Columna de Ascanio Cavallo: Una década entre dos
¿Por qué regresar? La razón para buscar la reelección siempre es la misma: "Tareas pendientes", "cuatro años es muy poco". Bachelet y Piñera se preocuparon, de distintas maneras, de que no pudiese crecer un competidor en los cuatro años que debían esperar para su reelección. Un presidente de Chile suele ser un depredador. Con entusiasmo o con disimulo, todo lo que se pone al frente es arrasado.
El Presidente Sebastián Piñera suele aconsejar a los nuevos mandatarios elegidos que se tomen una foto antes de asumir el cargo y otra al dejarlo: así podrán apreciar, dice, "los verdaderos efectos del servicio público". Cabe suponer que habrá hecho el experimento consigo mismo y que tendría que resultar disuasivo. La aceleración del deterioro, buen motivo para no repetirlo.
Pero ni ese ni otros muchos factores han sido disuasivos para él ni para su némesis, Michelle Bachelet, las dos figuras que habrán copado la Presidencia de Chile durante 16 años. ¿Por qué desear ser Presidente de nuevo? Lo cierto es que no es una aspiración exclusiva. Salvo Aylwin, los otros presidentes transicionales, Frei y Lagos, lo desearon y -acaso para su fortuna- no lo lograron.
Las diferencias entre Piñera y Bachelet son numerosas, pero en su alternancia han llegado a formar el Jano de la política chilena: uno, con ese optimismo impenitente, de chapita y chaqueta roja; otra, con ese escepticismo ancestral, la resignada sonrisa del "cada día puede ser peor".
Piñera quiso ser Presidente desde el momento en que entró en la política (en 1989, como jefe de la campaña de Hernán Büchi) y su principal razón para no seguir en la DC fue la longitud de la carrera que tendría que seguir hasta llegar a ser candidato. Después habría tenido más motivos, pero este fue el primero. Inscrito en RN, fue precandidato de inmediato. Pero demoró 20 años y cuatro elecciones en conseguirlo.
Bachelet no imaginó llegar a la Presidencia hasta poco después de ser nombrada ministra de Salud, en el 2000. Antes de eso sus metas llegaban hasta algún alto cargo en el Ministerio de Defensa, para lo cual se había preparado con varios cursos de posgrado. Pero en cuanto el puesto de ministra empezó a dar señales de popularidad reajustó, con la flexibilidad que se le conoce, la totalidad de sus objetivos. Su carrera no se mide en años, sino en meses. Ganó en el primer intento.
¿Por qué regresar? La razón para buscar la reelección siempre es la misma: "Tareas pendientes", "cuatro años es muy poco". Bachelet y Piñera se preocuparon, de distintas maneras, de que no pudiese crecer un competidor en los cuatro años que debían esperar para su reelección. Un presidente de Chile suele ser un depredador. Con entusiasmo o con disimulo, todo lo que se pone al frente es arrasado.
Bachelet y Piñera desafiaron la más que centenaria tradición chilena de no reelegir presidentes. Pero es verdad que los políticos llevan más de cien años de desacuerdos respecto de a) la duración del período presidencial y b) la opción de prohibir, permitir o aceptar a medias la reelección. La reelección en dos períodos continuos fue eliminada en 1871; y desde entonces, las constituciones han dejado abierta la posibilidad de ser reelegido en un período discontinuo. ¿Qué dirá una nueva Constitución? ¿Permitirá la reelección de dos períodos continuos, como Estados Unidos? ¿Prohibirá toda reelección, como México? ¿O seguirá con la discontinuidad, como gran parte de Centroamérica?
Cuando Aylwin aceptó reducir su período de ocho a cuatro años, estaba convencido de que Pinochet hacía esa proposición porque quería volver al poder en 1994. El viejo político conocía la corteza humana. Lo que no podía prever era que para esa fecha el viejo general se seguiría defendiendo de los cheques girados a nombre de su hijo, ese condenado millón de dólares que podía costarle hasta prisión.
