Andrew Carnegie y Bill Gates son los arquetipos del capitalismo. Según la revista "Money", ambos están entre los 10 hombres más ricos de la historia. Carnegie partió su carrera como telegrafista y formó el imperio económico más grande de la era industrial. Gates fundó Microsoft y fue durante dos décadas el mayor billonario del mundo.
Ambos coincidieron en su rechazo a las herencias. "Preferiría dejarle a mi hijo una maldición antes que el dólar todopoderoso", escribió Carnegie en 1889. Más de un siglo después, Bill Gates advirtió que "no les hacemos ningún favor a nuestros hijos dándoles una gran riqueza. Eso distorsiona cualquier cosa que podrían hacer al crear su propio camino".
Furibundo anticomunista, Carnegie creía que eliminar las herencias legitimaba al capitalismo. Las ganancias, según escribió en su Evangelio de la riqueza no son una fortuna que legar a la familia, sino "fideicomisos, que se deben administrar para producir los mayores beneficios a la comunidad".
Llevando la palabra a la práctica, Carnegie donó en vida más del 90% de su fortuna (unos 65 mil millones de dólares de hoy) para construir universidades, bibliotecas y museos.
Gates siguió sus pasos en la filantropía y creó "El compromiso de dar", una campaña mundial en que los billonarios se comprometen a entregar al menos la mitad de su fortuna a fines benéficos. Doscientos cuatro magnates de 22 países ya se han unido, incluyendo a Warren Buffet, Mark Zuckerberg y Elon Musk. Entre ellos no hay ningún chileno.
En verdad, los superricos criollos (y latinoamericanos, en general) parecen inmunes a esa lógica. Ven la riqueza, y su acumulación hacia futuras generaciones, como un asunto estrictamente familiar. Esta ideología, feudal antes que capitalista, hasta tiene su propia celebración anual, el Encuentro Empresarial Padres e Hijos (de madres e hijas, nada), en que magnates latinoamericanos como Carlos Slim, Gustavo Cisneros, Andrónico Luksic y Horst Paulmann se reúnen junto a sus retoños. En 2016 la cumbre fue inaugurada en Santiago por la entonces Presidenta Bachelet.
Por eso el académico del MIT Ben Ross Schneider nos define como un caso de "capitalismo familiar", que "difícilmente puede ser defendido por los partidarios del libre mercado".
Esta semana, diputadas del Frente Amplio y el Partido Comunista presentaron un proyecto de ley que establece un tope de cuatro mil millones de pesos a las herencias, para, según el comunicado de Revolución Democrática, "redistribuir la plata que se encuentra estancada en cuentas de privados". El proyecto haría sentido si este fuera el mundo de Rico Mc Pato, bañándose en su piscina de monedas de oro. A su muerte, bastaría con llevarse la bóveda para que no la heredara su flojo sobrino Donald. En el mundo real, el asunto es más difícil. ¿A la muerte de Paulmann, el Fisco tomaría el control de Cencosud? ¿De fallecer Luksic, Canal 13 pasaría al Estado?
Pero a veces, un mal proyecto detona un debate interesante. "Atenta contra la capacidad de ahorro y de inversión de muchos chilenos y chilenas, no necesariamente de los segmentos de altísimo patrimonio", dijo Jorge Said. "Es una verdadera castración a las legítimas aspiraciones de la mayoría de las familias. Obviamente que solo afectará a la clase media", agregó Nicolás Ibáñez.
¿Clase media? Los 4.000 millones de pesos desde los cuales regiría el impuesto equivalen a ahorrar, sin gastar un solo peso, 833 años del sueldo mediano en Chile. Para verse afectado, el trabajador medio chileno debería tener la longevidad de Matusalén (quien vivió 969 años según la Biblia) y la frugalidad de Diógenes (quien vivía en un barril).
Hoy, el impuesto a las herencias en Chile tiene un tope de 25%. En la práctica, un hijo que herede $ 1.000 millones debe tributar 16,2% de impuesto, menos de lo que paga en IVA cualquier trabajador chileno al comprar un kilo de pan o un litro de leche. ¿Qué sentido tiene eso en una sociedad que vende el principio de la meritocracia y la igualdad de oportunidades?
"Esto es el modelo comunista", dice el empresario Eduardo Errázuriz sobre el proyecto. Pero los altos impuestos a la herencia no tienen nada que ver con el comunismo. En Estados Unidos, entre 1932 y 1980 el impuesto a las herencias más altas promedió un 80%. En el Reino Unido, 72%. Y en Japón, 63%. Hace algunos días, en la muy capitalista Corea el Sur murió el magnate Shin Kyuk-ho, y sus hijos deberán pagar al Fisco un impuesto del 50%.
La riqueza heredada concentra el poder en unos pocos, fosiliza la competencia, vuelve una burla la promesa de meritocracia y es ineficiente, al poner los recursos en manos de los "hijos de", y no de los más talentosos.
¿Qué hacer? El economista Gonzalo Martner propone que un porcentaje de las empresas y activos heredados pasen a un fondo público destinado a promover la igualdad de oportunidades y la diversificación económica. La economista Jeannette von Wolfensdorff propone un fondo similar, formado mediante un acuerdo de contribución voluntaria de las grandes fortunas chilenas para legitimar un "capitalismo más equitativo", que entregue dividendos a los chilenos más vulnerables.
"El hombre que muere rico, muere deshonrado", fue el lema de Andrew Carnegie. ¿Alguno de nuestros capitalistas criollos se anima a ser medido con esa vara?