Trataré de resumir el argumento del diputado Gonzalo Winter: la izquierda frenteamplista tendría un programa transformador en línea con los deseos profundos de los chilenos, que se encontrarían cansados del neoliberalismo patriarcal. Dicho hastío antineoliberal y feminista sería el corazón del estallido del 2019. Sin embargo, el programa habría encontrado problemas para desplegarse debido a que la izquierda estaría siendo derrotada en la “batalla cultural”, que se juega en el campo de las consignas, la propaganda y la ideología. El gobierno correría el peligro de agravar esta situación al intentar contemporizar sus posturas para lograr avances legislativos, perdiéndose en la lógica de la política institucional. Para salir de ahí, la solución no sería transferir la experiencia vivida en la administración del Estado al plano ideológico y programático del conglomerado, sino volver a las consignas primigenias, a la identificación clara de amigos y enemigos, y a la defensa cerrada de esas consignas en el campo académico, cultural y político. Prédica y pedagogía de masas que apunten a conformar un “pueblo” a partir de la acción hegemónica de una vanguardia convencida de su propia superioridad moral e intelectual.
Lo que señala Winter no lo inventó él y tampoco es una estupidez. Es una tesis radical que resume el razonamiento político del Frente Amplio antes de convertirse en gobierno, a la que Winter recurre de cara al nuevo periodo electoral. Es una versión tamaño estampilla de la mezcla de Antonio Gramsci y Carl Schmitt que destilaron Laclau y Mouffe, y que siempre ha inspirado a la nueva izquierda chilena, al igual que a la española, ambas nacidas de los campus universitarios. Basta leer Hegemonía y estrategia socialista para encontrarse con la extensión de lo mismo.
Nada de raro, entonces, que Winter sea aplaudido por Atria, Ahumada y el resto de la élite de izquierda universitaria que está en el corazón del proyecto frenteamplista. Élite que lleva años haciendo política de amigos y enemigos en el mundo de las humanidades y las ciencias sociales, con cada vez más matriculados, donde la hegemonía ideológica se sostiene en el matonaje de la divergencia y la adulación de los afines.
La pregunta, entonces, es cuánta razón tiene Winter. Y descalificarlo no ayuda, pues sólo refuerza su premisa de que la política se trataría hoy no de razones, sino de capacidad de cancelación. La enfermiza “batalla cultural”, patíbulo de la vida universitaria y deleite de izquierdas y derechas extremas.
En mi opinión, Winter está equivocado, en lo principal, porque su forma de entender la política democrática es incompatible con la democracia. Él diría, quizás, que la “democracia radical” es incompatible con la “democracia liberal”. A eso justamente me refiero: la dinámica antagonista conduce a la polarización entre bandos y, finalmente, si se dan las condiciones, a la guerra. Y esa dinámica de guerra entre facciones elitistas no mejora las condiciones de las clases trabajadoras, sino que las empeora notablemente, pues en la vorágine del combate se consumen ingentes recursos y se degradan el Estado y el orden público, volviéndose a un régimen de bandas y patotas que daña más al que menos pueda defenderse. La intuición de este peligro de disolución, me parece, es lo que impulsó el rechazo del primer proyecto constitucional, el de la Convención, donde todas las banderas del Frente Amplio fueron desplegadas, defendidas a muerte y derrotadas en las urnas.
Sólo hay dos clases sociales dispuestas a saltar al vacío: las que sienten que no tienen nada que perder y las que sienten que no pueden perder nada. La democracia liberal intenta que la menor cantidad de ciudadanos se encuentre en cualquiera de esas dos situaciones, apostando por el ideal meritocrático de las clases medias, mientras que el radicalismo antagonista se alimenta de siervos y señores. El Frente Amplio debe decidir ahora si ajustará su proyecto político a los cánones y objetivos de la democracia liberal, o si la demolición del Instituto Nacional y otros liceos de excelencia por el progresismo de colegio privado es verdaderamente el símbolo y anticipo de su proyecto para Chile.