Reacio al contacto con los medios, el Presidente de Perú, Pedro Castillo, ofreció recién en enero pasado la primera entrevista formal de toda su gestión. Fue publicada el día 21 de ese mes por el semanario local “Hildebrandt en sus trece”, bajo el título “Castillo decide hablar”. Una “primicia”, como lo destacó el medio en su portada, que se gestó dos días antes, cuando su director, César Hildebrandt, se reunió por más de dos horas con el mandatario para mantener una “reunión de trabajo”, como consta en el reporte de visitas del Palacio de Gobierno en Lima.
Tras la entrevista, sin embargo, Hildebrandt (73), considerado uno de los periodistas más influyentes de Perú, reconoció que salió “preocupado” de Palacio. Y no podía ser de otra manera. En sus casi siete meses de gestión, el mandatario de izquierda -un profesor de escuela primaria rural sin experiencia previa en el gobierno- ha sobrevivido a un intento de moción de censura y ha nombrado cuatro gabinetes tras las denuncias contra algunos de sus ministros, incluida presunta violencia familiar y corrupción. O como lo graficó el Financial Times: 20 cambios ministeriales, lo que equivale a un promedio de casi uno por semana. Producto de ello, Castillo enfrenta hoy crecientes presiones de diversos sectores para que renuncie al cargo debido a la profunda crisis que atraviesa su administración.
Hildebrandt, a quien sus constantes denuncias de actos graves de corrupción durante el régimen de Alberto Fujimori lo hicieron, presuntamente, blanco de un plan para asesinarlo (Plan Bermudas), el que lo llevó durante algunos años a autoexiliarse en España, entrega en esta entrevista con La Tercera su visión del complejo momento que enfrenta Castillo. “Ese líder que pudo ser es hoy un fantasma”, resume.
¿Cómo se gestó su entrevista con Castillo, considerando que hasta entonces habían sido contadas las ocasiones en las que el gobernante había respondido preguntas de la prensa?
Habíamos pedido la entrevista y esperamos, como todos, pacientemente. En diciembre, un allegado al presidente me visitó en la oficina del semanario y me dijo que Castillo había decidido que la primera entrevista que daría sería a nuestra revista, a pesar de nuestras críticas. En enero, al retorno de nuestras vacaciones, la oficina de prensa de Palacio se comunicó con nosotros. Al principio pidieron una conversación previa con el presidente, a lo que me negué. Sin embargo, esta se produjo porque a la hora en que entramos a la sede de gobierno nos tenían preparado un almuerzo. Duró poco, felizmente. Después vino la tarea.
Usted comentó luego de la entrevista que salió “preocupado” de Palacio. ¿Qué cosas le llamaron la atención de Castillo?
Su apelación constante a lugares comunes, su poca capacidad para entender el desafío que enfrenta, la vacuidad de algunas respuestas, las notorias mentiras en torno, por ejemplo, al caso de la lobista Karelim López y a lo que sucedía en esa sede subsidiaria de la presidencia, donde sucedían encuentros todavía no esclarecidos.
El presidente ha insistido en que “estoy aprendiendo cada día”. Sin embargo, se ha reforzado la impresión de que Castillo no está preparado para el enorme desafío que ha asumido. ¿Cómo lo ve usted? ¿Cree que está consciente de sus limitaciones?
No está consciente ni siquiera de lo que podrían ser sus ventajas comparativas: un hombre sencillo y rural que arma un gobierno que hace posible el cambio pacífico de la anquilosada sociedad peruana, el líder popular que derrotó a la coalición conservadora encabezada por el hampa fujimorista. Ese líder que pudo ser es hoy un fantasma.
En su entrevista, Castillo reveló que no lee periódicos ni ve televisión. También dijo no tenerles fe a las encuestas. A su juicio, ¿esto refleja cierto grado de desconexión del presidente con la realidad?
No creo que diga la verdad. Es cierto, de otro lado, que la gran prensa peruana lo maldijo desde que se presentó como rival de Keiko Fujimori. Pero es trágicamente cierto también que ha sido Castillo quien se ha encargado de abastecer la armería de la prensa, que lo detesta por cuestiones políticas, ideológicas y hasta raciales. Y sí, el presidente está desconectado de la realidad. Lo primero que uno siente al hablar con él es que tiene un menú de respuestas rituales preparadas. Lo segundo, es que está seguro, o eso dice, que el pueblo lo sigue amando y que el “ruido político” viene de las élites.
La expremier Mirtha Vásquez, el extitular de Economía Pedro Francke y el exsecretario presidencial Carlos Jaico han apuntado contra el círculo de asesores de Castillo como la causa de la crisis que enfrenta el gobierno. ¿Comparte ese análisis? ¿Estos asesores son, efectivamente, a quienes más escucha el presidente? ¿Cree que Castillo enfrenta presiones subterráneas contra las cuales no puede rebelarse?
