Columna de Pablo Ortúzar: Luis Silva y la política según Jesús
Luis Silva es el consejero electo con la mayor cantidad de votos -una de las personas más votadas en la historia de Chile- y la voz más importante del Partido Republicano en la instancia constitucional, que a su vez será el conglomerado político de mayor peso en la definición de una nueva propuesta de Constitución. Por lo mismo, hay un gran interés por entender la postura política del “Profe Silva”, que él buscó resumir apuntando a Jesús, el Cristo, lo que causó bastante revuelo y contrariedad en el mundo de la izquierda. ¿Qué tiene que ver Jesucristo con la política? ¿Es posible distinguir con seguridad un discurso político cristiano de entre la enorme cantidad de interpretaciones de la figura de Jesús de Nazaret?
En esta columna quiero defender que, en efecto, existe un discurso político claramente distinguible en Jesucristo, que tiene importantes consecuencias en relación a la administración del poder temporal. Pero que, al mismo tiempo, se trata de una visión muy general de la política, que puede albergar distintas tradiciones y grupos en su interior. Y, por último, que dicha amplitud acotada del mensaje político-cristiano permite el diálogo efectivo entre posturas políticas adversarias, pero que abrazan principios comunes, lo que probablemente sea una buena noticia y una interesante oportunidad para el proceso constitucional chileno.
¿Cuál es el mensaje político de Jesucristo? Para empezar, en todos los evangelios sinópticos lo vemos asentado con total claridad en la tradición monoteísta judía. Jesús, a los ojos de la mayoría de sus contemporáneos, es un profeta judío. Y su mensaje está anclado en esa tradición profética, que distingue entre una esfera de autoridad espiritual y otra de autoridad temporal. Esto, porque los judíos, fieles a su monoteísmo, aceptaron la dominación política extranjera como un castigo de YHWH por no observar la ley divina, pero, por lo mismo, fijaron los límites de la autoridad de ese poder temporal en la ley divina, acotando así el ámbito de dominación del poder político.
Esta bifurcación de la autoridad, que en los pueblos paganos siempre había sido una unidad político-teológica, es reproducida por Jesús en su famosa intervención donde pide dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Y es el mismo asunto al que apunta Pablo de Tarso en el famoso y polémico pasaje de su Carta a los Romanos, donde llama a someterse a conciencia en los asuntos temporales a las autoridades temporales. Es una visión que impide colapsar lo temporal en lo trascendente y vice versa, mientras este mundo exista.
Jesús, además, llama a todo el mundo a ser parte del pueblo de Dios e introduce la idea de que el Reino de Dios ya está creciendo en la tierra, pero que se trata de un reino construido con materiales distintos a los de los reinos temporales. Esto aumenta la tensión entre autoridad temporal y autoridad espiritual, pero no al punto del colapso, pues los reinos temporales siguen existiendo legítimamente, sólo que con roles modestos y prontos a caducar. Los poderosos, en esta visión, son nada más que custodios y administradores de los bienes terrenos y deberán responder por ellos frente a Dios.
Tenemos, entonces, un discurso político-cristiano que es adversario de toda teología política, pues desacraliza el poder temporal y lo pone al servicio de la comunidad de salvación. La versión secularizada de esta creencia mantiene la bifurcación de la autoridad, pero en vez de distinguir entre pueblo de Dios y autoridad temporal, lo hace entre sociedad y Estado, postulando que el Estado es posterior a la sociedad y está al servicio de esta. Lo mismo vale, por cierto, para el poder económico (que en el mundo antiguo era difícilmente distinguible del poder político, pues el capital no había alcanzado el nivel de autonomía que tiene hoy).
¿No es acaso este un marco constitucional sano, con el cual podrían identificarse distintos grupos de izquierda y derecha? Los únicos excluidos son los partidos totalitarios, que pretendan idolatrar el poder temporal, ya sea en su forma económica o política. Y, vistos así, los dichos de Luis Silva podrían tomarse como un llamado al diálogo más sustantivo que muchos otros.
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