Columna de Ernesto Ottone: Quince días

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Solo quedan 15 días para la primera vuelta de las elecciones presidenciales y todo parece indicar que esa noche habrá un ganador únicamente parcial. Quien ocupará la Presidencia de la República se sabrá solamente en la segunda vuelta.

Es bastante alto el número de personas que no saben por quién votarán y es muy difícil saber cuántas personas concurrirán a las urnas. Sería sorprendente que ese número superara significativamente la baja cantidad de votantes que ha caracterizado los últimos períodos electorales.

No sabemos, en consecuencia, si los resultados que surgen de las encuestas acertarán. Cuando ellas no aciertan, no siempre se debe a que dichas encuestas están manipuladas o sean metodológicamente de mala calidad, más bien se debe a la volatilidad del voto, característica de nuestros tiempos.

Son relativamente reducidos los núcleos de votantes dotados de convicciones duraderas, de cálculos racionales o de pensamiento reflexivo. Lo que predomina ampliamente son los sentimientos, las emociones, las identificaciones con los discursos de los candidatos, la percepción de la empatía y otros aspectos de la personalidad del candidato. También las decisiones tienen que ver con broncas, rabias, resentimientos, miedos o pulsaciones muy primarias, admirativas o repulsivas

Como los sentimientos suelen ser inestables, basta una información verdadera o falsa sobre un candidato o un desatino a los ojos del votante para que la ilusión de éste se transforme en desencanto y se refugie en la indiferencia o en la búsqueda de virtudes en otro candidato.

Dura ha de ser la vida de sus equipos asesores para encontrar las estrategias adecuadas para que esos desencantos no hundan a un candidato.

Si no son las adecuadas, pueden incluso empeorar las cosas, como le sucedió al alcalde de Molina en tiempos de la Unidad Popular, quien frente a una huelga de los comerciantes establecidos, los metió a todos presos, creando un escándalo nacional.

“Es un buen compañero -dijo entonces el secretario general del Partido Comunista, don Lucho Corvalán–, lo que pasa es que el compañero por hacerlo mejor lo hizo peor”.

La tienen muy difícil los pobres candidatos y candidata, pues nadan en aguas turbias y procelosas.

Quienes se ubican en la derecha, quiéranlo o no, vienen de estar en el gobierno por cuatro años y no les ha ido bien, claro que les tocó duro, entre estallido social y pandemia, pero esta última les permitió quizás la única gestión exitosa; no reconocerlo es una actitud mezquina de la oposición.

El resto fue malito, el Presidente parece que va a concluir con una alta reprobación y en parte como fruto de su desprolijidad proverbial, quizás con una acusación constitucional que no le hace ningún bien a nuestra estabilidad democrática.

Llevan, además, dos candidatos, en un comienzo parecía una estrategia perfecta, uno era corrido al centro, como plato principal, acompañado de un aderezo muy conservador para los paladares más tradicionales. Con el tiempo esos paladares se multiplicaron y los comensales se volcaron a los aderezos, dejando mustio y frío al plato principal. En tiempos tan revueltos y con una izquierda radical fortalecida, el votante de derecha parece querer mano dura, sin pensar que lo que se requiere es liderazgo democrático sereno y prestigioso. La tal mano dura puede producir una inestabilidad mayor aún.

Los que se ubican en la izquierda radical presentan una alianza unida para alcanzar el gobierno y eso les da una ventaja. Lo que tienen menos unidas y más deshilachadas son las ideas y la amistad entre sus componentes.

El actual candidato ganó con comodidad las elecciones primarias, pero su contendor no solo quedó triste, quedó enojado; el hombre se había hecho cachirulos y a los comunistas se les nota a la legua que piensan que los que saben de política son ellos y les cuesta caminar como príncipe consorte dos pasos atrás del ungido. Sobre todo porque éste tropieza a menudo, se contradice, no sabe la letra de las canciones que entona, apenas conoce el estribillo y si algo necesita demostrar es capacidad de gobierno y claridad en las ideas.

Si resulta elegido, al igual que cualquiera, tendrá un Parlamento muy variopinto, un enredo con la Convención y, en su caso, una derecha muy herida y ¡sorpresa! Una oposición a su izquierda, la que conforma la izquierda de la violencia, aquella que algunos intelectuales explican de manera mentecata sus conductas bárbaras como necesidades históricas.

Me refiero a los destructores de las ciudades, de los comercios, del transporte, a los que incendian y disparan en nombre de una histeria identitaria.

Piensan que están refundando algo nuevo, mientras repiten el decimonónico “Catecismo revolucionario”, de Bakunin y Nechaiev, quienes decían: “Nuestra tarea es simplemente la destrucción, terrible, completa, universal y despiadada; y para alcanzar el objetivo debemos unirnos no solo con los elementos recalcitrantes de las masas, sino también con el mundo de los bandidos, los únicos revolucionarios auténticos de Rusia”.

Entremedio, y a medio andar, compite con aplicación la candidata de centroizquierda, quien tiene el problema de haber acumulado muchos actos y dichos que debilitan su representación de quienes abogan por cambios graduales y sólidos.

Los demás candidatos son parte de una coreografía de alto colorido, pero sin destino, cuya razón de existir es necesario buscarla en los testimonios doctrinarios y en operaciones comunicacionales personalizadas carentes de nobleza política.

Este cuadro explica que la campaña se haya desarrollado en tono menor, que los debates no llamen al entusiasmo, que se vieran más trampas y astucias que ideas, que las franjas televisivas tengan más efectos que propuestas.

Mientras tanto, los candidatos a parlamentarios dejaron en su gran mayoría reposar sus convicciones, abrazando causas que les pueden reportar ganancias en sus nichos electorales.

Sobre la Convención Constitucional mantengamos por ahora un circunspecto silencio en espera de eventuales mejorías.

¿Vendrán tiempos mejores?

Difícil imaginarlos, cuando tenemos una economía drogada por retiros y bonos, la fortaleza institucional debilitada y la convivencia democrática alterada.

La capacidad de lograr acuerdos en torno a reformas graduales, que es la única forma probada de progresar en Occidente, después de las experiencias revolucionarias fracasadas del siglo XX, no logra abrirse paso entre los opuestos extremismos.

Ojalá las voces de mayor reflexividad y cordura sean capaces de alcanzar un mayor radio de influencia para lograr levantar propuestas de combinen liderazgo democrático, progreso con justicia social y mayor serenidad en la convivencia democrática.

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