Qassem Soleimani, el más temido y poderoso general iraní, gozaba de impunidad y tenía una suerte de "licencia para matar", a lo James Bond. No por nada, Washington e Israel lo tenían en su radar desde hace años, sindicado por esos países como el más peligroso terrorista de Medio Oriente. Como jefe de la Fuerza Quds, Soleimani dirigió cientos de acciones encubiertas y comandó guerras a gran escala en Siria, Irak, Líbano y Yemen. Eso, hasta que el viernes, un misil lanzado desde un dron estadounidense contra su vehículo, en el aeropuerto de Bagdad, acabó con su vida.
Pese a que Donald Trump señaló que con esa acción no pretendía iniciar una guerra contra su principal enemigo en la región, Teherán prometió venganza y es muy probable que esas amenazas no se las lleve el viento. Aunque una guerra convencional parecía improbable con el correr de las horas, la muerte de Soleimani sí traerá consecuencias palpables, como el eventual deterioro de la compleja relación entre el gobierno de Bagdad y Estados Unidos. Irak, de hecho, señaló que lo que hizo Washington es una violación a su soberanía. Aquello, además, podría dar más argumentos a las milicias chiitas pro iraníes que operan a sus anchas en el territorio iraquí. Al mismo tiempo, se teme que guerrillas como Hizbulá y las milicias respaldadas por Irán a lo largo y ancho de Medio Oriente tomen represalias por cuenta propia contra intereses estadounidenses.
Pero es Irak el territorio que concita la atención más inmediata. Aunque EE.UU. provocó la caída de Saddam Hussein en 2003, hay grandes zonas en este país que son tierra de nadie y otras tantas donde operan milicias iraníes. Y es ahí donde Washington y Teherán podrían tener su nuevo campo de batalla.