Era cerca ya de la medianoche en Londres, el domingo 19 de diciembre pasado, cuando se supieron los primeros resultados de la segunda vuelta de las presidenciales en Chile. Gabriel Boric asomaba como claro ganador, y esa fue razón de sobra para que Chantal Mouffe (Charleroi, Bélgica, 1943) brindara con champaña junto a un grupo de amigos.
Consciente de que ese triunfo se sustentó en mucho voto anti-Kast, dice la politóloga belga que no por eso dejó de estar “encantada” con el triunfo del candidato de Apruebo Dignidad. Y que sigue “igual de encantada” con el hoy Presidente Boric. Lo que no es igual a decir que se considere inspiradora suya ni algo parecido (el exlíder estudiantil se ha contado entre sus lectores, pero menos que otros frenteamplistas).
Mouffe formó en los 80 un tándem teórico y sentimental con su colega argentino Ernesto Laclau, fallecido en 2014. Juntos las emprendieron contra la “Tercera vía” y demás vías socialdemócratas que hoy la autora llama social-liberales. En una escena donde el consenso liberal suprimió a juicio de ambos el conflicto -y, por lo tanto, la política misma-, se plantearon reformular el proyecto de la izquierda en términos de una “democracia radical y popular”, al tiempo que rescataron para fines posmarxistas un término que muchos politólogos y ciudadanos de a pie tienen por peligroso, además de malsonante: el populismo.
Para el “populismo de izquierda” la época “pospolítica” no deja lugar a acuerdos ni conciliaciones, sino a la creación de un “pueblo” que supera largamente a proletariados o clases obreras para ser un “nosotros” que le planta cara a un enemigo: “ellos”, la oligarquía, la élite. Y más de alguien se ha entusiasmado con la propuesta. Porque finalmente, dice, “todos mis libros son, de alguna manera, intervenciones políticas, y siempre insisto en que la teoría me interesa en la medida que puede ayudar a pensar la acción”.
Entre esos entusiasmados estuvieron los “indignados” españoles que en 2014 crearon Podemos. “Eran profesores de teoría política, muy influidos por nuestras ideas”, recuerda la académica de la U. de Westminster. Ahí se puede hablar una “impronta más fuerte” que se diluiría tras el quiebre de Pablo Iglesias e Íñigo Errejón y la posterior alianza de Podemos con Izquierda Unida. Otra cosa, piensa, es considerarla mentora del francés Jean-Luc Mélenchon, no obstante los “intereses comunes”. Y otra, ya que estamos, es pintarla como la gurú de los Kirchner en Argentina, cosa que Mouffe, vía Zoom, se toma con cierto humor:
“Se han dicho cosas muy absurdas, como que Cristina no tomaba ninguna decisión sin llamar a Ernesto [Laclau]. Nos encontramos una vez con Néstor. Con Cristina he tenido más encuentros, es gran admiradora de mis libros, pero la influencia que nos atribuían en los periódicos era exagerada”.
En Chile, la autora de Por un populismo de izquierda (2018) no presume de tener gran influjo, pero tiene cercanos en Revolución Democrática y amigos que la ilustran acerca de un proceso político y constituyente que sigue a la distancia. Sin entrar necesariamente en los detalles, pero con entusiasmo y esperanza indisimulados.
Enfrentada hoy al análisis de un momento con variadas particularidades, algunas de las cuales se avienen mejor que otras con su diseño teórico, parte abordando una que localmente dio para hablar de populismo en clave “tradicional”: los retiros previsionales. ¿Cómo se construye un “enemigo” cuando desde el Ejecutivo hay que evitar lo que se apoyó reiteradamente?
Dice Mouffe a este respecto que le parece “razonable” que el nuevo gobierno haya presentado un proyecto alternativo para “casos justificados”, y agrega que hay que ser “un poquito realistas”: que hay “medidas que uno puede defender en algún momento, pero después, cuando se llega al gobierno, hay un aterrizaje realista y hay que ser pragmáticos. En este caso, para luchar contra la inflación en un momento muy complicado económicamente en todas partes”. Además, remata, “hay una actitud muy neoliberal en decir, bueno, es mi plata y yo hago con ella lo que me da la gana”.
El gobierno tuvo a un amplio espectro criticándolo por no dejar que la gente “saque su plata”…
Uno lo entiende, pero es una actitud muy neoliberal que no piensa en el bien común, porque no se tienen en cuenta las consecuencias que las decisiones propias pueden tener en los otros. El individualismo específico del neoliberalismo dice, “mi plata es mi plata, mi cuerpo es mi cuerpo”. Yo estoy en contra de eso, y me parece que uno tiene que combatirlo, aunque no es fácil porque hay un sentido común del neoliberalismo que en Chile está muy presente.
