Ando preocupado del lenguaje, de lo que oigo y leo. A veces miro televisión y escucho radio en el mismo plan: interés por las palabras o por cómo la realidad repercute en el idioma. Con el tiempo me doy cuenta de que aquello que no se menciona es fundamental, sobre todo, cuando las omisiones se reiteran. Formas de expresarse comunes dejan de serlo con rapidez. En la metamorfosis permanente del habla subyace el inconsciente. El psicoanálisis y la lingüística registran y examinan el olvido de ciertos conceptos. Sin afanes de especialista, anoto cuatro palabras que intuyo están en crisis, en tránsito. Su situación indica que son términos que irritan. Las indago en un intento por entender qué implican.

Escrúpulos: Escasean las dudas y abundan las certezas, al menos, eso se nota cuando escucho diálogos callejeros, pues suelen subrayar lo contundente de sus aseveraciones en el tono alto. Los escrúpulos son una forma de cautela, de inteligencia, que se ha esfumado.

Lo incuestionable aparece con la gente segura de lo que piensa. Es decir, los que no están dispuestos a dejarse convencer, a modificar sus preceptos. El crítico George Steiner señala que hay dos autores muy distintos a los que se les puede aplicar un mismo título: “Maestro del matiz y los escrúpulos”. Se refiere a Henry James y a Samuel Beckett. Une a estos escritores la ambigüedad, la falta de opiniones contundentes de sus protagonistas y la incertidumbre ante el devenir que narran. Lo siniestro siempre es una posibilidad que les impide profesar ilusiones. Que la realidad se atenga a nuestros diseños mentales es difícil. Mantener cierta aprensión frente a lo ominoso del entorno es un signo de inteligencia. La confianza excesiva revela una señal de fanatismo. Nadie escapa a las contradicciones. Solo los escrúpulos permiten ubicarse en un sitio distinto al que uno ha asumido como propio. Ayudan a entender la discrepancia, vislumbrar la fragilidad, obligan a revisar las aseveraciones tajantes, generan vergüenza y culpa por las acciones despiadadas.

Libertad: Es una palabra fuera del discurso político y no se pronuncia en televisión, salvo para referirse a la libertad de expresión. Muchos la reducen exclusivamente a la economía. Hay, sin duda, un equívoco al acotar la libertad. Es uno de los valores básicos para desarrollar la existencia en plenitud. Al estar su significado cargado de connotaciones negativas, que la oponen a la justicia, termina fuera del habla. El poder pasa por encima de ella, arrasa con el individuo. Nicanor Parra ejerció la libertad y le preocupó como asunto en sus textos. No le gustaba someterse y revisaba de forma continua sus ideas para no quedar sujeto a ellas. En Chistes para desorientar a la policía, dice: “Creo en un + allá / donde se cumplen todos los ideales / Amistad / Igualdad / Fraternidad / excepción hecha de la Libertad / ésa no se consigue en ninguna parte / somos esclavos x naturaleza”. Es sintomático que su figura esté ausente. Su insolencia excede la compostura imperante. El poema Ojo con el evangelio de hoy da cuenta de esta inquietud: “Todo está permitido / libertad absoluta de movimiento / claro que sin salirse de la jaula”.

Erotismo: La cultura dirigida a la familia ha eliminado el erotismo como tema, pues no es apto para niños. No se menciona la palabra por miedo a generar una confusión, a ser mal interpretado. Ha ido diluyéndose su valor social. Las películas para adultos desaparecieron de los cines y escasean en Netflix. La televisión restringe las relaciones humanas que implican mostrar el deseo. Las limita a consignas o a escenas de cama exiguas. La tirantez libidinal escasea, por no decir que fue ahuyentada.

El relato amoroso está siendo interrogado por las circunstancias políticas desde hace rato. Su metamorfosis está en pleno desarrollo. Que desaparezca una preocupación tan insoslayable de la esfera pública demuestra que está desplazándose, en fuga. Algo cruje y molesta, entonces mejor evitarlo. Siri Hustvedt instala un argumento difícil de impugnar sobre puritanismo que observa. En su ensayo Una súplica para Eros anota: “Cada persona está consciente del hecho de que el sentimiento sexual es distinto del afecto, incluso cuando a menudo conspiran, pero este hecho va en contra de los principios de los argumentos feministas clásicos”. Luego agrega: “Hay un aspecto difícil, pragmático sobre esto. No es políticamente correcto admitir que el placer sexual viene en todas las formas y tamaños, que las mujeres, como los hombres, a menudo se excitan con lo que parece tonto en el mejor caso y perverso en el peor”.

Es curioso que la pornografía y el sexo, en cambio, sí estén presentes en calidad de juegos a través de aplicaciones y videos. Son mencionados en la esfera de lo íntimo, asumen una categoría cercana a la recreación, a lo suntuario. El misterio desapareció o está oculto, y la trasgresión reside acotada en nichos vigilados. En el arte se puede ver este fenómeno. Hay pintores que están siendo cuestionados, incluso sacados de exposiciones, por su carga sexual.

Humor: La mordacidad, la ironía, el desparpajo, la irreverencia son formas del humor que están fuera de circulación. Causan molestia en vez de risa. Los dogmáticos consideran el humor una manera de ofender, de hacer bullying. Otros todavía lo consideran una manifestación de la inteligencia que no tiene límites, pero se quedan callados o no tienen espacios. En la literatura no goza de prestigio alguno. A lo más se deja pasar la socarronería. Los profesionales de la carcajadas están en problemas, sin pega o dando explicaciones por sus burlas hacia las minorías. Lina Meruane da en el punto con su texto Tontos graves: “La frecuencia con que en defensa del humor se pregona una literatura que deje atrás las torturadas novelas de nuestro pasado reciente, o los sesudos experimentos formales, o cierta gravedad literaria, para posibilitar la producción de unos libros más sensuales, ligeros, divertidos, que curen a la escritura chilena del mal histórico de la seriedad, contradice la noción de la literatura como acto de libertad creativa”. Después señala: “Que quede claro: el humor no está reñido con el pensamiento crítico”. Termina advirtiendo: “Habrá que preguntarse al servicio de quién se pone la prescrita gracia, la exigida ironía, la medicinal ligereza para evitar de esta forma que el humor se convierta en dogma literario. Me inquieta el uso del humor como método de limpieza de todo lo que huela a complicación”.

Confieso que para mí los escrúpulos, la libertad, el erotismo y el humor son inherentes de ciertos caracteres y talentos. En rigor, son incontrolables. Tal vez se puede reprimir, pero eso conlleva a que se cultiven por debajo, a la mala, de forma torcida.