Columna de Héctor Soto: Choque de trenes

José Antonio Kast inscribe su candidatura a la Presidencia


El ascenso de José Antonio Kast en las encuestas tiene varias implicaciones y alcances. Al margen de ser un premio a la convicción y al control de la ansiedad que tiene el candidato, lo cual le permite mantenerse sereno y con la cabeza fría incluso en los momentos más álgidos de los debates, este es otro paso más en la ruta a la polarización definitiva del país. Si bien las dinámicas en esta dirección estaban operando desde hace años, la cátedra ha recibido con una mezcla de sorpresa y consternación el destape de Kast, entre otras cosas porque, en algún sentido, se levanta a partir del fracaso político de Sebastián Piñera y del consiguiente rechazo a la tibieza de su gobierno. Kast no es más de lo mismo. Más bien es un decidido regreso a los principios, valores y prácticas de la derecha más ortodoxa.

El mismo país que durante años se acostumbró al desarrollo de una izquierda cada vez más radicalizada y extrema -primero entre los jóvenes de la educación media, después en las universidades, enseguida en las poblaciones, luego en los movimientos sociales y ahora también en la Convención Constitucional- mira ahora con caracteres de escándalo que un candidato a la derecha del actual oficialismo haya entrado a las primeras posiciones en los estudios de opinión. Se trata de una reacción quizás comprensible, pero también injustificada, porque ambos aspectos están correlacionados. Kast no tendría ni la mitad de la convocatoria que está teniendo si el discurso y la praxis política de la izquierda más dura no hubiesen capturado, con la facilidad que lo hicieron durante el actual gobierno, tanto el imaginario como la iniciativa del arco político que históricamente tributó a la socialdemocracia y al humanismo cristiano. Así las cosas, era difícil que los equilibrios no se alteraran. La polarización nunca juega para un solo lado. El verdadero drama comienza cuando juega para los dos, porque a partir de ese momento no solo se crispa el ambiente. También los acuerdos se hacen más difíciles y los desencuentros más inevitables, que es precisamente en lo que estamos ahora.

Visto a la distancia, son estas dinámicas, y no tanto los errores que pudo haber cometido, el factor que terminó arrinconando la candidatura de Sebastián Sichel. Sí, se equivocó al no transparentar oportunamente que había realizado el primer retiro. Sí, sobredimensionó el hecho de ser independiente y descuidó la relación con los partidos. También es cierto que no tuvo un gran desempeño en sus dos primeros debates: muchas palabras y poca claridad en los conceptos con que quería ser identificado. Y a lo mejor no fue de lo más comedido cuando les dijo a los parlamentarios de su sector que los iba a estar vigilando. Pero, de ahí en adelante, no es efectivo que haya perdido el foco y, sin embargo, su candidatura ha seguido perdiendo aire. ¿Lo pierde por su culpa, lo pierde porque la gente lo conecta a la gestión de un gobierno impopular o lo pierde porque, además de no definirse como un candidato de derecha, en el actual escenario político es cada vez más improbable que encuentren cabida posiciones moderadas como la suya?

Hasta aquí, querámoslo o no, todo indica que en Chile vamos a un choque de trenes en segunda vuelta. Esa experiencia ya la vivió Estados Unidos con Trump, Brasil con Bolsonaro y Perú con Pedro Castillo. La radicalización y una creciente desconfianza, por lado y lado, en los mecanismos de la democracia liberal están en el aire. El mundo entero no veía nada parecido a esto desde los años 30 del siglo pasado, cuando medio mundo, con la sola excepción de Inglaterra y Estados Unidos, sucumbió al hechizo de los totalitarismos, de los populismos o de los cuarteles.

No es sano sucumbir en estos momentos al pesimismo. La suerte no está echada, porque restan todavía cuatro semanas de campaña y las dos candidaturas más de centro -la de Sichel por un lado y la de Provoste por el otro- eventualmente aún tienen cartas por jugar. Sin embargo, el cerco se ha ido estrechando. Es más: instalada ya la dinámica polarizadora, resulta complicado detenerla, porque, aun sin mediar una especial mala fe de parte de los candidatos, bastan las sospechas y las fake news de sus prosélitos para seguir retroalimentándola.

En momentos en que todo tiene significación política, es evidente que lo ocurrido en el segundo aniversario del 18 de octubre movió las agujas, aunque no en la dirección que quisieron marcar las turbas que salieron a manifestarse con altanería y violencia el lunes pasado. El reventón no hizo otra cosa que inducir a mucha gente a revaluar su simpatía y apoyo a las manifestaciones de descontento. Es posible que el gran ganador de la jornada haya sido Kast y que su discurso de la ley y el orden haya comenzado a penetrar en círculos que hasta aquí lo rechazaban de plano. Es raro lo que ocurrió ese día. Por lo visto, todo lo que el Frente Amplio se contuvo, al menos en términos oficiales, en el caso del PC y de diversos movimientos ciudadanos se tradujo en euforia descontrolada. Los comunistas siempre han reconocido tener un pie en la vía institucional y otro en la calle, y hasta aquí, en el contexto de la oposición a Piñera, eso era gratis. Ahora, cuando ya estamos muy encima de la primera vuelta, semejante duplicidad comienza a tener costos y Gabriel Boric no es el único que lo sabe.

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