Bachelet y Piñera interpretaron el suprapartidismo presidencial inventado por Aylwin de una manera idiosincrática. Compartieron la convicción de haber llegado a La Moneda a pesar de los partidos que los apoyaron y se dieron maña para modificar sus coaliciones a su propia medida. Quizás el efecto ha sido más profundo en el caso de Bachelet, que liquidó a la Concertación, el artefacto político que le dio origen. Piñera se ha limitado a cambiar varias veces el nombre de la suya.
Bachelet siempre se mostró más ansiosa en sus finales: por ejemplo, tratando de cerrar Punta Peuco el día que entregaba el mando. En contrapartida, Piñera ha sido muy poco gentil en sus comienzos: por ejemplo, en la crítica obsesiva al gobierno que heredaba. A Piñera le fascina la popularidad, que lo saluden y aplaudan y se rían con él. A Bachelet le fascina la popularidad, que le den las manos y aplaudan y hasta lloren con ella. La expresidenta administra sus silencios hasta la exasperación, entiende bien cuándo es preciso desaparecer y pudo pasar semanas sin hablarle a un ministro que le disgustaba. El Presidente no tolera el silencio, siente la compulsión de hablar, especialmente cuando todo aconseja que es mejor callar, y si un ministro le molesta, nadie se lo dirá primero.
Los dos han dirigido un Chile que llevaba una crisis en las entrañas y, si sus intuiciones pudieron ser correctas, sus soluciones fueron más bien autodefensivas. Piñera 1 sufrió en el 2011 la primera rebelión universitaria -continuación de la rebelión "pingüina" del 2006, durante Bachelet 1-, que continuó con otras caras el 2012 y el 2015. Bachelet 2 entregó su programa de educación a esa dirigencia universitaria, que se gastó el presupuesto en gratuidad para sí misma, dejando atrás a toda la escala de los decisivos años iniciales de la educación. Con ello compró una paz de corto plazo en el frente estudiantil…, que volvería a reventar en el 2019.
Piñera 1 recibió la parte más alta del superciclo del precio del cobre: el récord (4,60) lo tuvo a un año de asumir, y cuando entregó el gobierno aún estaba sobre los tres dólares. Bachelet 2 asumió con un precio debilitado, que se fue al piso (1,95) en enero del 2016. En esos años de vacas flacas fue cuando el país gastó más y recaudó menos. Tenía razón el gran promotor de la política contracíclica, el exministro Nicolás Eyzaguirre, cuando decía que los factores externos eran las principales condicionantes de los magros resultados económicos de ese gobierno. Pero ¿tenía razón ese gobierno en la manera de hacer la reforma tributaria y después la gratuidad universitaria? Estas son preguntas para el futuro.
"Nadie sabe lo que filma", decía el documentalista Chris Marker. Nadie sabe para quién trabaja, confirma el refrán. Pero si hay algún campo donde realmente nadie sabe qué consecuencias tendrán sus acciones en el largo plazo, es en la política. El primer cuarto del siglo XXI quedará marcado por el hecho de que las mismas dos personas ocuparon dos veces la Presidencia y es imposible saber ahora si la historia admirará su tenacidad o condenará su ambición. El caso es que en el final de la década el país subterráneo estalló como nadie lo hubiera imaginado.
Seguros de ser un bálsamo para Chile, Bachelet y Piñera no imaginaron que su alternancia de 16 años podía ser un símbolo de la estagnación de la política en Chile, una fulgurante evidencia de su captura por una generación obsoleta y de su obstaculización para las fuerzas nuevas que pugnan por entrar. El Jano bifronte, el dios de las puertas, se ha convertido en la metáfora de la puerta cerrada. En otras palabras, que la monotonía de la repetición ha podido ser uno más de los motivos para la insurrección iniciada el 18-O.
Se puede decir que el 18-O acabó con la vida política de los dos, aunque a Piñera le queden todavía dos años. Esta mitad final del mandato puede ser agónica, como creen muchos, o redentora, como creen muy pocos. Pero no habrá más Piñera después del 2022, excepto en la condición de abuelo que lo ha vivido todo en política. ¿Y Bachelet? Después de las municipales de Las Condes de 1996, ella no fue nunca más una aventurera; solo actuó sobreseguro, cuando las encuestas eran concluyentes en su favor. Es improbable que eso se repita.
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