Columna de Matías Rivas: Una modesta proposición: el libro y la lectura

Feria del Libro de Ñuñoa en imagen de archivo. Ahora regresa en versión pandemia, con mascarilla y aforo limitado.


Uno de los desafíos de mayor envergadura que tenemos como sociedad es salir del analfabetismo funcional que nos domina. Es un escollo para el desarrollo del país que a pesar de la educación egresen alumnos sin entender lo que leen. Los datos señalan que ni los ejecutivos ni los trabajadores son capaces de descifrar textos. La comprensión de lectura escasea en todos los ámbitos, incluyendo a los profesionales de éxito que solo conocen su especialidad.

Salvar esta situación es clave, permitiría cambiar el nivel cultural. Sin el hábito de leer es imposible avanzar hacia el conocimiento. Los colegios y universidades no son capaces de crearlo en sus alumnos. Entonces necesitamos con urgencia políticas públicas que ayuden a modificar la precaria relación con los libros de la ciudadanía.

Nadie puede negar los enormes esfuerzos de las bibliotecas y fundaciones que trabajan para mejorar el acceso a la lectura. Pero no son suficientes, los resultados están a la vista. Parte de la población no comprende las instrucciones que vienen en los productos que consumen. Miles firman contratos y todo tipo de papeles legales con absoluta inocencia, pues no entienden lo que en ellos se dice. De la ignorancia se aprovechan los delincuentes con chaqueta y corbata, y otros disfrazados de buena onda.

Werner Herzog hace poco estuvo promoviendo en Santiago la vuelta a los libros como una forma de sobrevivencia ante una ambiente opacado por la banalidad del mundo de las redes. Donde solo nos confirman los prejuicios para hacernos sentir inteligentes, en vez de generar intercambios inesperados e información no sesgada. Noam Chomsky también ha advertido sobre la posibilidad de atrofiar el pensamiento articulado si no leemos de manera constante.

Los que gozamos del placer de la lectura sabemos que estamos a resguardo de algunos percances. No nos aburrimos con facilidad y reconocemos nuestra voz interior, ésa que se oye al leer en silencio. Proust sostiene que la lectura nos ubica en el umbral de la vida interior; puede introducirnos en él, pero no lo constituye. Es un estímulo que ayuda a abandonar la pereza, que activa los circuitos sofisticados del cerebro, un ejercicio mental insuperable. Siri Hustvedt agrega: “Los libros están conformados por las palabras y los espacios que deja el escritor sobre la página y que el lector reinventa mediante la expresión de su propia realidad, para bien o para mal. Cuanto más leo, más cambio. Cuanto más variada es mi lectura, más capaz soy de percibir el mundo desde miles de perspectivas distintas. En mí habitan las voces de otros, muchos de ellos muertos hace ya mucho tiempo”.

Desde que en Chile se suprimió el ramo de Castellano, y se convirtió en Lenguaje y Comunicación, las cosas empezaron a empeorar. Se eliminaron muchos clásicos y los profesores están obligados a entregar información, pasar materia. Dentro de sus prioridades no está enseñar a los alumnos a disfrutar estéticamente de los textos. Es más, sospecho que con sus sueldos escasos no pueden comprar libros. Lo que es una vergüenza. Cómo vamos a tener niños con ganas de zambullirse en los libros si quienes los educan no pueden acceder a lo que se publica.

El tema fortalecer el habito lector es amplio y los problemas asociados son inmensos. Hay que comenzar por darle un lugar importante, simbólico: leer no puede ser una exclusividad de gente culta, sino una actividad normal, cotidiana, equivalente a ver una película en la casa. Así sucede en diversas partes, por ejemplo, en España, en Francia, en Noruega y Dinamarca. Tiempo atrás, hubo una campaña en Polonia que consistía en que no pagaban en el transporte público los que iban leyendo.

Joseph Brodsky en su ensayo Cómo leer un libro dice que la vida es finita por lo que hay que intentar escoger los títulos adecuados. Para lo cual habría que lograr una sensibilidad con las palabras. Sugiere: “el modo de conseguir un buen gusto literario consiste en leer poesía”. Y explica por qué: “siendo la forma suprema de elocución humana, no solo constituye el modo más conciso, más sintético de expresar la experiencia vital, sino que permite, asimismo, la mayor creatividad posible en un acto lingüístico, sobre todo en el caso de los escritos”.

Hacer que nuestros hijos sean lectores asiduos, sujetos que se vinculan a la literatura los convertirá en capaces de sentir emociones sutiles, que le dan a la realidad un sentido gracias a lo que han aprendido de la historia. Sirve, además, como un escudo ante la estupidez y la violencia. Recogerse, darle vida a la voz de otro en uno, dejarse guiar por tramas y distinguir observaciones e ideas, es un gusto adquirido, un vicio, que ilumina y no abandona.

De los padres depende la importancia de los libros en la vida de sus hijos. Son fundamentales los amigos y el enfoque educacional. El Estado tiene una responsabilidad preponderante: provocar un ecosistema en el que la lectura sea el centro y signifique un asunto esencial. Leer a diario es lo único que nos permite salir del estancamiento en que estamos apresados.