En Punta Arenas ese telón de fondo habitual de nuestro país, elaborado en el valle central, y que dispone la cordillera al oriente y el mar al poniente, está trastocado por una geografía distinta, un entorno de penínsulas con líneas costeras curvas, canales serpenteantes que se bifurcan alrededor de islas y grandes espacios iluminados por un sol tenue, distinto al de las latitudes centrinas, que cae de soslayo. La cordillera se eleva, se hunde, se pierde y vuelve a aparecer. El Presidente Gabriel Boric viene de ahí, y como suele ocurrir con los magallánicos, cultiva en esas particularidades un orgullo por esa patria menor recóndita en donde avanzar cualquier tramo hacia el norte resulta inabarcable, porque las distancias lo son. En Magallanes todas las carreras parecen ser de fondo, de largo aliento, condicionadas por lo inevitable de la geografía y por el azote del viento; no es posible trazar líneas rectas para cubrir el trayecto entre dos puntos en el menor tiempo posible, no tiene sentido hacerlo. La mirada longitudinal del territorio, el esquema de orientación al que estamos acostumbrados la mayoría, se ensancha, como en ninguna otra región del país. Las referencias cambian la percepción de cualquier recorrido.
Las condiciones en que le ha tocado asumir la Presidencia a Gabriel Boric guarda similitudes con la geografía de su región de origen: nada de lo vivido en las últimas tres décadas se le parece, partiendo por las referencias a las que nos había acostumbrado el sistema desde el retorno a la democracia y concluyendo en los desafíos políticos, sociales, económicos y culturales a los que se enfrenta. Crisis nacionales, sobre crisis internacionales y grandes signos de interrogación sobre nuestro destino.
Si volvemos a la imagen de la noche del acuerdo del 25 de noviembre de 2019 es posible recordar al diputado Boric yendo y viniendo de salones y pasillos del edificio del Congreso de Santiago, hablando con sus adversarios en una larga jornada de negociaciones y bajo la presión tremenda de un derrumbe inminente. La crisis que sobrevino con el estallido necesitaba un punto de arranque para una salida. Finalmente la derecha entregó la Constitución del 80 y los representantes de los partidos firmaron el acuerdo que marcó el inicio del proceso constituyente. Todos lo hicieron en representación de su partido, menos el diputado por Magallanes, que no contó con el respaldo del suyo. Había tomado un riesgo a contramano de sus correligionarios y asumiendo la responsabilidad de lo que significaba. Ese gesto reveló un carácter y una mirada de largo plazo que solo aparece en instantes para la posteridad. Cuando más tarde el diputado Boric llegó a ser candidato a la Presidencia, ni siquiera figuraba entre los nombres de las encuestas: asumió una precandidatura simbólica frente a un contendor popular de un partido disciplinado y tradicional. Ganó. Luego encabezó una candidatura que reventó en una votación histórica. Boric sabe de geografías accidentadas, de cómo avanzar buscando el norte por el noreste, rodeando penínsulas, esquivando corrientes adversas y buscando las señales del ambiente y el lugar en donde se vuelve a asomar la cordillera extraviada. Sabe tambien encontrar un rumbo en soledad y buscar un sitio desde el cual ver en perspectiva el paisaje.
En la reciente entrevista concedida a la revista Time le preguntan al Presidente su opinión sobre el texto de la propuesta constitucional, y él responde enumerando los atributos que la destacan, añade que hay cosas que se pueden mejorar y termina con la frase “es un paso grande”. Un paso. Agrega en la siguiente respuesta, que de ser rechazada la propuesta, como gobierno impulsarán la elaboración de un nuevo texto redactado por un órgano especialmente elegido para la tarea: “Nos demoraremos un poco más, pero vamos a llegar igual”. Esta idea la había anunciado antes, provocando el resquemor de algunos convencionales que interpretaron su declaración como una traición hacia ellos. Sin embargo, en tanto Presidente, era lo que le correspondía hacer frente a la evidencia difundida por los medios que indicaban la pérdida de apoyo de la Convención Constitucional y del texto. Era también la manera de obligar a la derecha a pronunciarse sobre el proceso al que adherirían en caso de ganar el Rechazo (lo que aún no ha hecho con claridad). Por último, también era la manera de separar amablemente aguas entre el destino de su gobierno -un mandato de cuatro años- y el de un texto elaborado para perdurar por décadas. Algunos convencionales que no lo entendieron así, seguramente tampoco percibieron el modo en que durante meses los errores repetitivos y sistemáticos de un puñado de constituyentes acabaron por servir de munición de ataque de los más críticos de la propuesta. Carentes de un canal de información y comunicación efectivo, los miembros de la Convención más mediáticos desatendieron la distancia con que se los veía desde fuera y prefirieron verse a sí mismos. Proporciones distintas de torpeza, ingenuidad y de soberbia que provocaron un daño profundo, acelerado por el bombardeo de falsedades sobre el trabajo de los constituyentes y, luego, sobre el contenido del texto.
El impacto que tendrá el resultado del plebiscito de este fin de semana en el gobierno del Presidente Boric será obviamente importante, pero no definitivo al punto en que lo aventura la oposición. Si bien la figura del Presidente está asociada al proceso, no lo está al trabajo de los constituyentes: la identificación es con los ideales y aspiraciones estampados en el plebiscito de entrada y no con la manera en que quedaron plasmados en el texto. Ni la derrota ni el triunfo significan, por otro lado, un cambio en las condiciones de las muchas crisis por las que atraviesa el país, para las que, a juzgar por los discursos, la oposición no tiene ni siquiera un diagnóstico claro más allá del oportunismo electoral. Tampoco abundan los liderazgos con una visión más amplia que la ganancia inmediata de puntos en una encuesta semanal, uno de los vicios en curso más perniciosos, que impide las discusiones de fondo y condena los debates a la frivolidad política y la miopía, dos factores detonantes del estallido.
El Presidente Boric ha dado señales de estar consciente de que su mandato es una carrera de fondo, que la nueva Constitución es un asunto perentorio, pero que no significará una salida inmediata a la crisis, porque las causas que la provocaron están aún ahí. La irritación y el hastío no se esfumarán con el resultado de este domingo. Cambiarán el ánimo y la popularidad momentánea, habrá semanas más ásperas, pero el camino hacia el futuro es una ruta extensa, inexplorada, y más vale procurarse de la compañía apropiada para aventurarse en ella, recorrer sus valles, rodear los farellones y dibujar el mapa de las bahías más seguras. Decidir en soledad la dirección que tomará la caminata después del domingo, y elegir quiénes son los indicados para ir a la vanguardia este nuevo tramo.