En fin, febrero no fue un mes muy favorable para la lectura y la reflexión, al menos para el grupo dirigente de gobierno. Los incendios han sido voraces, dantescos y destructivos, una gran catástrofe de esas que tienen lugar de tanto en tanto durante los veranos chilenos.

Algunas vacaciones quedaron en suspenso, tuvieron que aplazarse para más tarde. En mi experiencia de años atrás, las vacaciones solían ser muy cortas para quienes tenían altas responsabilidades de gobierno, se realizaban en lugares cercanos que permitían una fácil reversibilidad. Pero esa virtud republicana no parece ser la regla en tiempos de la nueva moral.

Hizo bien el presidente Boric en tener el buen reflejo de suspender sus vacaciones, ello dio una imagen de responsabilidad que fue apreciada por la ciudadanía.

Parecería que lo peor ya ha pasado y el país, como en ocasiones anteriores ha mostrado lo mejor de sí mismo.

Los bomberos en primer lugar, las brigadas contra el fuego, públicas y privadas, las Fuerzas Armadas y de Orden, las autoridades locales y los funcionarios públicos, empresarios y trabajadores, vecinos y ciudadanos arropados por la ayuda internacional han mostrado que el país sigue teniendo una capacidad de resiliencia frente a la adversidad y una generosidad de espíritu que se echa de menos en tiempos normales .

Es claro que la prevención estuvo lejos de ser perfecta, también es claro que las causas de los incendios no han sido fenómenos solamente naturales. Hubo un porcentaje considerable de participación humana, ya sea por razones dolosas o por negligencia. Ambas son graves y no es bueno soslayarlas. La autoridad tiene el deber de hacer una investigación acuciosa y determinar la magnitud del componente delictual e incluso político-delictual que ha existido.

El esfuerzo deberá concentrarse ahora en la reconstrucción de lo devastado, con realismo y aplicación. Lo peor es hacer promesas en el aire que pudieran transformarse en algunos meses en frustraciones dolorosas. Es necesario ejercer la crítica, pero también mostrar prudencia en el análisis de lo sucedido. Chile ha mostrado una capacidad de respuesta muy superior a la que se tiene en otras latitudes frente a hecatombes comparables.

Hay, sin embargo, personas que cuando no tropiezan al entrar lo hacen al salir. Es lo que le sucedió al Presidente. Justo cuando parecía crearse un espacio propicio para un impulso unitario que tanto el país necesita, él no pudo resistirse y al ser interrogado sobre las causas del siniestro, echó mano a su catecismo refundacional y las emprendió, en medio del humo, contra las empresa forestales.

Ni corto ni perezoso su ministro de Agricultura saltó alegremente sobre la ocasión, remachando, con argumentos aproximativos esa posición, pero coronándola además con la idea de un royalty. Como era de esperar, se armó la “la tole,tole” curiosa expresión que retrata una gresca de proporciones y que tiene su origen en la expresión “tolle,tolle” (Sácalo, sácalo) que le gritaban a Poncio Pilatos los manifestantes contrarios a Jesús el día de su juicio, de acuerdo a la traducción latina del Nuevo Testamento.

Gran desatino entonces.

Tuvo que salir la Ministra del Interior, como ya es habitual, a remendar la conducción política y a explicarle al ministro de marras lo que es un royalty. Se rompió, o al menos se trizó la unidad de propósitos que se había apenas insinuado.

Es evidente que las medidas de prevención de los mega incendios en el centro sur del país deberán ser reexaminadas a la luz de esta tragedia. Las medidas de regulación deberán poner en el centro la protección de los asentamientos humanos en las zonas vecinas a la explotación forestal, teniendo siempre presente que ella es una industria importante para la economía nacional y que es necesario conjugar el bien principal de la protección de la vida humana con el esfuerzo de desarrollo.

Dirigir un país de manera responsable es fruto de una reflexión constante y no de impulsos peleones. Como no comprender que Chile estará sumamente presionado económica y socialmente este año y los que siguen, aun cuando la situación económica mundial continúe mostrando algunas mejorías que nos ayudarán.

Como no darse cuenta de la fuerte oposición de la ciudadanía al proyecto refundacional que se cristalizó en el texto impresentable de una Convención disparatada el pasado 4 de septiembre.

Como no entender que las necesarias reformas tributarias y de pensiones exigirán un esfuerzos por lograr acuerdos, mas no sea porque ninguna fuerza política posee una amplia mayoría.

Como no inferir que combatir la criminalidad organizada requerirá de esfuerzos claramente supra partidarios.

Lo que está en juego hoy no son los alicaídos ensueños refundacionales, sino el peligro de que el país cambie para peor, que nuestros indicadores económicos y sociales se estanquen o decaigan, que nuestra convivencia se vuelva más áspera. No es solo un peligro de decadencia política, social y económica, es también el peligro de una decadencia de nuestra cultura cívica.

No podemos acostumbrarnos a pensar que nuestro sistema educacional seguirá sin mejorar y que las actividades culturales de calidad continuarán decreciendo, que nuestro lenguaje será cada vez más pobre y que si no existiera un uso repetitivo y abusivo de los garabatos nuestras conversaciones serían muy cortas , con largos silencios incluso en los ministerios.

Tampoco podemos pensar que es normal que las reacciones irritadas y el insulto fácil tengan una presencia tan exagerada en la convivencia citadina o habituarnos a que la lectura para muchos jóvenes sea una actividad extraña, casi una rareza.

Tampoco podemos acostumbrarnos a que todo lo que se pinta, incluídos los murales, se vuelva a rayar y que la realidad cochambrosa de nuestros centros históricos nos resulte indiferente, que grafiteros sin talento, buscando marcar una identidad desangelada, arruinen nuestras ciudades.

Por ese camino el atractivo de Chile quedará refugiado solo en el paisaje, mientras la obra humana se volverá cada vez más ruinosa. Las veredas serán un puro comercio de origen oscuro, y los parques sedes del renacimiento de los campamentos que nuestras políticas públicas son incapaces de resolver

Claro, surge la pregunta ¿Cómo invertir el rumbo? La respuesta en su totalidad es larga y compleja, pero el paso inicial no lo es . Se trata de un esfuerzo colegiado, plural, que no convierta la adversariedad en un muro infranqueable a los acuerdos básico de cooperación que toda sociedad requiere para avanzar.

Se trata de abrirse a la esperanza de una convivencia de una calidad más alta que impida que nuestro ethos ciudadano sea invadido por el deterioro, la inseguridad y la barbarie.