El gran problema es Castillo, no los asesores. Al fin de cuentas, quien nombró a esos asesores fue el propio Castillo. Y lo hizo porque le dan confort, lo adulan, lo protegen de la amenazante realidad. Y, además, están metidos en cosas turbias. En relación a las presiones, la mayor de ellas es la que Castillo tiene que soportar del partido que fue su vientre de alquiler, es decir Perú Libre. El líder de este partido es el que continúa creyendo que Castillo le debe la presidencia y que, por lo tanto, tiene el deber de asumir el programa político de la organización. ¿Cuál es ese programa político? Pues, matices más, matices menos, un programa socialista de linaje marxista. Vladimir Cerrón, el líder de Perú Libre, cree que Cuba es un ejemplo, que Venezuela es un ensayo válido y que en Nicaragua hay democracia. De modo que Castillo está entre asesores parásitos que disfrutan de un poder jamás imaginado y el martilleo jurásico de Cerrón, un médico educado en Cuba.
Carlos Jaico ha dicho que “la renuncia y la vacancia son salidas constitucionales que el presidente debe analizar”. Y Keiko Fujimori cree que la “solución” es que Castillo “deje el cargo”. En su opinión, ¿la situación del mandatario es irreversible o aún está a tiempo de salvar su administración?
Yo he planteado desde hace dos semanas que la renuncia podría ser la opción patriótica de Castillo. Que Keiko Fujimori, la heredera de una organización próxima al crimen y cuyo juicio penal está próximo, hable de soluciones para esta crisis es de un cinismo espectacular. Habría que recordarle que ella es una de las responsables de esta situación y que su conducta estos últimos años no hizo sino socavar aún más la institucionalidad democrática del Perú. Habría que recordarle que ella reivindica la gestión de un presidente que dijo ser peruano, que huyó del país en medio de una crisis moral grotesca, que se refugió en Japón después de un viaje distractivo a Brunei y que allí, en Tokio, extrajo su nacionalidad real y postuló, sin éxito, al Senado nipón. La autoridad moral de Keiko Fujimori en relación a la situación actual es menor que la que podría tener la cucaracha Martina.
En el caso de una renuncia de Castillo, ¿qué escenarios podría enfrentar el país en esa eventualidad?
Cuesta decirlo, pero no imagino algo peor que la anarquía y la ineptitud que parecen signar el gobierno de Castillo. Sólo podría salvarse si decidiera reinar sin gobernar, si tuviera la grandeza de nombrar a una personalidad aceptable para casi todos que fuera un presidente del Consejo de Ministros con agenda propia y decisiones autónomas, si aceptara prescindir de los personajillos y paisanos que decidió encumbrar. ¿Lo hará? No lo creo. La tormenta lo llama y hay un rasgo autodestructivo en su carácter.
Una reciente encuesta de Ipsos revela que solo el 8% de los peruanos considera que impulsar una Asamblea Constituyente para la reforma de la Constitución debe ser un tema prioritario que el gobierno debe atender este año. Sin embargo, Castillo dijo que no descarta apelar al Tribunal Constitucional luego de que el Congreso se opusiera a un eventual referéndum. ¿Por qué insiste?
La Asamblea Constituyente dejó de ser hace rato una prioridad para los peruanos que votaron por Castillo. Seamos claros: Castillo es presidente por el repudio extendido que produce el fujimorismo. Castillo es el presidente del antivoto. La Asamblea Constituyente es la obsesión de cierta izquierda, pero no de la gente común y corriente. La gente quiere más ingresos económicos, más empleos, más seguridad en las calles, más oportunidades. Pero que una nueva Constitución no sea prioridad de las mayorías no significa que la Constitución de 1993 no merezca cambios. Claro que los merece, sobre todo si hablamos del capítulo económico, diseñado en plena dictadura fujimorista por lo más rancio del neoliberalismo. La derecha teme esos cambios que habrán de llegar. Que Castillo, con su fracaso, no los haga, no supone un triunfo definitivo de los conservadores.
¿Cuán riesgoso es el debilitamiento institucional que atraviesa hoy Perú? ¿Tiene paralelos con otro episodio similar en la historia reciente del país?
El Perú no es un país ingobernable, como ha dicho Moisés Naím, pero la actual crisis es tan grave como la que nos alcanzó el año 2000, cuando el régimen de Fujimori cayó hundido en podredumbre y el país se asomó a la verdad: éramos una farsa con ínfulas, habíamos sido colonizados por la corrupción, habíamos crecido económicamente, pero las grandes desigualdades se mantenían casi invictas. Esa sensación de estar a la deriva, involuntariamente desnudos y sin capitanía, es un poco lo que sentimos ahora. No somos ingobernables. Lo que pasa es que carecemos de gobierno. Y la gran crisis, la que da el marco histórico a esta, es el colapso de la partidocracia y su reemplazo por clubes electorales plagados por la voracidad y el oportunismo. Hace muchos años que la inteligencia, la cultura y las ideas huyeron de la política de mi país. La gran tarea es reconstruirnos.