Columna de Héctor Soto: Ser, estar, encarnar
Lo curioso y contraintuitivo es que tras las protestas de octubre del 2019 la centroderecha hoy está en principio en mejor posición que la izquierda y la centroizquierda para enfrentar lo que viene. Es cierto que el sector no vio lo que venía. Pero al final se equivocó menos que la izquierda, que vivió esas jornadas como el inicio de un apocalipsis que nunca fue.
Si hay un sector que debería estar inmunizado contra el mito adolescente de la hoja en blanco y del cambiar incluso de identidad, esa es la centroderecha. Y no solo porque en su interior la densidad de conservadurismo es quizás superior que en otros lados -lo cual implica un cierto respeto a las legalidades del tiempo-, sino también porque en sus dominios los proyectos refundacionales han sido recurrentes fracasos.
La derecha, por lo mismo, lo haría mejor reconociendo sus actuales potencialidades y límites que pasándose películas sobre lo que podría o debería llegar a ser en términos ideales. Su primer desafío es ser lo que es. El segundo es estar. Tercero, encarnar sus valores y proyectos.
Tratándose de un sector que cree en el equilibrio entre la libertad, la equidad y el orden, entre lo que es bueno para el individuo y también para la colectividad, entre lo que es ideal y lo que es posible, la derecha chilena purgó durante dos décadas y cuatro gobiernos concertacionistas el apoyo que le brindó a la dictadura. Pudo volver al gobierno solo el año 2010 y únicamente gracias a que lo hizo detrás de un candidato que votó por el No. No obstante haber estado por 20 años más marginada del gobierno que del poder, el tiempo no pasó en vano y poco a poco la capilaridad de los partidos del sector -primero en RN, pero después también en la UDI- se fue abriendo a la idea de que la única manera de calificar en la política era por los votos. Fue un hallazgo importante, porque hasta ese momento la fe descansaba básicamente en las operaciones de facto que pudieran tejerse tras bambalinas para capturar el poder.
A la derecha le costó desprenderse de la política fáctica, entre otras cosas porque la propia Constitución del 80, con su silencio respecto del financiamiento de las campañas políticas, con la comodidad de las leyes de quórum calificado y con las restricciones a la competencia electoral del binominalismo le ofrecieron buenos espacios de refugio y descanso. Es más: durante un buen tiempo los cuadros más pragmáticos del sector concluyeron que era mejor que gobernara la centroizquierda con los debidos contrapesos políticos en el Parlamento y económicos en el mundo empresarial. De hecho, esa fue la fórmula que primó durante la primera etapa de la transición, hasta que Lavín, sí, el mismo de ahora, le abrió los ojos a su sector para convencerlo de que era posible aspirar al gobierno si la derecha era capaz de traspasar sus límites históricos proyectándose al electorado más moderado y de centro.
Como se sabe, no fue Lavín quien llevó a cabo ese proyecto. Fue Piñera. Sin embargo, no fue eso lo que rompió la conexión de la derecha con la política fáctica. Fue más bien la evolución del proceso político que fue imponiendo gradualmente niveles superiores de transparencia y estándares de asepsia en la relación entre política y negocios que sanearon muchas de las antiguas prácticas. En este plano, en el de la incidencia del dinero en la política, nadie tiene derecho a poner los ojos en blanco. La política, tanto en la izquierda como en la derecha, vino a independizarse realmente del dinero el día en que el Estado comenzó a inyectar cuantiosos recursos públicos a los partidos. Fue esto lo que con mayor o menor éxito terminaría por blanquear el sistema, no hacia atrás, puesto que la historia sigue siendo turbia, aunque sí hacia el porvenir.
Una vez que la derecha aceptó que podía ser mayoría, como lo ha sido, el sector está llamado a dar un paso más allá. Ahora tiene que ganar la mayoría, aunque sin los apoyos y resguardos que contempló el modelo de democracia protegida concebido por Jaime Guzmán en la Constitución del 80. ¿Podrá la derecha sobrevivir a esta Carta Fundamental en sus descuentos? ¿Será capaz de abrirse a una nueva Constitución, donde posiblemente los quórum legislativos serán más bajos, donde las facultades del Tribunal Constitucional serán recortadas y donde hasta el derecho de propiedad tendrá que tributar a la lógica de la mitad más uno, y no a mayorías excepcionales como los 3/5 o los 2/3? En otras palabras, ¿se podrá acostumbrar a un medioambiente político donde nada esté regalado, donde todo esté más en riesgo, donde la mayoría tenga que ser conseguida todos los días y donde las razones para gobernar tengan que ser entendidas no solo por una tecnocracia ilustrada, sino también por una ciudadanía cada vez más desconfiada y díscola? ¿Aguantará la derecha esos ventarrones o seguirá siendo tan miedosa y timorata como lo fue en octubre del 2019, cuando las revueltas la pillaron pajareando y se aterró?
En este sentido, la derecha va a tener que operar en contextos mucho más políticos de lo que fueron sus canchas hasta ahora. Es algo que los partidos del sector han estado internalizando en los últimos meses. Algo. El solo listado de sus precandidatos presidenciales tiene un fuerte sesgo político. Aquí no hay ningún Büchi, ningún liderazgo mandado a hacer por las élites y ningún tecnócrata conectado a ciencias o saberes más o menos ocultos. Es toda gente con calle que sabe que la política consiste en conectar antes con las verdades de la emoción que con las de la razón. ¿Populismo? Sí, algo de eso puede haber y es un peligro que sus dirigentes tendrán que saber controlar. Pero son las reglas del juego del Chile actual. Es un riesgo, pero quien no se arriesgue jamás cruzará el río.
De momento, no tiene mucho sentido preguntar quién será finalmente el o la elegida. De poco le servirá a la derecha elegir al próximo presidente si antes es derrotada en la convención constituyente. Nadie debería perderse en el orden de prioridades. Ya habrá tiempo para establecer si es el momento de Desbordes y su derecha un tanto peronista, o la de Lavín, con la suya de moretones socialdemócratas, o la deMatthei, versión más ortodoxa, aunque también sensible a los temas urbanos y de inclusión social, o la de Sichel, embalada en ideales meritocráticos que han conmovido siempre al sector. Todos podrían ser. Habrá que ver también cuánta competitividad tiene cada cual.
Lo curioso y contraintuitivo es que tras las protestas de octubre del 2019 la centroderecha hoy está en principio en mejor posición que la izquierda y la centroizquierda para enfrentar lo que viene. Es cierto que el sector no vio lo que venía. Pero al final se equivocó menos que la izquierda, que vivió esas jornadas como el inicio de un apocalipsis que nunca fue. ¿Será preferible ser miope que alucinado?
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