Nos guste o no, hay tres dimensiones que una Copa del Mundo trae siempre aparejadas: la deportiva, la política y la humana, elementos que pueden entrelazarse en proporciones variables.
Si solo contara lo deportivo, al final ganaría siempre el mejor equipo: la Hungría de Puskás habría vencido a Alemania Federal en 1954, la Holanda de Cruyff a la misma Alemania en 1974, la Francia de Zidane a Italia en 2006, y el Brasil de Telê Santana habría ganado los mundiales de 1982 y 1986, con lo que tendría ya siete estrellas, y quizás ocho si se cuenta la final de 1950 perdida ante Uruguay (pero no tengo edad suficiente para juzgar).
En cuanto a la carga política de ciertos partidos legendarios, casi no hace falta insistir en ella: sin volver siquiera al famoso El Salvador-Honduras de 1969, que desencadenó la Guerra de las Cien Horas, la Argentina de Maradona contra la Inglaterra de Thatcher post Malvinas, en 1986, es suficiente para entender de qué estamos hablando. Estoy seguro de que en América andina Perú-Bolivia, Bolivia-Chile o Chile-Perú valen la pena por sí mismos, pero también generan una emoción especial que excede lo deportivo. A este nivel, el Mundial de Qatar también ha tenido su cuota de partidos cargados de símbolos geopolíticos: Estados Unidos-Irán, Marruecos-España (si nos remontamos al siglo XV, pero sabemos que a los futboleros les encanta la historia...), Francia-Marruecos... Dicho esto, el trasfondo político, aunque siempre es sabroso para los comentaristas y ayuda a exacerbar el contexto emocional, generalmente tiene poca influencia en el resultado (no fue el espíritu de revancha lo que hizo que Argentina le ganara a Inglaterra en 1986, ni siquiera la mano de Dios, a menos que se considere que Maradona era realmente Dios).
No pasa lo mismo con el factor humano, y quizás sea este el que ofrezca la mejor clave para entender cómo llegó Francia a la final de hoy. Porque decir que este recorrido ha sido sorpresivo es quedarse corto: sin algunos de sus mejores jugadores, eliminada por Suiza en octavos de final en la Eurocopa el año pasado, derrotada dos veces por Dinamarca en los últimos seis meses, Francia comenzó esta competencia con la perspectiva de un fiasco rotundo, comparable al de 2002, cuando la lesión de Zidane nos hizo perder en la primera ronda (también contra Dinamarca, que por un ardid de la historia se encontró de nuevo en nuestro grupo en Qatar).
Básicamente, el enigma podría resumirse así: ¿cómo llegó Francia a la final sin su Balón de Oro, sin el mejor jugador del año? O, para decirlo de otra manera: ¿por qué el equipo de Francia es mejor sin Karim Benzema?
Porque esta última observación, por sorprendente que parezca, no admite discusión. Con Benzema, Francia fue cuartofinalista en la Copa del Mundo 2014 y octavofinalista en la Eurocopa 2021. Sin Benzema, fue finalista en la Eurocopa 2016, campeón del mundo en 2018. Con Benzema, este año: dos derrotas ante Dinamarca. Sin Benzema, en Qatar: victoria ante Dinamarca por 2-1 (dos goles de Mbappé). Hay algo que claramente huele a podrido en el reino del Balón de Oro 2022, pero ¿qué es?
Por supuesto, esto no puede verse como un problema estrictamente deportivo, ya que el talento de Benzema es innegable y sus actuaciones, tanto en el Real Madrid como desde su regreso a la selección, el año pasado, han sido brillantes. De ahí que algunos hayan querido ver acá un síntoma político: el equipo nacional de Francia, a semejanza de la sociedad francesa, se estaría viendo socavado por divisiones político-étnicas y fracturado entre partidarios de Karim Benzema, un musulmán de origen argelino, y Olivier Giroud, su competidor en ataque, alguien con menos talento, pero blanco y católico fervoroso. Si bien esta hipótesis se ve desmentida por el aura casi divina que sigue portando Zidane -nuestro propio Maradona, cuyos orígenes cabilios nunca han mermado la adoración que todo un pueblo le profesa, el hecho es que hay algo problemático que efectivamente ha cristalizado alrededor de Giroud y Benzema.
Es cierto que los comentaristas deportivos, por años, no han dejado de enfrentar a los dos jugadores, pero solo con criterios deportivos, prefiriendo a Benzema y juzgando a Giroud trabajador, de poca participación en el juego y menos decisivo (Francia había ganado su título en 2018 sin que él hiciera un solo gol). Incluso si los cuatro tantos que ya lleva en Qatar -y que lo convirtieron en máximo goleador en la historia de la selección- los obligan hoy a matizar un poco su apreciación, los periodistas no se rinden: Benzema es mucho mejor jugador que Giroud. Y tienen razón. Pero esta legítima admiración por el desempeño los enceguece completamente respecto de otro criterio, igualmente decisivo.
En el fútbol se habla todo el tiempo de “valores”: tal club, tal equipo, defiende “valores”, juega y gana con sus “valores”, sin especificarse nunca de qué estamos hablando. ¿Cuáles son estos misteriosos “valores” y cómo harían posible ganar? Tras darle muchas vueltas al asunto, solo pude encontrar dos: combatividad, que es lo menos que puede tenerse si se quiere ser competitivo en un deporte de alto nivel, y solidaridad. En este punto, estoy de acuerdo: en un deporte de equipo la solidaridad puede ser útil. Y he ahí, precisamente, un rasgo que Benzema nunca ha lucido mucho.
Hace seis años, la carrera de Benzema con la selección francesa se vio interrumpida por uno de los más impensados episodios extradeportivos. Uno de sus compañeros en la selección francesa, Mathieu Valbuena, fue víctima de un chantaje escabroso: individuos con acceso a su teléfono le habían robado un video de índole sexual y exigieron una gran suma de dinero para no revelar su contenido. Ahora bien, resulta que Benzema aceptó jugar el rol de intermediario. Sin embargo, hubo escuchas telefónicas que revelaron que estuvo claramente del lado de los chantajistas. Se le pudo escuchar burlándose y profiriendo insultos hacia su compañero, razón por la cual estuvo excluido del equipo nacional por más de cinco años. Durante ese período, tuvo la oportunidad de dar su opinión sobre su reemplazante, Olivier Giroud, respecto de quien se despachó una declaración que se haría famosa: “No se puede comparar un auto de Fórmula 1 [él mismo] con un go-kart [Giroud]”.
Los mismos comentaristas deportivos que aplaudieron el regreso de Benzema a la selección el año pasado, y a quienes preocupó su retiro por lesión antes de iniciarse el Mundial, se sorprendieron ahora con los ecos que les llegaron internamente: el ambiente dentro del camarín sería mejor desde su partida. Ni por un segundo parecen haber hecho unas simples consideraciones: que te insulte un compañero de equipo a través de los medios puede dañar la atmósfera del grupo, por un lado; y por otro, los jugadores bien pueden haber querido dejar sus teléfonos tirados, por ahí, sin tener que preocuparse de sus videos sexuales.
** Laurent Binet (París, 1972) es autor de las novelas HHhH, La séptima función del lenguaje y Civilizaciones.