Probablemente, muchos de los cuatro millones de personas que habitan Kabul, la capital de Afganistán, estaban durmiendo cuando ocurrió. Eran las 6.18 de la mañana del domingo 31 de julio y un hombre de edad salió a su balcón en una acción que, luego se sabría, solía repetir con regularidad. Antes de que pudiera reaccionar, un misil meticulosamente elegido para tal función cruzó el cielo y acabó con su vida. Su nombre era Ayman al-Zawahiri, el líder del grupo terrorista Al Qaeda y una de las personas acusadas de planificar los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos.
La confirmación llegó desde el propio Presidente Joe Biden. “Ahora se ha hecho justicia y este líder terrorista ya no existe”, dijo el lunes ante la prensa. Por información sobre el paradero del cirujano egipcio de 71 años había una recompensa de US$ 25 millones.
No solo había ayudado a gestar los atentados que quedaron en la retina del mundo, cuando aquella icónica imagen de un avión impactando el World Trade Center marcó a fuego la primera década del siglo XXI, llevándose, de paso, la vida de casi 3.000 personas, sino que también fue parte de los atentados contra las embajadas de Estados Unidos en Kenia y Tanzania en 1998, donde murieron 224 más.
Con esta primera ejecución extrajudicial desde que Estados Unidos salió de Afganistán en 2021, se cierra un nuevo capítulo en la compleja relación de ambos países. Justicia o venganza, dependiendo desde el lado en que se mire, la muerte de Al-Zawahiri es el golpe más duro a Al Qaeda desde el asesinato de Osama bin Laden en 2011, en Pakistán. Solo que esta vez la operación debía ser distinta por orden expresa del Presidente Biden.
Sus últimos días
Calificado por el portavoz de los talibanes, Zabihullah Mujahid, como una violación de los “principios internacionales”, esta operación militar se realizó tras meses de trabajo “cuidadoso, paciente y persistente”, dijo un alto funcionario estadounidense a Reuters. Equipos de inteligencia llevaban años buscando a Al-Zawahiri, y se creía que estaba escondido en la zona fronteriza con Pakistán.
Tras la caótica salida de funcionarios y miembros del gobierno norteamericano en agosto de 2021 con la llegada al poder de los talibanes, analistas de la unidad de contraterrorismo plantearon la posibilidad de que, con la retirada, muchos dirigentes de la organización yihadista regresarían a Kabul. Previsión que se mostró acertada cuando la esposa de Al-Zawahiri fue captada mudándose junto a sus hijos a una casa en la capital durante este año. Tiempo después, el líder de Al Qaeda apareció.
Durante varios meses, los funcionarios de inteligencia esperaron hasta tener total seguridad de su identidad, por lo que fue recién en abril cuando Jake Sullivan, asesor de Seguridad Nacional, informó a Biden sobre el hallazgo. El descubrimiento crucial llegó de la mano de un hábito observado en repetidas ocasiones: a Al-Zawahiri le gustaba salir al balcón en las mañanas a leer solo. Y fue en esa circunstancia en la que se produjo su muerte. Había un problema o, más bien, un requerimiento obligatorio por parte de Biden. El lugar estaba en un barrio altamente poblado, y el mandatario no quería ninguna víctima colateral. Ni civiles ni familiares.
Tampoco había margen de error en la confirmación de la información. Trece años atrás, cuando Estados Unidos aún estaba instalado en tierras afganas, un informante había asegurado conocer el paradero de Ayman al-Zawahiri. El hombre resultó ser un doble agente, y cuando supuestamente llevaba a un equipo de la CIA a la ubicación del médico, hizo explotar el chaleco bomba que traía puesto, matando a siete agentes.
Esta vez, no podía quedar nada al azar. Se estudió meticulosamente la estructura de la casa en Kabul, incluso creando una réplica exacta que luego le fue presentada a Biden cuando se requería de su aprobación. En la ocasión, el mandatario preguntó tanto por los detalles técnicos, incluido el clima, el material de la estructura y la iluminación, como también por las posibles consecuencias legales de un ataque letal en el extranjero y sin presencia militar permanente en el lugar.
Un acotado grupo de abogados concluyó la legitimidad del ataque basándose en “su papel de liderazgo continuo en Al Qaeda, y su participación y apoyo operativo para los ataques del grupo”, según la prensa de EE.UU.
Pero faltaba un detalle clave: el arma a utilizar. No podía ser un misil convencional, pues corría el riesgo de causar bajas civiles o derribar el edificio, por lo que se empleó una versión poco conocida del misil Hellfire, la que no cuenta con una ojiva explosiva y es fácilmente desplegable desde un dron.
Esta sofisticada arma posee seis cuchillas que se van abriendo o despegando del misil a medida que este se acerca al objetivo, causando un impacto mortal en el blanco, pero con poco daño colateral.
Ese día, tanto la prensa local como la internacional se acercó al lugar, el cual estaba cercado por el ejército talibán, quienes, apuntando con los rifles a los periodistas, les aseguraron que “no había nada que ver”, informó la cadena británica BBC.
El portavoz de la Casa Blanca, John Kirby, dijo a la prensa que “no tenemos confirmación de ADN y no la necesitamos”, pues contaban con “confirmación visual” de la muerte de Al-Zawahiri, así como ratificación “a través de otras fuentes”, detalló.