No me parece que haya un error del gobierno en darse cuenta de que no se podía seguir con los retiros, porque eso puede perjudicar a la misma gente. Me parece que su posición es completamente justificada, aun si uno entiende que pueda encontrar dificultades para ser aceptada. Atacar lo que se considera derechos adquiridos es algo frente a lo cual la gente reacciona, aun si esos derechos la perjudican en el largo plazo. Si en Chile ha habido una aceptación general de que la gente tenía derecho a esos retiros, ese es un obstáculo, pero hay que encontrar la manera (…). Hay que ser capaz de hacer cosas impopulares en función del bien del país.
¿No es más difícil tomar medidas impopulares cuando antes se ha apoyado las medidas contrarias?
Lo importante es que el gobierno acompañe estas medidas de una creación de perspectivas, porque es evidente que eso no puede seguir así. Porque si se sigue con el mismo sistema y en algún momento se dice, bueno, ahora ya no se puede retirar, uno entiende que la gente diga, ¿por qué no más? Entonces, hay que mostrar que ahora se va a organizar la sociedad de una manera distinta y convencer a la gente de que se le va a ofrecer algo mejor, más sólido. Pero eso toma tiempo. Lo importante es que las medidas se acompañen de un proyecto que cree las bases para otro sistema: un sistema en el cual ya no van a tener sentido los retiros. Es lo que un gobierno tiene que hacer.
Íñigo Errejón declaró que la historia del Frente Amplio “es la que podía haber sido la historia de Podemos de haber tomado las decisiones correctas”. ¿Cómo ve el desempeño del FA y de Gabriel Boric?
Este es un gobierno de jóvenes, que es algo muy positivo. También se van cometiendo errores y se va aprendiendo, lo que es normal. Lo que más he seguido son las medidas que tienen repercusión internacional. Por ejemplo, me pareció muy interesante que el primer proyecto de ley que se envió al Congreso fuera la ratificación del Acuerdo de Escazú. Me parece muy importante la importancia que el programa de Boric le da a la cuestión ambiental, articulada con los derechos humanos. Que la justicia entre al ámbito del medio ambiente. Me parece que eso va a marcar la pauta del gobierno de Boric: es algo muy simbólico e indica desde ya hacia dónde quiere ir. A nivel más general, ha sido muy bien recibida en Europa la composición del gobierno: que haya una mayoría de mujeres en el gabinete ha resonado.
Y lo otro que ha llamado mucho la atención en Europa es su intención declarada de dejar de lado la lógica neoliberal. Es algo que entusiasma y que resuena. Ahora, ¿qué entiende Boric por dejar de lado la lógica neoliberal? A mí me gusta la idea de “erosionar” el neoliberalismo. No es una política revolucionaria, sino hacer “reformas no reformistas”, como dice André Gorz: que no sean simples reformitas al sistema, sino que vayan transformando las relaciones de poder, y esa me parece que es la línea de Boric. Él se ha comprometido también a garantizar derechos sociales universales, lo que me parece importante dada la manera en que Chile ha sido transformado profundamente por el neoliberalismo.
La base de Gabriel Boric quedó finalmente constituida por su coalición y por partidos que integraron la Concertación. ¿Cómo ve la incorporación de la “vieja política”?
Hay ministros que vienen de la antigua Concertación, pero no es que la antigua Concertación entre al gobierno como un grupo organizado. Siempre es importante tener un cierto pluralismo y que las cosas no sean tan monolíticas, pero la entrada al gobierno se da sobre un acuerdo de base sobre lo que ese gobierno va a hacer.
Para crear una mayoría no es posible encerrarse en un pequeño grupo original. Hay que ganar otros grupos para la causa. Y yo no veo realmente que haya necesariamente contradicciones en esto.
¿En qué sentido puede el gobierno de Boric vincularse con una izquierda populista?
Tengo mis dudas ahí, aunque veo algunos rasgos. La estrategia populista de izquierda, en primer lugar, trata de establecer una frontera entre “nosotros” y “ellos”. Para mí, la política se trata necesariamente de eso, y en el caso de Boric no veo una política de acomodo con el neoliberalismo. Hay que ver hasta dónde va a alejarse de esa lógica, pero por lo menos hay una cierta voluntad de definir un adversario, que es lo que no tienen, por ejemplo, los partidos ecologistas europeos, y por eso le ha ido tan mal a gente como [el excandidato presidencial francés] Yannick Jadot.
Ni la segunda vuelta ni la instalación en La Moneda han parecido marcar la “frontera” que usted menciona, sin perjuicio de que Boric y su sector la hayan definido antes respecto de la élite económica y de “los 30 años”. ¿Cómo se establecen fronteras cuando se necesitan tantos apoyos?
Tengo amigos chilenos que consideran que Boric no es suficientemente populista. Que le falta populismo, que le falta establecer la frontera. Yo creo que unirse frente a un enemigo común es una manera muy fuerte de convocar. Y en el caso de la campaña presidencial en Chile, Boric no tenía necesidad de establecer una frontera porque el enemigo ya estaba dado: era Kast.
