“Patria es humanidad. Es aquella porción de la humanidad que vemos más de cerca y en que nos tocó nacer”. La definición es del poeta y prócer cubano José Martí.
En Chile, esa humanidad se despliega en la solidaridad ante la catástrofe, en campañas de bien común y en eventos que nos unen con orgullo, como pasó con los Panamericanos. También nos ha permitido tener una sola voz en asuntos de Estado, como los últimos diferendos con Bolivia y Perú.
Estas semanas tuvimos otra vez un conflicto en la frontera. Chile reclamó a Argentina por la instalación de paneles solares en nuestro territorio, en la Tierra del Fuego. El embajador argentino intentó cancherear: dijo que serían removidos “en el verano”.
Entonces, Chile subió el tono. El presidente Boric habló con su colega Milei, le exigió públicamente que el retiro se hiciera “en el plazo más breve posible” y advirtió que “si no, lo vamos a hacer nosotros”. Tras este ultimátum, Argentina cambió su actitud y la construcción fue desmantelada.
Hay que entender el contexto de este “error”. Según el Tratado de 1881, el control del estrecho de Magallanes es exclusivamente chileno. Sin embargo, en los últimos años Argentina ha expresado “su pretensión de tener una coadministración, dándole al estrecho un tratamiento de espacio compartido”, según señala el abogado experto en derecho antártico Luis Valentín Ferrada.
Por eso, el reforzamiento de este “Puesto de Vigilancia y Tránsito Marítimo Hito 1″, justo en la frontera, para Ferrada marca “una pretensión argentina ilegítima sobre el estrecho”, por lo que, aunque los paneles se retiren, “el problema de fondo sigue ahí”.
Más contexto: en los últimos años, ambos países han intercambiado protestas por la delimitación de la plataforma continental, que influye en nuestros reclamos superpuestos sobre el territorio antártico. En abril, el Presidente Milei reavivó esa controversia al anunciar una base naval conjunta con Estados Unidos en Ushuaia, en Tierra del Fuego, como una “puerta de acceso” que, según dijo, “nos avala el reclamo sobre la Antártida”.
Lo desconcertante es que este conflicto fue recibido con completo silencio por ciertos autodenominados “patriotas”. En esas horas de tensión, no hubo respaldo público desde ese sector a la posición del Estado chileno.
Entre los intereses de Chile y la fascinación con Milei, parece que para algunos patriotas pesó más lo segundo.
Es que, cuando se rasca la superficie, la prédica patriótica suele develarse como un delgado barniz, que oculta agendas muy diferentes a la defensa de esta “porción de la humanidad” de la que hablaba Martí.
Bajo el rótulo de “patriotas”, agitadores callejeros, dirigentes políticos y parlamentarios se presentan como luchadores contra una “élite globalista”, a la que acusan de las más intrincadas conspiraciones, en una espesa cazuela que mezcla marxismo, pedofilia, crisis climática, educación sexual, derechos humanos, feminismo y derechos de minorías.
Es un “patriotismo” pródigo en mentiras y ataques contra sus propios compatriotas. Ellos son los “verdaderos chilenos”. Los otros -feministas, científicos, académicos, activistas de minorías sexuales o de derechos humanos-, son “globalistas”.
Este supuesto antiglobalismo, paradójicamente, es global: está sostenido por una densa red de millonarias organizaciones internacionales que financian campañas y políticos para influir en la agenda de los países.
Entre ellas están el Population Research Institute, que, según ha indagado Ciper, está detrás de la organización en Chile y otros países de campañas “contra la dictadura de género”, como el “bus de la libertad” o “con mis hijos no te metas”.
Otra es la Alliance Defending Freedom (ADF), con tupidos vínculos con políticos chilenos, que financia acciones legales contra la igualdad de las parejas del mismo sexo, el aborto y los métodos anticonceptivos, y que pagó pasajes y estadía para un viaje de José Antonio Kast a su “ADF Academy” en Maui, Hawái.
Kast, quien mantuvo silencio durante la crisis en Tierra del Fuego, se mueve por todo el mundo en estos círculos. En las últimas semanas asistió a una cumbre organizada por Vox en España, donde esa audiencia extranjera celebró sus epítetos contra el Presidente chileno; y a la última reunión de la Conservative Political Action Conference, en Hungría.
Ese país es también uno de los epicentros de la Political Network for Values (PNfV), cuyo presidente es Kast. Sucedió en el cargo a Katalin Novák, expresidenta de Hungría, quien debió renunciar a la jefatura de Estado tras saberse que había indultado al directivo de un hogar de menores, condenado por encubrir abusos sexuales contra niños.
Mientras, el “Team Patriota” se autodefine como “un Movimiento Patriota que lucha por Hacer Chile Grande Nuevamente” y se presenta en redes sociales con el hashtag #Trump2024, seguido por banderas de Estados Unidos y Chile.
Pero la nueva estrella del sector es Javier Milei, dedicado a recolectar ovaciones de los activistas ultras; esta semana volvió a Europa para aceptar varias medallas y emocionarse hasta las lágrimas ver un gigantesco retrato de sí mismo.
Milei conduce una política exterior mesiánica, encendiendo querellas personales por doquier: sus insultos ya han cortado relaciones con España y Colombia, y abierto conflictos con Brasil y México.
En esos países, los grupos ultras con que se codean los patriotas chilenos celebran los insultos de Milei hacia sus compatriotas, posicionándose contra los esfuerzos diplomáticos de sus propios países. La diplomacia se convierte así en un brazo de la ideología, y las razones de Estado quedan en segundo plano ante las necesidades sicológicas personales de estos presidentes-profetas.
Son aguas turbulentas para Chile, que en las últimas décadas ha apostado por el multilateralismo, las instituciones, el respeto al derecho internacional y la mantención de políticas de Estado de largo plazo. Algo que solo es posible con unidad en temas internacionales, sin distinción de izquierdas y derechas.
Por eso, el silencio “patriota” de estos días resulta tan ominoso.