El rol de los talibanes
Con la aparición del líder de Al Qaeda en un barrio acomodado, cabe preguntarse cómo fue que se instaló allí. ¿Lo hizo con la venia de las autoridades talibanas? “El Emirato Islámico de Afganistán no tiene información sobre la llegada y estancia de Ayman al-Zawahiri en Kabul”, afirmaron en un comunicado. Dos días antes del ataque, el ministro del Interior, Sirajuddin Haqqani, aseguró que Al Qaeda era una organización “muerta” y que no tenía presencia en Afganistán, indicó el diario The Guardian.
Sin embargo, hace años que el gobierno de EE.UU. manejaba la teoría de que existía una red que apoyaba al sucesor de Osama bin Laden, explicó Reuters. Y habría sido precisamente la Red Haqqani, una poderosa facción dentro de los talibanes, dirigida por el propio ministro Sirajuddin Haqqani, la encargada de la seguridad de Ayman al-Zawahiri.
Para el director del Centro de Terrorismo, Extremismo y Antiterrorismo del Instituto de Estudios Internacionales de Middlebury, Jason Blazakis, no hay duda de que los talibanes sabían de su presencia en Kabul. En conversación con La Tercera, Blazakis dijo que “Haqqani está muy arriba dentro de los talibanes. Su ayudante era el dueño de la casa en la que Al-Zawahiri fue asesinado. Las afirmaciones de los talibanes de que no lo sabían no son sinceras”.
Postura reforzada por Bill Roggio, analista en terrorismo y miembro de la Fundación para la Defensa de las Democracias, quien dijo a este medio que, además del ministro de Interior, “otros altos dirigentes talibanes sabían con toda seguridad que Al-Zawahiri estaba en Kabul”.
Según The New Yorker, esta organización ha mantenido vínculos con Al Qaeda desde los años 80, oponiéndose violentamente a la ocupación soviética en Afganistán, pero también recibiendo financiamiento de la CIA. Actualmente, Estados Unidos ofrece una cuantiosa recompensa de US$ 10 millones por el ministro de Estado.
Esta relación directa entre el gobierno y un funcionario talibán que, aparentemente, se relaciona con la organización terrorista, contraviene directamente el Acuerdo de Doha. Bajo este trato gestado por la administración de Donald Trump, Estados Unidos se comprometió a retirar todas sus tropas y funcionarios a cambio de que los talibanes negaran toda ayuda a Al Qaeda o a cualquier otro grupo terrorista internacional, en un intento de que Afganistán no se transformara en una base para estas organizaciones.
Las declaraciones cruzadas entre ambos países no tardaron en aparecer. A través de un comunicado, el Departamento de Estado norteamericano aseguró que “al dar cobijo al líder de Al Qaeda en Kabul, los talibanes violaron gravemente el Acuerdo de Doha”.
La contraparte replicó afirmando que “si se repite tal acción, la responsabilidad de cualquier consecuencia recaerá en Estados Unidos”, dijeron los fundamentalistas en un comunicado que diversos analistas calificaron de “suave”, considerando que fue un ataque en suelo afgano. La razón, explicó Blazakis, es que el gobierno talibán aún necesita la aprobación de la comunidad internacional. Cosa que no lograría con un enfrentamiento directo con Washington.
“Esto será un revés para los talibanes. Quieren el reconocimiento diplomático, pero no lo van a conseguir ahora, porque violaron el Acuerdo de Doha, en el que prometieron no dar refugio a Al Qaeda. El mundo no aceptará eso. Y, por lo tanto, no aceptará a los talibanes como un gobierno legítimo”, argumentó el académico.
El profesor Sharad Joshi, colega de Blazakis en Middlebury y experto en terrorismo, explicó a La Tercera que “es probable que las conversaciones entre los talibanes y los miembros de la comunidad internacional (incluido el gobierno de Estados Unidos) continúen. Pero la operación para matar a Al-Zawahiri es una señal para el régimen talibán de que Estados Unidos llevará a cabo ataques antiterroristas severos y de precisión contra Al Qaeda en Afganistán”.
La búsqueda de la normalización en las relaciones por parte de los talibanes también podría deberse a su necesidad de desbloquear US$ 7.000 millones (de un total estimado de US$ 9.000 millones) que se mantienen congelados en bancos estadounidenses debido a sanciones internacionales. De ahí surgió la posibilidad de que los talibanes negociaran con Washington para la liberación del dinero, posibilidad que Bill Roggio descartó absolutamente.
“La idea de que los talibanes faciliten a Estados Unidos la ubicación de Al-Zawahiri es absurda. Escuchamos rumores similares sobre la entrega de Bin Laden por parte de los paquistaníes cuando fue asesinado en una redada de operaciones especiales de Estados Unidos en Abbottabad, en 2011. Se trata de teorías conspirativas lanzadas por los talibanes y los apologistas paquistaníes”, señaló.
Por su parte, Sharad Joshi hace una observación más enfocada en el movimiento mundial del yihadismo y la relación entre el grupo fundado por Osama bin Laden y su contraparte contemporánea, el Estado Islámico.
“Existen fuertes vínculos ideológicos, organizativos y familiares entre los talibanes y Al Qaeda. Y un acuerdo así sería visto como una traición a la causa yihadista entre la base talibán. Y también proporcionaría un importante punto de conversación al Estado Islámico-Khorasan en Afganistán, que se opone a los talibanes. El Estado Islámico proclamaría ese acuerdo como prueba de la falta de compromiso de los talibanes con la yihad global”, explicó el profesor de Middlebury.
Si bien el Presidente Joe Biden aseguró en 2021, cuando las tropas se retiraban, que “no permaneceremos involucrados militarmente en Afganistán”, lo cierto es que las ramificaciones y consecuencias de los atentados de Al Qaeda y la posterior invasión al país de Asia del Sur continúan generando olas, 21 años después.