Socialdemocracia y Convención
El entusiasmo de Chantal Mouffe con el caso chileno corre en paralelo al que le despierta lo que ocurre en Francia, donde el mencionado Mélenchon y La Unión Popular quedaron por poco fuera del balotaje presidencial en abril (y si no fuera por la ocurrencia comunista de llevar candidato propio, piensa, otro sería el cantar). Ahora espera lo que ocurra en las legislativas del 12 de junio, conocidas en Francia como “la tercera vuelta”: de sacar un gran resultado, Mélenchon podría aspirar a ser Primer ministro y entrar en cohabitación con el Presidente reelecto, Emmanuel Macron.
Sería bueno si eso pasara, cree la académica, pero lo ve improbable. Eso sí, considera alentadora la movilización juvenil y de los barrios populares, donde hay un voto significativo de inmigrantes: “Esa gente, normalmente, es abstencionista, y Mélenchon logró movilizarla, así que se ha creado alrededor de su candidatura un entusiasmo y un impulso. Su estrategia es no dejar que eso desaparezca, sino seguir movilizando. Ahora, no sé si cree posible ser Primer ministro, o si es simplemente una estrategia para mantener vivo el movimiento, lo que me parecería muy inteligente: es importante no desmovilizarse ni que la gente se vaya a su casa”.
El resultado de Mélenchon muestra, a su entender, que “la estrategia populista de izquierda es la mejor estrategia. Había mucha gente acá que decía que el ‘momento populista’ ya pasó, que hay que volver a una estrategia más tradicional, porque movimientos que habían seguido una estrategia populista, como Podemos o el Laborismo de Jeremy Corbyn, habían tenido en principio buenos resultados, pero luego algunos retrocesos. Es cierto que ha habido retrocesos, pero esos partidos han perdido votos cuando han abandonado la línea populista”.
Populistas o no, eso sí, las estrategias adoptadas en Chile capturan su atención, tal como la cobertura de los medios:
“Fue interesante ver las reacciones de la prensa europea tras la primera vuelta, donde se retrató a Boric como una especie de extremista; después, enfatizaron el hecho de que empezó a llevar chaqueta y a usar una retórica distinta, y estimaron que no había ningún peligro, que es un socialdemócrata tradicional. Se sintieron aliviados”. (ríe)
Boric fue muy criticado por firmar el acuerdo del 15 de noviembre, prosigue, “pero imaginemos qué habría pasado si hubiese sostenido en una actitud de no firmar y hubiese habido únicamente las rebeliones. ¿Qué habría pasado en Chile?”. Ahora bien, “el programa de Boric no es revolucionario ni el proyecto del Frente Amplio ha sido el de hacer una revolución”, y sin embargo “tampoco es un programa socialdemócrata tradicional. Todo depende de lo que uno entienda por socialdemocracia”.
Ahí es donde Mouffe distingue entre “la socialdemocracia de principios del siglo pasado, que yo llamo una socialdemocracia radical” y “la que capituló frente al neoliberalismo, como pasó en Gran Bretaña con [Tony] Blair”. Porque la “socialdemocracia real es más radical, es un reformismo radical que quiere transformar las relaciones de poder”. Así las cosas, es a su juicio un error considerar a Boric un socialdemócrata tradicional: “Vamos a ver qué pasa con el gobierno, pero yo diría que lo suyo es una socialdemocracia radical”.
Y si se trata de seguir describiéndolo, dice que no es un Pablo Iglesias, “aunque veo ciertos elementos del primer Podemos, que decía que hay que crear un movimiento transversal que no quiere definirse de izquierda o de derecha”. Igualmente, ve en Boric “una apertura a Latinoamérica que me parece importante, y veo muchos puntos de contacto con [Gustavo] Petro, con todas las diferencias que pueda haber entre Colombia y Chile. Para ambos es muy importante la cuestión medioambiental, la defensa del planeta, y articulan eso con la defensa de los derechos humanos”.
Dicho todo lo anterior, añade que “tal vez lo que más ha entusiasmado en Europa es la Convención Constitucional. Romper con la Constitución de Pinochet es importantísimo para Chile. No es un proyecto de Boric, pero lo que me parece muy importante es que Boric apoya ese proceso, y si hubiese ganado Kast habría sido su fin”. Y, respecto de las inquietudes que desde el propio gobierno han surgido al respecto, no les asigna mayor importancia, pues la regla de los dos tercios debería encaminar las cosas:
“Siempre hay maximalismo, pero si se necesitan dos tercios de apoyo para un artículo [en el pleno de la Convención] uno puede, de modo realista, ser optimista y pensar que las medidas más objetables no lograrán pasar esos dos tercios”.
¿Y si no ganara el Apruebo en septiembre?
Sería una catástrofe.