Cuando los nazis entraron al cuarto, sabían con lo que se encontrarían: un taller de falsificación de papeles. Había actas de nacimiento adulteradas, pasaportes falsos y un joven de 17 años con un nombre de guerra: Raúl Cabanel. "Caímos en lo que llamamos una 'caza de ratones'. Fui detenido, torturado y me encarcelaron", cuenta a La Tercera Raphael Esrail (94), entonces integrante de la resistencia francesa en Lyon.
"Como era estudiante, pudieron conseguir en el instituto una serie de papeles donde aparecía mi verdadero nombre. Terminaron sabiendo que era judío, por los documentos y porque estaba circuncidado, y me mandaron al campo de internación de Drancy", relata. Días después, salió de Francia en un convoy. El 3 de febrero de 1944 llegó a Auschwitz, donde estuvo 11 meses.
Lea Zajac (93) era una adolescente judío-polaca de Hajnówka, Polonia. El 1 de septiembre de 1939 -día de la invasión alemana a Polonia- Zajac se preparaba para ir a su primer día de secundaria. Trasladaron a su familia a un gueto en Pruzany, a 60 kilómetros del pueblo. "Pusieron a cada familia en una pequeña piecita, dormíamos en el piso", recordó.
En 1943, los nazis los trasladaron a Auschwitz en tren: "En una de las estaciones nos detuvimos. Mi tía se desmayó, entonces mi tío, desesperado, se acercó a una ventanita y sacó el brazo pidiendo agua. Se acercó uno de los nazis y con una metralleta le disparó en la frente. Quedó muerto dentro del vagón, caído, junto a mi tía".
Hungría no fue ocupada por Alemania sino hasta 1944. Durante la mayor parte de la guerra formó parte de las potencias del Eje, y la discriminación a las comunidades judías incluyó el hacinamiento en guetos. Vera Vegvari (93) vivía en Nyrmada, un pueblo al este de Hungría. En 1944 fue deportada a Auschwitz. "Nos tomaron a toda mi familia y no nos dijeron nada. Teníamos que dejar todo. Llegaron los trenes de carga y ahí llevaron a los judíos. No teníamos ni comida ni nada", cuenta Vegvari a La Tercera.
El famoso Mengele
El campo de concentración de Auschwitz-Birkenau se ubicaba en el sur de la actual Polonia, entonces ocupada por la Alemania nazi. En este complejo, más de un millón de personas perdieron la vida, en su mayor parte exterminadas en cámaras de gas.
Esrail se refiere a las condiciones de vida en Auschwitz: "No había higiene. En 11 meses me habré duchado dos veces: una vez al entrar, otra por error habiéndome hecho pasar por otra persona. Nadie podía lavarse ni nada. No había ni toallas, ni jabones, ni pasta de dientes",
Al llegar al recinto, los prisioneros eran separados entre los aptos para trabajar y los que no. "Nos sacaron de los vagones", relata Vegvari. "Y ahí estaba el famoso Mengele (doctor conocido por realizar experimentos con los prisioneros). Él dirigía, a la derecha o a la izquierda, quién quedaba con vida o quién iba directo a la cámara de gas. Separaron a los niños de sus padres y los llevaron a otro lado a matar".
Zajac coincide con Vegvari. "Mi madre se dio cuenta de que las mujeres adultas tenían más posibilidades de sobrevivir. De pronto, me grita que huya hacia donde mi tía. Ahí fue cuando me salvé", recordó. Como vestía un abrigo largo, de señora, pudo pasar desapercibida. Su madre, junto a su padre y hermanos fallecieron en las cámaras de gas. Zajac quedó dentro de un grupo de 200 mujeres destinadas a trabajos forzados. Allí los nazis le tatuaron en el brazo izquierdo el número 33.502. "A partir de ahí dejé de tener nombre y apellido".
Esrail trabajó 11 horas al día como mecánico en una fábrica, con solo un almuerzo al mediodía. "Al principio comíamos parados: no había ni mesas ni servicios en el campo. Era una deshumanización completa", afirma.
Uno de los primeros trabajos de Zajac en el campo fue remover escombros. "A la que se caía ya no la dejaban levantarse. Así perdí a mi mejor amiga, el nazi la pisó con su bota y su perro le saltó encima y la remató". Tuvo que cargar el cadáver de vuelta, para que no pensaran que se había escapado: "Su brazo me golpeaba la cadera y me sigue golpeando hasta el día de hoy".
Marchas de la muerte
A medida que los aliados se acercaban a Berlín, el régimen nazi empezó a evacuar a los prisioneros de los campos de concentración, destruyendo las cámaras de gas y borrando los rastros. Esrail evoca el traslado en tren mientras lo evacuaban como una de las peores experiencias que tuvo en cuanto fue deportado: "Estuve en un vagón cerrado, y donde cabían 40 personas, realmente iban 160, sin comer ni beber durante una semana. De a poco, ciertas personas perdieron la razón, enloquecieron y murieron de sed. Viví y vi eso en el tren, con los cadáveres amontonándose al medio del vagón", recuerda.
Lea tampoco estuvo en Auschwitz para su liberación. Marchó durante cuatro meses por Alemania, en una caravana. "El 90% pereció en el camino, arrastrándose con la nieve hasta las rodillas, envueltos en algún trapo y sin comida ni agua, mientras evitaban los bombardeos. Al que caía, los nazis lo remataban", aseguró. A fines de abril, en las cercanías del río Elba, fue liberada por el Ejército Rojo.
Vegvari, en cambio, no supo bien cómo fue liberada: "El día 4 de mayo -después supimos que era esa fecha- desaparecieron los militares alemanes, y eso significaba estar libres. No sabíamos ni siquiera dónde estábamos. Todo el tiempo ellos nos vigilaron, nos hicieron caminar días y noches, y de repente ya no estaban".
Vida posterior
En los campos de concentración, Vera Vegvari perdió a su padre y a su hermano menor. Dos años después de la guerra, vino a Chile con su esposo a visitar a familiares. Se instalaron en Viña del Mar y vivieron juntos más de 70 años como matrimonio. Vegvari ha cooperado con la fundación Memoria Viva, que ha recopilado varios testimonios de víctimas del Holocausto en Chile.
Después de la liberación, Esrail y los deportados que volvieron a Francia se organizaron alrededor de la Unión de Deportados de Auschwitz, que entre sus actividades se cuenta la organización de charlas en colegios, en las cuales sobrevivientes del Holocausto relatan su testimonio a los estudiantes. "Hay que decirle al mundo que esto, bajo ningún concepto, puede volver a ocurrir. Hay que proteger a la juventud y al mundo del surgimiento del nazismo, de los regímenes elitistas y totalitarios", recalca Esrail.
Lea abandonó Europa y se embarcó a Argentina, donde tenía unas primas. "Llegué a los 20 años, pero tenía mil años encima", aseguró. En este país se casó y formó una familia. Fue una de las primeras socias del Museo del Holocausto de Buenos Aires, institución a la que asiste regularmente para cooperar con la causa. "Me prometí contar esto mientras tenga bueno el cerebro: es mi obligación moral seguir contándole al mundo que esto pasó, para que sepan cómo conducir el futuro", concluyó.