parlamentario. Resultado: un presidencialismo exacerbado. “No se le concede mayor concentración de poder a ninguna autoridad en el paisaje de las democracias contemporáneas, incluyendo las que han adoptado el modelo parlamentario”. (Bradley y Pinelli, 2012) Recordemos: puede disolver el Parlamento.
¿Por qué Francia decidió hacer virtualmente imposible la cohabitación? Es la pregunta que deben responder los partidarios del semipresidencialismo. No es trivial. Hitler y, en nuestros días, Putin en Rusia, Erdogan en Turquía y Kaczyńzki en Polonia han construido sus autocracias jugando con las reglas del semipresidencialismo. ¿Por qué los franceses les pusieron obstáculos a los jefes de gobierno elegidos por el Parlamento y que no fueran de gusto del presidente? ¿Por qué ese “no más” cohabitación? Va una explicación: “Son siempre muchísimos los franceses que ven en él -en el presidente- al verdadero jefe del Ejecutivo”. (Ardant et Duhamel, 1999). El pueblo francés nunca se hizo a la idea de que el jefe de gobierno no era elegido directamente por el pueblo, sino por los parlamentarios. Esa realidad política fue más fuerte que la letra de la Constitución.
¿No es lo que ocurriría en Chile si la Constitución establece el semipresidencialismo? La ciudadanía elegirá al o la presidenta en elecciones competitivas. Se plantearán proyectos y valores sobre materias de gobierno. Seguiremos sintiendo que elegimos directamente a quien va a gobernar; no vía intermediarios. ¿Debemos renunciar a ese derecho?
Pero, ¿no sería preferible que los ministros o, al menos, el jefe de gobierno, fueran de confianza tanto del Presidente como del Parlamento? ¿No habría mayor colaboración entre el Ejecutivo y el Parlamento? La evidencia internacional es categórica: responsabilidades compartidas engendran conflictos; no cooperación. El cogobierno estimula las disputas y hace a los regímenes más precarios, más fáciles de colapsar. No debe haber dos jefes de gobierno -uno elegido por el pueblo y otro con acuerdo parlamentario- compitiendo por poderes cuyo alcance serán siempre difíciles de definir. (Shugart y Carey 1992, Elgie, 2011).
Pero ¿qué hacer con los gobiernos en minoría? ¿No son una falla sistémica, una enfermedad? Gobiernos de minoría ocurren en todos los regímenes. (Algo del 40% bajo el parlamentarismo.) No son fallas ni enfermedades. Reflejan decisiones políticas.
Con todo, la frecuencia con que los presidentes chilenos quedan en minoría en el Congreso, ¿refleja fielmente la voluntad de la ciudadanía? Pienso que no. El voto cruzado -elegir a un candidato presidencial y a un parlamentario de tendencias opuestas es legítimo- debe ser una opción informada. Hoy, el voto parlamentario coincide con la primera vuelta. Mejor sería que coincidiera con la segunda. El votante sabría que uno de los nombres en la papeleta será Presidenta o Presidente. Sabría también si quiere o no quiere darle una mayoría en el Congreso.
* Su libro “La pregunta por el régimen político. Conversaciones chilenas. Ensayo” (Fondo de Cultura Económica) acaba de aparecer.